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miércoles, marzo 19, 2025

31 Días de Halloween: Bad Ronald (1974)

Una de las más legendarias películas que prevalecen en la memoria de la televisión setentera se siente como una novela barata de horror para bien y para mal.

Hace un año, repasando lo que representó No le temas a la oscuridad (John Newland, 1973)que les dejo el texto por si no lo han revisado–  mencioné del cómo las cadenas de televisión a la hora de presentar películas de formato televisivo buscaban impactar en las audiencias no sólo a través de drama, sino dentro de la formulación del horror de forma que tuviera permeabilidad en toda la familia, con películas de evocación perturbadoras pero dignificadas en un presupuesto que a veces saltaba a la vista en despuntes creativos usando otros métodos de realzar atmósferas o de verdaderamente vender la fascinante morbosidad de lo que contaban. Esto va en paralelo con el otrora crecimiento importante del género en su estado más académico: en el rumbo literario.

No es que el horror no existiera como género antes de los setentas, pero el florecimiento popular y los autores dedicados a este explotan a finales de los sesentas y durante gran parte de la década setentera,  con un formato en particular de libro, el paperback o libros de bolsillo de tapa blanda como los conocemos en terrenos latinamericanos. Las portadas ofrecían el mismo efecto que los vhs aplicarían para la siguiente década, y con ello también un incesante crecimiento a romper las tabladuras de la americana y sus restricciones temáticas en libros planteando tabúes como una especie de reflejo contracultural.

De ahí terminaría arrastrado Jack Vance quien, a pesar de no haber desarrollado su carrera literaria en el género del horror -siendo más habitual en el terreno de la ciencia ficción, de esa estilo pulp a la par de Heinlein o Eldis– curiosamente se uniría al género del horror en dos ocasiones y en estos momentos, rompería paradigmas. Particularmente en el sentido de que Vance sin necesariamente buscar esa intención, terminaría construyendo las bases del perfil del género slasher mucho antes de que este existiera. Así es: antes de Michael Myers, de Leatherface o de Billy de Negra Navidad (Bob Clarke, 1974) como el integrante que siempre se olvida en los libros de historia, Vance había escrito La máscara de carne, en donde un sujeto rechazado por mujeres ante su fealdad, termina acechándolas tiempo después sin que estas consideren quién es, porque recibió una operación de cambio de rostro que ahora lo vuelve hermoso. Eso fue en 1957.

El otro gran hito de Vance en el horror sucedería cuando mucho antes de que V. C. Andrews se volviera el estándar de la literatura de horror gótica moderna con la saga de Flores en el ático de 1979, Vance ya había escrito sobre la inocencia perdida a través de un espectro viviendo entre muros de una casa con Bad Ronald en 1973, curiosamente un año antes de que Vayamos a jugar con los Addams de Mendall W. Johnson -un relato de horror con niños como protagonistas secuestrando a su niñera para torturarla de diferentes formas inspirado en el caso de Sylvia Likens generara controversia por lo repugnante de su idea- fuese publicado.

Bad Ronald no es un libro fácil de llevar, porque lo que uno lee es en información directa de parte de las acciones de Ronald, un joven con un claro problema de salud mental sin atender y con la sobreprotección de su madre que lo hace incapaz de socializar, y mucho menos de entender su despertar sexual que practica en agresiones hacia otros niños del barrio. Es un relato en donde Vance plantea un entendimiento y crítica a la falta de atención del cuidado de la salud mental -sobre todo pionero porque al parecer el borrador de Bad Ronald se había realizado desde la misma época en la que escribió La máscara de carne– que no deja de ser perturbador, una construcción mucho más elevada y realista de lo que Bloch había conseguido con Psicosis (1959).

Naturalmente ABC tenía un éxito en sus manos, y tomando en cuenta de que tenían bajo la dirección a Buzz Kulik, un consagrado del telefilme con años de experiencia, de esos directores de antaño sin miedo a desarrollar historias de cualquier género… el problema yace en que Bad Ronald en medio fílmico, pierde por obviedades ese contenido violento y perturbador, dejando apenas aristas de estos elementos pero de una forma tan hueca que la idea se voltea en un tono campy.

No era fácil adaptar el libro en una película televisiva y es una tarea que no se le desearía ni al peor de los enemigos porque lo que Andrew Peter Marin tazajea del relato original es la base, pero resta de complejidad a los personajes y bajo la dirección automática de Kulik, no busca profundizar sino economizar desarrollo de personajes. Ronald (Scott Jacoby) y su madre (Pippa Scott) no se detienen a contemplar las acciones que van a confinar a Ronald en un enclaustramiento más agresivo que el que ya tiene y de hecho la idea pasa de forma tan acelerada entre el tiempo de la película, que en menos de un día ya tienen construido el pequeño cuarto para Ronald y este a su vez es un experto arquitecto capaz de hacer hoyos o de ir al baño y enterrar cadáveres sin llamar la atención del ruido (algo que en la novela tiende a ser bastante cuidadoso).

Mucho peor es que Ronald bajo las limitantes de ser una película televisiva, deja de ser un personaje con fallas dentro de su psique y de manera hilarante, termina siendo presa de situaciones accidentadas y en donde al parecer todo mundo le parece grotesca su existencia y su apariencia, cuando sólamente es un nerd con sueños y una imaginación por construir un mundo ficticio como un autor de novelas pero que la película nunca deja de remarcar lo monstruoso que es. Y eso termina incluso notándose en la forma en la que Jacoby interpreta a Ronald, pareciendo de esos episodios de las caricaturas en donde alguien sospecha de que su vecino es un asesino en serie cuando es un tonto que se roba el pastel y tiene manchitas de mugre en la cara… pero se trata de una aberración Lovecraftniana al parecer.

Más bien el efecto que tuvo Bad Ronald fue por las limitantes de opciones y de contenido en la televisión americana de los setentas que llegaron a ojos de niños que no dejaron de ver las posibilidades de la vida de Ronald aplicadas en sus propias realidades. De que quizás en un mal día que atraparas a tus papás con mal humor estos te podían mandar a vivir a un cuartito siendo anónimo para la sociedad por tus errores lejos de que tuvieran comprensión y destrozando tus sueños y esperanzas porque algo raro tienes. Esa complexión de lo anormal, del tipo que se sale de la vertiente de lo aceptado porque no practica deportes o porque simplemente es un buen hijo noble y feliz, que quizás nadie entiende. Era eso… o quizás es que dentro de sus casas con los ruidos extraños de la noche que siempre ocurren, es que existe un Ronald viviendo entre las frías paredes, tratando de subsistir y espiándote porque no tiene otra cosa qué hacer.

Eso fue un gran efecto para las infancias que la vieron en su momento, pero pasadas 5 décadas, las limitantes de Bad Ronald hacen que ese viaje se vuelva casi imposible de entender, como esos juegos electrónicos en donde te decían que un palo iluminado por un foco era un jugador de futbol americano o de cómo los cines pornográficos existían por montones en las calles sin pena ni gloria. Es un producto de su época a la que el tiempo le da una validez camp y puede resultar bastante gracioso y un gran momento entre amigos de lo extrañamente conservadora que es a la hora de proponer ideas brutales, y que de vez en cuando se deja evidenciar complejidad en su narrativa visual con tomas que hasta usan el split focus Hitchcokiano que sería habítual de un todavía inexistente de manera popular Brian de Palma.

 

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