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jueves, abril 25, 2024

31 Días de Halloween: Cabo de Miedo (1991).

La primera exploración del horror de Martin Scorsese tiene la bondad de uno de los papeles más detestables de Robert De Niro en todas sus colaboraciones.

Los ejecutores de John D. Macdonald tiene un valor dentro de la literatura del siglo pasado en abordar un personaje psicópata. Al lado de El talentoso Señor Ripley (1955) de Patricia HighsmithPsicosis (1959) de Robert Bloch, Macdonald ofrecía un relato adelantado en su tiempo sobre la percepción de una persona de estas características, e incluso con un paso adelante, porque mientras que Ripley y Norman Bates son personajes que vacilan con una doble cara en la sociedad, el Max Cady de Macdonald raya en un compromiso de maldad sin capacidad de cambio moral en gran parte por su condición de entrenamiento militar que utilizar para aterrar a la familia Bowen, quien tuvo la poco fortuna de contar con una persona que le hizo frente a sus fechorías.

Aunque claro, con el éxito de Bloch adaptado en la pantalla grande en el año de 1960 por gracia de Hitchcock todos quisieron abordar esta mina de oro que ya veían con menos temor a represalia moralina, incluyendo Gregory Peck quien se encontraba estrenando su casa productora –Melville Productions– y que se topó con la novela original la cual terminó ofreciendo a J. Lee Thompson a quien ya conocía por haberlo dirigido en Los cañones de Navarone (1961) -una de las películas más taquilleras de 1961- y con el encargo de guión a James R. Webb, el cual cumplió la súplica de Peck de enfatizar no a su personaje, un hombre de honor profesional y recto básicamente figuraba dentro de sus modalidades conocidas en el cine, sino en el villano, quien fuera interpretado por Robert Mitchum.

Cabo de Miedo se estrenaría en 1962 y fue un fracaso enorme de taquilla, en gran parte porque a diferencia de Psicosis, la adaptación de Webb tenía que desprenderse de elementos que sonaban grotescos dentro del concepto fílmico para los censores, particularmente el mencionar la palabra o acto de violación -que irónicamente no es desprendido del argumento- y quizás más levanta cejas fuera que el villano es un hombre militar… algo imposible de concebir dentro de la sociedad norteamericana rezagada en los preceptos de la década nuclear pasada y que veían poco a poco el surgimiento de las contraculturas que irrespetaban al sistema político y de poder de norteamérica.

Pero independiente de su fracaso -que fue malo para Peck, el cual cerraría su productora- Cabo de Miedo tendría una reevaluación con el paso del tiempo principalmente por la soberbia actuación de Mitchum, el cual se la pasa todo el tiempo exudando -literal- sexualidad sin una camisa que le tape el fornido cuerpo, y cuyo control de expresiones no dejan ni un momento de vulnerabilidad hasta el final del filme. De entre todas las revaloraciones que tendría, quizás la menos esperada sería la de un remake de parte de Steven Spielberg.

No hay mucha información al respecto, pero la asociación de Spielberg con el remake de Cabo de miedo tiene una profundidad simbólica como parte de su desapego hacia el proyecto de La lista de Schindler, la cual desde mediados de los ochentas llevaba ignorando o prestando atención hacia otros directores -amigos- suyos, uno de los cuales ya casi terminaría filmando el proyecto: Martin Scorsese.

Scorsese se preparó en pre-producción para La lista de Schindler desde 1988 mientras que Spielberg preparaba Indiana Jones y la última cruzada (1989) y Para siempre del mismo año, tomando riendas dentro del remake de Cabo de miedo a tal grado de haber contratado a Wesley Strick para que hiciera el guión (anteriormente había trabajado con Strick en Aracnofobia) muy a pesar de que este le hubiese contado su desdén hacia la película original que para oídos de Spielberg le parecían sonar como un potencial de aproximarse a una visión más descarada y actualizada de la sociedad norteamericana de aquel entonces… pero el llamado de La lista de Schindler era demasiado fuerte. Al final terminó convenciendo a Scorsese de su moby dick personal y con ello, intercambiaron proyectos en una modalidad muy poco usual para el italoamericano.

Esta falta de compromiso autoral fue algo que los críticos tacharon dentro del remake de Cabo de miedo 30 años atrás, sintiendo el compromiso de parte de Scorsese hacia su amigo para evitar pérdidas millonarias y con una película con la que se encontraba adherido por mero compromiso contractual, cosa que si bien tiene vorágine real considerando la pre producción, también no es que Scorsese entregue una película sin un contenido de sus habituales temáticas, porque a Scorsese en su primer acercamiento al género del horror, decide aproximar Cabo de miedo con cuestionamientos no sólo dentro del deber moral de lo que significa la justicia y retribución de esta, sino de la aproximación de la fe.

El primero es más que obvio considerando que Sam Bowen (Nick Nolte) es un abogado que falla en el caso de su cliente Max Cady (Robert De Niro) a lo que abre un debate sobre si esta falla dentro del marco jurídico es justificada por parte de Bowen, a quien parece recibir constantes emancipaciones no sólo dentro de su trabajo sino de su propia familia. Es un hombre débil en ojos ajenos incapaz de mantener una sana relación dentro de su nucleo familiar a quien siempre parece aproximarse de manera contenida y desinteresada, un hombre que además está manteniendo relaciones extramaritales pero que tiene un compromiso arduo de sobrevivir su matrimonio al lado de Leigh (Jessica Lange).

Elementos que lo hacen un ser un tanto despreciable, y que dentro de la postulación comparativa con Cady resultan confusas para la audiencia pero en un gran sentido reflexivo. A diferencia de Bowen, Cady es un sujeto al que conocemos su modalidad agresiva y criminal que es aborrecible, pero que su presencia y apariencia siempre es mucho más atractiva y masculina que la de un hombre de familia adinerado y de traje de marca. Cady sale de prisión con una sed de retribución hacia el hombre al que le ha puesto título de aquel que le arruinó la vida, y por un gran momento nos parece convencer en su actuar, queremos verlo avanzar en sus maquiavélicos planes de sólo él parece entender- con una presencia imponente e imposible de despegar de la pantalla, que roba atención a todo lo presente encima por el aterrador score de Bernard Herrmann reanimado por Elmer Bernstein… sólo que también su disfraz de apariencia retribuidora y justiciera lo termina por desnudar como lo que es en realidad: un monstruo aberrante.

Este juego del que estuvimos comprando durante buen tiempo nos termina afectando porque conocemos a Cady como un ser irreparablemente violento, inteligente, y con un temple sobre su actuar a la par de su perfeccionamiento físico que va más allá de lo evidente, porque tiene un aura imbatible y de resistencia corporal que lo aproxima a un personaje sacado de un slasher.

Y aquí entra el terreno más familiar dentro de los cuestionamientos de Scorsese y directamente inspirado en El cazador de la noche () de Charles Laughton -película que también tiene a Mitchum en el protagónico y película favorita personal de este sujeto que escribe- porque Cady parece hacer esto bajo una justificación de revelación religiosa que parece mover su cuerpo y mente hacia esta sed insaciable, pero que también permea un sentido de honor y lógica el que quiera saciar sus instintos sexuales e inmorales: una especie de premio por su batalla al lado del camino de Dios.

De hecho, los tres momentos de intensa sexualidad presentes son bastante dispares en tono: mientras que el del matrimonio alcanza unas ínfulas expresionistas en la imagen -las cuales me parecen muy aproximadas a lo que David Lynch representó en cuanto al coito con Lula y Sailor en Salvaje de corazón un año antes de esta película y que, en términos personales para Scorsese debió de tratarse de algo complicado de ver debido a su relación con Isabella Rossellini– para pasar a un horror visceral que agarra desprevenida a la audiencia y uno… por demás incómodo que presenta a una menor de edad actuando de forma precoz frente a la boca del lobo (escena que de verdad es conflictiva con lo que representa y la idealización de una puberta como una especie de lolita).

Cabo de Miedo entrelaza entonces la temática de la justicia divina con la civil de una forma muy suspicaz y sobre todo para dentro de su final. Strick si de por sí inyectó a los personajes de una esencia fallida a comparación de la rectitud de la versión del ’62, por supuesto que no va a dejar que la película termine con una reivindicación del sistema judicial que prevalece muy a pesar de que este mismo sistema es el que deja que un monstruo como Max Cady esté fuera de la cárcel y busque venganza aprovechando baches legales, volviendo a dos enemigos una especie de rememoramiento descarnado del mito de Caín y Abel del cual… sólo los caminos misteriosos de Dios parecen actuar y en donde también terminamos con la aguda pregunta de si en verdad nuestras manos se llegan a sentir limpias cuando aún las tenemos repletas de sangre.

Robert De Niro hace uno de los papeles más reconocidos de su carrera al que presenta de manera desatada, no sólo en su condición corporal imponente sino en una dedicación a presentar un marco regional a su personaje, el cual termina expresando unos sermones retorcidos y parafraseando pasajes bíblicos, al mismo tiempo que se muestra como una total sabandija sin control. Nick Nolte también es excelente, considerando que es un hombre del mismo impacto físico que De Niro, el estarlo viendo tan contenido y emancipado lo hace un Bowen imperfecto pero que podemos tratar de entender. Jessica Lange como Leigh es una mujer insatisfecha con su vida sexual y de un largo sentido nostálgico por algo que es insostenible, mismas carencias que el bastardo de Cady intenta usar como arma degenerativa, y Juliette Lewis sorprende bastante considerando que esta era apenas su segundo largometraje y exuda un personaje de despertar sexual temprano como previamente remarcado, pero que incluso tiene uno de los mejores momentos en donde esta vivacidad sexual termina siendo un escudo para intentar detener a Cady y esta, no le queda de otra que la de sentir una desesperanza total captada en cámara.

Cabo de miedo es una fenómenal película de Scorsese, uno al que siempre el cuestionamiento de por qué no hace horror tan seguido es presente cuando se repasa su filmografía, ya que es capaz de representar tensión que va liberando de manera muy contenida nunca dejando respirar a su audiencia, en gran parte porque el monstruo presente en escena, lejos de ser un hombre de máscara de hockey o uno que persiste en los sueños de jóvenes, es uno de un sentido realista e incómodo, quizás demasiado incómodo para nuestro propio bien, porque define a la perfección lo que es un lobo bajo disfraz de oveja.

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