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miércoles, abril 24, 2024

31 Días de Halloween: El Aro (2002).

Que el uso del vhs no te engañe: El remake de el aro tiene el mismo golpe a los sentidos que espantó al mundo entero hace 20 años atrás.

Puedo recordar con claridad las veces en la que una película me ha espantado pero pocas veces superan aquella vez que vi El aro por primera vez porque a diferencia de muchas otras, no fue en una sala de cine con extraños rodeándonos, no… fue en la remota comodidad de estar en una habitación, en medio del calor del hogar.

Como muchos otros, el plan de quedarse con los primos un fin de semana por consecuencia nos llevaba visitar el puesto de maquinitas con House of the Dead y King of Fighters, de comprar comida chatarra sin considerar lo que pudiera pasarnos al exceder la ingesta de estas mugres dentro de los límites de la salud (después de todo era un mundo sin gastritis), y a perder una tarde entera viendo películas que rentábamos en un pequeño puesto de videos que se encontraba por la calle principal. Esa noche tan particular, nos decidimos que además de la habitual Kung-Pow (Steve Oedekerk, 2001) rentaríamos algo de horror, una doble función de La maldición (Takashi Shimizu, 2004) y El aro.

De hecho las dos se encontraban en una nueva sección bastante popular que tenías que apartar o ir demasiado temprano para conseguirlas: una subcategoría dentro del horror que guardaba películas del relativamente nuevo -para nuestros ojos- horror japonés. Las dos versiones americanas que alcanzamos a conseguir también contaban con sus madres originales provenientes de un país en donde la lengua no raya la cotidianeidad de nuestro vecino del sur y eso de alguna forma lo vimos como un factor decisivo y negativo a considerar, después de todo las versiones de Hollywood se presentaban con un nivel de presupuesto mucho más elevado a las versiones económicas originales cuyas portadas fráncamente distaban de ser emocionantes en una época en donde eso todavía tenía un valor para el consumidor.

El aro fue la última película que quisimos ver esa noche y todos nosotros quedamos tan enganchados con ella que las bromas de sobresalto que hacíamos para espantar a los más pequeños del grupo quedaron de pronto en el olvido, con una introducción tan demoledora que los nervios sólamente fueron acrecentándose a tal grado de que no pudimos más, justo en la escena de la mosca que aparece en el televisor.

Viéndolo ahora a 20 años, las fortalezas en El aro de Gore Verbinski ahora tienen un dejo de entre todas las cosas, nostálgico.

Esta versión sigue de pie en el argumento de la de Hideo Nakata de una forma bastante fiel, aunque alterando una que otra formalidad dentro de la narrativa; si en la versión japonesa hay interés en relatar el fenómeno paranormal como algo dentro de los confines de lo inexplicable y con pistas que a veces llevan a nada, la versión que establece Ehren Kruger en su guión tiene una función de acertijo que no deja mucho espacio a la interpretación de vagueza.

La falta de sutileza que ofrece esta El aro también se encuentra en su apariencia visual. El mundo capturado por Bojan Bazelli es uno que contiene una apariencia opresora de un azul metálico disperso en todo el ambiente de un Estados Unidos que no abandona un clima húmedo, casi como si el espectro de Samara (Daveigh Chase) estuviese presente de forma instantánea en la vida de los protagonistas del filme.

Algo de verdad que contrasta con la formalidad de Junichiro Hayashi quien en Ringu hace que el panorama se vea de una forma paisajista, sin un efecto dramatizado en el color de la escena denotando la naturalidad de Japón en cuanto a su mundo espiritual y que podríamos incluso extender en la representación del espectro, porque Sadako (Rie Ino) posee una apariencia más en tono a los espectros tradicionales de estos lares frente a la agresividad visual de Samara: uno puede intuir un dolor ofrecido de forma interna bajo la japonesa frente a la literal putridez de la otra.

Estas decisiones no son gratuitas porque aluden a las reglas de consumo que el género ha construido por más de 100 años en sus respectivos países… algo por lo que tampoco podríamos estar rechazando de la versión de Verbinski como inferior, porque si bien El aro fue punta de lanza para la popularidad de remakes sin gracia que azotaron a lo largo de la década de los 00’s el realizador estaba un pie más adelante en ofrecer más, que es a lo que quería destacar bajo los terrenos nostálgicos.

El aro definitivamente es un producto de su época, con tecnología análoga bajo las funciones del modus operandi de su villano y maldición que la hacen demasiado atractiva de reflexionar. En tiempos en donde estos modos de consumo son inexistentes para presentes generaciones la idea de que un vhs tenga un valor terrorífico puede resultar risible, pero la idea realmente penetraba en tu cabeza y considerabas que estabas siendo un idiota al ponerte al servicio de una película que estabas consumiendo de la misma forma, esta función no sólamente se presta de forma metanarrativa en el filme: es parte de su tesis.

Verbinski de inmediato en la primera escena nos ataca con la idiotización de la televisión en la norteamérica de ese momento que se dedica a bombardear mensajes de consumo y belleza falsos a los que no ponemos atención desconectando nuestra realidad para que esta forme parte de nuestra vida como acompañante silencioso, incluso en una escena también revelando esto de forma literal con el personaje de Rachell (Naomi Watts) espiando a sus vecinos, todos con teles prendidas bajo la misma función, algo a lo que podemos también tomar en cuenta bajo estos grados de esnobismo que la gente tiene frente a un video maldito que les remonta a la idea de un video experimental o de arte, un escupitajo con respeto quizás a Maya Deren y otros navegantes de alternativas y posibilidades del cine que no encuentran permeabilidad en las audiencias modernas.

Es un postulado muy en sintonía a lo que Kiyoshi Kurosawa propuso en Pulse del año 2001, en donde advertía de esta paradoja de la tecnología como un medio que supone presentar una cercanía al usuario para terminar por alejarlo de la humanidad y dignidad que pueda tener en el mejor de los planes. Algo incluso bajo lineas de interpretación moderna si consideramos que la enfermedad de Samara se expande a través de la copia ilegal de un material: la memeabilidad o SPAM de su mensaje a través de videntes en un mundo retorcido en donde las cadenas de basura se presentan como nuestras nuevas leyendas urbanas, y estas quizás tengan alcances grotescos y retorcidos e influyentes.

El aro se prestó a una estética que derivó en mucha de la percepción de cómo hacer un horror a fin y elegante durante esa década, y cuyas intenciones autorales bien podrían tener herencia cultural en videojuegos y hasta en lo que pensamos hoy con una etiqueta pedante de “horror elevado”.

Uno pensaría que El aro se prestaría como un añejamiento incapaz de tener espacio de analogías en visiones modernas por sus limitantes tecnológicas, pero la verdad es que es una verdadera sorpresa a la que también Verbinski sabe dirigir con un tono de suspenso bastante efectivo y cruel en donde los espantos pasan de formas bastante sutiles y sabiendo cuándo o no revelarnos información que nos deja perturbados en donde también inyecta mensajes subliminales de nuevo jugando con una linea metanarrativa.

Porque ahora quién tiene la maldición eres tú en la sala de cine o el idiota sentado con sus primos, que no llegan a considerar que sus ojos captaron algo que los demás no, ese algo a lo que quizás no le prestas mucha atención hasta que lo piensas en tu cama en donde una paranoia invade la piel de gallina que se llega a formar en medio de una oscuridad que no ofrece respuestas.

El aro se puede rentar a través de las siguientes plataformas: Microsoft, Cinepolis Klic, Prime Video y Apple TV.

 

 

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