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jueves, abril 25, 2024

31 Días de Halloween: El beso de la pantera (1982).

Trasladando el -ahora- clásico de Jacques Torneur de 1942 cuarenta años después, Paul Schrader abandonaría la tensión de no saber el misterio de una mujer felina, para abrazar excesivamente un poderío de erotismo en sus visuales.

La marca de la pantera de Jacques Tourneur es un clásico dentro de la historia del cine. Planteado como una película dentro de un perfil mucho más complejo que podía indicar su alarmista nombre (en inglés Cat People), esta era una de las películas claves por parte de la mancuerna entre Tourneur y Val Lewton que además tiene la eterna nota dentro de los libros de historia del medio, como la primera en usar un jumpscare que incluso en sus primeros años el término estaba asociado al filme, con el apodo del cat jumping.

Por desgracia tanto Val Lewton y Jacques Tourneur fueron acreditados y consolidados de manera tardada, devorados por un estudio que no les permitía jugar con las expectativas del público para un horror y drama más pensante y a la larga también devorados por la atención que personas como Hitchcock recibirían dentro de los terrenos del horror y suspenso gracias a los críticos franceses y en relación con todos los demás, como si hubiese sido el único que fue capaz de hacer este tipo de proyectos.

40 años después del estreno de La marca de la Pantera, la película estaba más resguardada en gran parte por la obtención de los derechos de esta y muchas otras obras dentro del catálogo de la extinta RKO de parte de Wilbur Stark, quien aprovechando la revalidación de las figuras del estudio como la mencionada mancuerna y Howard Hawks pensó que sería el momento adecuado para la reinterpretación de dichos clásicos en forma de remakes. La marca de la pantera entonces sería una apuesta de parte de Universal que se estaría gestando desde finales de los años setenta y en donde aparecen un gran número de artistas y realizadores quienes probablemente inspirados por la película original le trataban de agradecer que los límites de la sensualidad y temas tabús que proponía ahora eran difusos.

Pero por alguna razón La marca de la pantera no gozó de un avance de su producción en el momento más fructífero del cine erótico mainstream de Estados Unidos, sería hasta 1982 y proveniente de entre todos los posibles barajeados de parte de un sujeto con extrema culpabilidad religiosa, quizás el más famoso de estos en Hollywood: Paul Schrader.

La ahora titulada El beso de la pantera por parte de Schrader es en un inicio confusa.

El guionista/director no tenía una mayor consideración a la obra original o siquiera dentro del género del horror, constantemente preocupado de que su película termine en un género que detesta y que esquiva en las entrevistas que dio durante la producción del filme, siendo el mayor problema para puristas lo que le impone a su relato, que es la deconstrucción del misterio que Tourneur en su película: la ambigüedad de saber si estamos frente a un misterio paranormal o si es dentro de la psique de una mujer. Es extraño pero en su defensa Schrader no quiere emular a la obra original sino más bien aprovechar el impulso y frenesí de los ochentas con nuevas pretensiones y objetivos, de inmediato nos posiciona en un postulado cercano a las fábulas o una construcción mitológica de la gente gato en una condición similar a las exploraciones fantásticas de Angela Carter.

La vagueza del personaje de Irena es también debatible como un acierto o fallo dentro del filme, porque ciertamente la falta de un desarrollo o de personalidad del personaje también puede atenderse por esta consolidación de ensueño dentro de la película, pero también es para postular a Irena como un objeto de deseo primordial del que Natassja Kinski formula a la perfección en una mentalidad de inocencia a punto de ser corrompida.

No por nada es fortuito de que el personaje sea virgen, y este aspecto virginal prevalece desde su actuar con sonrisitas tímidas y lenguaje corporal dominado por los hombres que la rodean. Irena es dejada como un objeto de deseo a través de un posesivo hermano que le desea de forma incestual -un alocado Malcom McDowell también en un punto físico increíble de pensar considerando los 10 años de diferencia entre esta y su otrora película más infame- justificando el salvamiento de su especie y condicionándola como determinante causa de su salvajismo como asesino serial y de parte de Oliver (John Heard), un hombre opuesto a su hermano: aburrido y formal que ya tenía una aparente relación con Alice (Annette O’Toole) -aquí atendiendo a la fascinación de Schrader con Vértigo (1958) de Hitchcock sobre el dobleteo de mujeres en el protagonista- que busca apadrinar a Irena y le ofrece una formalidad bilateral.

Y de ahí que exista la disyuntiva del remake: una mujer que a vista de ser un objeto de deseo sexual por donde vaya, al abrazar su sexualidad y disfrute también entiende esto como liberación y por lo tanto en un punto de El beso de la pantera esta Irene deja la pretensión de inocencia apoyada por su bestialidad de la que quiere formar parte de forma eterna.

Y de ahí que surja un elemento mucho más controversial, porque Schrader omite este gozo. Irena no quiere formar parte del mundo humano y en un punto en donde es sometida a través de un amarre para evitar un enfrentamiento descarnado Oliver la posee, pero termina lejos de ser el eterno caballero a su rescate al volverse su amo y dejarla entre las barras de un zoológico. Es una idea pesimista pero que no deja de tener estas connotaciones de opresión a la figura femenina que hemos tenido en la vida real hasta nuestros tiempos.

Esa complejidad temática se agradece, pero las limitaciones de Schrader en el terreno del horror al no abrazar el concepto es un factor determinante para que El beso de la pantera no termine por cuajar enteramente. La falta de tensión en su horror hace que tenga un ritmo que cojea, pero en esta ocasión que la he revisitado me parece que también la timidez frente a sus efectos especiales es mucho mejor lograda: irónicamente lejos de atender la majestuosidad del poder de efectos a cada rato o de gore en excesos, estos impulsos son controlados por su carencia pero cuando ocurren generan un gran shock.

El beso de la pantera no fue el gran golpe que Universal esperaba del verano del ’82 quizás también por el sometimiento de la taquilla a una familiaridad que atendía a todo público: este era un momento de moralidad dentro de las salas de cine en donde las madres furiosas veían cómo sus hijos morbosos o entraban a ver un perro explotar en vísceras o a Natassja Kinski desnuda cazando un conejo y preguntándose si de verdad su infancia en las matinés con las mismas películas fue así.

La realidad es que sí, menos vísceral señora y más prestado a la imaginación que otros quisieron plasmar en la pantalla grande.

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