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jueves, abril 25, 2024

31 Días de Halloween: El carnaval de las almas (1962).

60 años atrás un don nadie sin mucha experiencia quiso filmar una película de terror que sería olvidada de manera cruel, sólo para renacer como una de las más influyentes e importantes en la historia del género.

De acuerdo a los tradicionalismos, Herk Harvey no era un cineasta. Este tipo proveniente de Colorado fue un ingeniero químico que huyó de esta carrera por los horrores de la guerra, y porque sentía que su verdadera pasión se encontraba bajo la dramaturgia. Harvey cosechó una carrera estable dentro del mundo teatral con puestas en escenas escolares que le dieron suficiente reconocimiento a nivel local; ahora local no siempre te va a abrir las puertas a los engranajes de la gran industria, pero Harvey sabía de alguna manera su posición con un aire de entendimiento. No obstante, eso jamás lo detuvo para perfeccionarse en donde se posicionaba.

Harvey obtendría maestrías y especialidades en el campo de la actuación, y ahora apuntaba a una obsesión hacia la cámara cinematográfica. Pocas veces existen personas tan curiosas como Harvey, ya que terminaría dirigiendo comerciales industriales y videos educativos empresariales en donde además entendió la validez y poderío de la cámara como un medio de expresión artística y de posibilidades experimentales que debía de aportar al medio, y Harvey expresaba un bien logrado marco teórico y filosófico de la cámara en ensayos y críticas de nuevo… en lo que parecían ser viles comerciales de aparatos médicos.

Uno podría pensar que Harvey estaba avanzado y tenía potencial en la industria, y él también lo llegó a considerar una vez en su vida por desgracia.

Harvey tendría la inspiración de hacer una película cuando se encontraba manejando una noche por la carretera de Utah en el año de 1961. A lo lejos pudo divisar a Saltair, un antiguo parque de diversiones de la costa de Salt Lake que a pesar de haber sido inaugurado en los años veinte como uno de los parque más avanzados del país había estado abandonado desde hace ya tiempo. Harvey se estremeció al ver el lugar vacío y espectral a lo lejos y de regreso en Kansas lo comentaría con John Clifford, quien era su mejor amigo y escritor dentro de las producciones de Centron, la productora de materiales audiovisuales en donde trabajaban.

Clifford se animaría con la propuesta de Harvey de hacer una película, después de todo el escenario podía conseguirse y estarían montando la popularidad del horror que había tenido un boom considerable con películas de la talla de Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock cambiando el panorama de la industria y dando espacio a películas de horror psicológico a las audiencias. Tardaría apenas 3 semanas en escribir lo que sería El carnaval de las almas.

Con el guión desarrollado, Harvey y sus amigos trataron de conseguir ayuda con el presupuesto. Originalmente lo que tenían a la mano eran 17 mil dólares, que terminaría por sumarse unos 13 mil dólares de parte de conocidos y amigos que creían en la idea de Harvey para volverse 30 mil, una noble cantidad… pero demasiado pequeña. Tan pequeña como su producción que contaba de apenas 6 personas que tenían que filmar en el mismo tiempo en el que se terminó el guión: 3 semanas dentro de espacios en Kansas y Utah por 7 días a la semana y sin descansos y con el director haciendo un malabareo de labores entre la película que dirigía, producía y por cuestiones de dinero co estelarizaba.

Cuando uno ve por primera vez El carnaval de las almas, lo primero que salta a la vista es la evidente torpeza de parte de personas que no sabían procesar las complejidades de un largometraje. El inicio es acelerado y de repente a tal grado de que piensas que la copia que estás viendo debe de estar mal, hay detalles con la cámara y sombras de inventario que se asoman, el sonido es inconsistente en extras que obtienen voces alternas a las naturales y el asunto de que fuera ínfinitamente barata se percibe tanto en escenarios forzados por el argumento a la carencia de efectos.

Esto en cualquier otra película serían tropiezos que uno remarcaría con sadismo, pero El carnaval de las almas logra superar esa fiereza negativa, porque Harvey y su equipo están conscientes de sus limitantes y las usan a su entero beneficio. Pocas películas de la época pueden decir eso con orgullo: que tergiversan lo establecido dentro del panorama tradicional de calidad en el largometraje norteamericano para presentar su propio set de reglas, que de inmediato recuerdan a las experimentaciones del argumento y tono de otros pioneros del cine evocativo y alternativo.

Harvey confía en Maurice Prather quien a pesar de tener afinidad por la fotografía fija hace de la cámara de la película una de las mayores fortalezas, capturando la melancolía de la mujer que puede desdoblarse a un absoluto horror presente en establecimientos abandonados y en donde realmente es una fotografía bastante agresiva en su postulación técnica como el hecho de usar coches en tiempo real o de la intención de seguir personajes a través de escaleras en planos continuos. Esta expresión experimental también debo remarcar, se encuentra en el espléndido trabajo de montaje de Dan Palmquist y Bill de Jarnette, las cuales enfatizan detalles en primeros planos como parte de lo inusual o para que uno haga una especie de ejercicio mental para tratar de conectar los puntos del misterio de Mary (Candance Hilgoss) y por lo menos entender su caso, sin negar también de un ritmo bastante innovador en pequeños momentos, como un mecánico a punto de señalar el hogar al que va a ir la mujer para hacer un movimiento brusco de la cámara que diluye la escena de forma rápida y ya estamos en el cuarto de la casa de huéspedes al que deseaba ir.

Y sobre todo la música. Las palabras casi no logran hacerle justicia a lo contemplado en El carnaval de las almas, porque se trata de uno de los pocos casos en donde la diégesis y extra diégesis van en un retorcido matrimonio. La diégesis ocurre por ser música que la mujer toca en el órgano, pero el elemento externo proveniente del concepto de ser precisamente una película es que las composiciones de Mary se deforman a música infernal o misteriosa de forma que deja expresar de forma suelta y vigoroza, y que se adecúa al horror de la escena.

Es decir, es algo que expresa no sólo el cambio de la mujer y su entorno, sino que musicaliza la amenaza de la que es presa, es música que sale de sus manos pero que está en su mente y que explota en la película.

En El carnaval de las almas  impera la inquietud del ambiente. Uno desarrollado en un crescendo de incomodidad y de lo poco fiable que es contemplar algún registro de naturaleza en este universo planteado, el cual tampoco es que sea un efecto de pastelazo contemplado por último minuto. Cuando menos lo esperas la complejidad del guión de John Clifford te afecta, porque los fenómenos que acosan a Mary no tienen un razonamiento más allá de la concepción onírica, de que estamos frente a entidades incomprensibles y espectrales, pero no sabemos exactamente el por qué. Esta visión de surrealismo se va enfocando en la mujer y el espacio que considera maldito, pero que inevitablemente tiene la curiosidad de entender al igual que nosotros.

Y sobre todo en relación a lo avanzado que resulta el personaje de Mary para la época. Si bien es una mujer en desgracia dentro de la categorización de una scream queen, Clifford y Harvey ofrecen un distanciamiento del cliché de la época porque Mary es una mujer que a vista de un evento trágico que aparece en el inicio decide intentar superarse en todo lo establecido. Mary rehuye dentro de lo que socialmente se le dictamina ser al tratar de independizarse y de sentirse orgullosa de su trabajo como la mejor organista del condado, y sobre todo por ser una mujer que no desea tener aproximaciones o dependencias ni religiosas, ni sociales, ni sexuales. Sobre todo en lo tercero Mary rehuye los avances de su vecino el cual constantemente la trata como un pedazo de carne y esta es tan honesta que no da su brazo a torcer. Es cierto que en un momento se siente deseada y aprovecha esto para consentirse, pero no por ello significa que la película establezca la relación entre esta mujer y el pervertido como algo que vaya a suceder.

Es de hecho bastante trágico el encuentro de la mujer con el frívolo con John (Sidney Berger), porque ocurre cuando se encuentra vulnerable, cuando acaba de expresar la belleza de la música que aparece de su interior pero que inexplicablemente no parece entender ni disfrutar porque le tachan de vacía. Es en medio de esta expresión de liberación femenina que también se va desenvolviendo el horror de Mary al ser juzgada de algo que sólamente ella percibe y los demás no; El carnaval de las almas es señalada y celebrada porque a pesar de tratarse de una obra bajo los confines del horror, la expresión de una mujer con agudos padecimientos mentales como el de la disasociación y la esquizofrenia han sido reverenciados como cercanos a la realidad, y sobre todo de cómo el desmoronamiento de Mary termina siendo por las voces y la música que sólo ella parece intuir.

Es una tragedia que con el olvido del filme en su tiempo, también ocurriera lo mismo para Candance Hilgoss, la cual es fabulosa. Tiene el aspecto de una ratoncita tímida pero que poco a poco va disfrutando su libertad y experimenta orgullo, pero que Hilgoss aproxima con un semejante dolor e incomodidad que la quiebra y la pone a llorar y a deformar sus expresiones que si antes eran de curiosidad, ahora parten del horror y finalmente volver un cadáver sin sentimientos a una mujer a la que además todos le dicen que debería controlar su histeria.

Y Herk Harvey tampoco lo hace mal. Es un personaje sin voz ni diálogos, pero Harvey parece postularlo como un extraño ser infernal del que parece estar influenciado en las furias de Slakvo Vorkapich que a su vez trataba de recuperar la apariencia blanquecina guignol del cine mudo. Uno ve a Harvey como el enigmático líder de estos espectros, y encuentra paralelismos en el cine de David Lynch en su Twin Peaks o en el aterrador Hombre de la cámara y Frank de sus pesadillas de la urbe por las que es tan adorado.

A pesar de haber logrado la odisea de hacer una película sin tener mucho conocimiento sobre el largometraje, Harvey y su equipo encontrarían que lo más problemático sería con el tema de la distribución. Ya que no recibieron apoyo de parte de algún estudio grande, el equipo de Harvey encontraría un aliado a través de la productora Herts-Lion, pero la distribución era arriesgada porque la oferta sólo les prometía dinero a través del porcentaje de los ingresos de El carnaval de las almas, no de manera directa a través de la compra. Sin nada más qué perder aceptaron… y no sabrían de su película en un buen rato.

La necesidad de tener dinero hizo que Harvey emigrara un tiempo a Sudamérica para filmar comerciales y filmes educativas para Centron, pero al regresar a Kansas se dio cuenta de que Herts-Lion había estado muda respecto al dinero que debían. El carnaval de las almas no era precisamente una película estrambótica en la taquilla, pero lo suficientemente decente en los autocinemas en donde se proyectaba como doble función al lado de El mensajero del diablo (Herbert L. Stock, 1961). Y cuando Harvey y Clifford intentaron demandar a Herts-Lion se dieron cuenta de que la productora ya no existía por esta en bancarrota.

Para agregar insulto a la herida El carnaval de las almas estaba incompleta, porque Herts-Lion terminó por recortarle 9 minutos a la película de su duración original en medio de decisiones que alteraban el tono de ensueño original. Y así fueron más años de parte de Harvey sin saber qué pasaría con su película, la cual como no era dueño per pasaría a ser de libre acceso por no contar con derechos de autor.

Y si bien Harvey no desestimó el hecho de querer volver a filmar con una película que contemplaba como su segunda y ahora enfocado en hacer una comedia, las complejidades en torno a legalidades lo derrotaron, pero no sin antes esforzarse lo suficiente como para querer recuperar El carnaval de las almas. La película tendría una revitalización a través de muchas otras películas sin derechos de autor: las transmisiones por televisión de parte de cadenas que abonaban espacio sin programación hicieron que nuevas generaciones conocieran la película. Y si Harvey no pudo tener ingresos al respecto, con los ahorros de su vida logró conseguir obtener la copia original de su película para supervisar la restauración que tanta falta le hacía, restaurando su contenido original y durante su última etapa de vida por lo menos disfrutar y ser amistoso con entrevistas y documentales de su peculiar película hasta 1996, en donde fallecería de un caso de cáncer pancreático.

En estos últimos años no he dejado de pensar en que el cine del horror se ha alimentado y se ha desarrollado gracias a los outsiders, a aquellos que el sistema terminaría por escupirles y privarles de las manzanas doradas, del fruto de sus cosechas y de las complejidades de despedirte de aquello por lo que gastaste sudor y lágrimas. Romero, Deren, Murnau y Harvey forman de parte de ese círculo.

Uno exclusivo de sacrificio entero, pero que sin este el mundo perdería una cuota enorme de influencia y de un sentido de rebeldía y de, lejos de un freno para no hacer cine, esforzarte, porque si te vas a partir el lomo hazlo hasta que tu obra pueda cambiar el panorama de lo adscrito. Harvey hizo que el cine experimental y surreal surgiera a través de errores y de no saber firmar contratos, pero la valía esta ahí: la expresión del cine del corazón y sobre todo, de un horror que al día de hoy sigue siendo fresco porque sus hijos vástagos forman parte del petulante cine artesanal y de autor que en 1962 no se le podía etiquetar a un pobre diablo sin carrera.

Eso es más poder y rebeldía que debemos estar eternamente agradecidos y siempre recuperar, más en estas fechas del horror absoluto.

 

 

 

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