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viernes, abril 19, 2024

31 Días de Halloween: La cosa del otro mundo (1951).

Con la reevaluación del remake de Carpenter, la gran duda es si la versión original de La cosa tiene elementos que la hagan valiosa para nuevas audiencias.

Una de las grandes tragedias que le pudieron haber pasado a un montón de películas en el año de 1982, era no llamarse E. T. El extraterrestre (). No me malinterpreten: E. T. es una grandiosa película -y una de las mejores dentro del catálogo de Spielberg y la década en muchos sentidos- pero el fenómeno que representó en taquilla afectó de manera seria a otros proyectos que no podían competir con la escala de una película para toda la familia. E. T. representó además, un duro golpe a proyectos de una índole adulta de alto presupuesto, particularmente para Universal Pictures (estudio que irónicamente recibía ganancias estratosféricas por la película de Spielberg pero un fuerte rezago taquillero frente a las demás películas de ese año).

Quizás el caso más notorio sería el de John Carpenter, quien por primera vez en su carrera se aproximaba a un estudio grande, con un presupuesto elevado a comparación de sus anteriores películas y se entablaba en rendirle homenaje a una de las películas claves de su infancia con La cosa, obra maestra de la atmósfera, del horror corporal, de la apatía cargada de los setentas, y de una manufactura impecable… que nadie quiso ver. Al contrario: La cosa recibía pésimas reseñas de parte de críticos profesionales enjuiciándola de ser inferior a su contraparte clásica y fue un golpe tan duro para Carpenter que esto significó un punto importante para su percepción dentro de los estudios, quienes ya no iban a dejarle tan fácil la oportunidad de filmar algo de gran escala.

Afortunadamente con el paso del tiempo, La cosa obtuvo fervientes con las siguientes generaciones gracias a su aparición en el videohome y en tele por cable (por lo menos así puedo recordarlo desde niño viendo una película en donde un perro termina mutando de manera horripilante para desgracia de mi madre), opciones que sirvieron a una reevaluación no sólo de las audiencias, sino de la crítica que le daba el lugar que merecía.

Pero por desgracia esta reconsideración de La cosa dejó en evidencia la falta de memoria fílmica entre las audiencias, porque la versión de John Carpenter ocuparía el lugar de ser la original -más en relación con un fallido intento de reboot/precuela por el año 2011- omitiendo la existencia de La cosa del otro mundo de 1951, en parte por ser película vieja que no tiene propósito frente al impactante trabajo en efectos visuales de Rob Bottin, y también por el estigma que tendría por su condición de blanco y negro, un tema igual de tabú entre audiencias modernas.

A pesar de esto, La cosa del otro mundo es esencial no sólo dentro de las percepciones del propio Carpenter quien ha declarado en múltiples ocasiones ser fanático de la película original y posicionar a Howard Hawks como su director favorito y principal influencia, sino que además, La cosa del otro mundo antecedió a toda una generación de películas de invasores extraterrestres, y alimentó la lectura del pánico rojo que azotaba a Estados Unidos.

Es cierto que a comparativa es una película que adolece en la cuestión del monstruo, el cual termina siendo una especie de planta desarrollada en forma de superhumano el cual nunca termina por definir completamente sus habilidades, incluso es dejado de lado en múltiples ocasiones en donde ni siquiera aparece hasta pasada la hora de duración del filme, hasta llegando a atacar a los protagonistas que describen la bestialidad que a duras penas es presentada en pantalla, pero tiene una justificación válida. Christian Nyby dirige un guión de parte de Charles Lederer quien a su vez adapta la novela original de Joseph W. Campbell Jr. y en vista de la falta de presupuesto que pudiese hacer un monstruo más factible -el cual ya de por sí en el material original es algo medio risible, con piel azul y tres ojos- decide enfocar sus esfuerzos en entablar una camaradería con los humanos, los cuales terminan siendo postulados como protos evidentemente asociados a una condición varonil de la época.

Estos son hombres militares, respetuosos del uniforme, que no ceden a la aventura y que constantemente son representados como un hito máximo dentro de la sociedad a comparativa del equipo científico de la estación en donde se encuentran… los cuales son hombres de un interés egoísta de acuerdo a las condiciones en la que se están enfrentando y quienes a menudo reciben castigo de parte del monstruo quien es elevado de inteligencia por parte de estos hombres más torpes que aquellos que llevan órdenes. Como mencioné hace unos párrafos, La cosa del otro mundo se trató de una película pionera en establecer la mirada sociopolítica de parte de los Estados Unidos y el constante flujo de nerviosismo que corría a través de sus hombres de poder frente a la Unión Soviética en un mensaje que llegaría de forma más directa al público del país a comparación de otras obras que buscaban establecer una linea de paz entre naciones como El día que la tierra se detuvo de Robert Wise precisamente de ese mismo año.

Y a pesar de lo mucho que pueda sonar tedioso al ser una película panfletista, no lo es. Lederer logra un tono bastante atinado dentro de La cosa del otro mundo porque vemos estos actuares siempre con un imperante sentido del humor de parte del grupo militar sin llegar a ser payaso, pero sí atacando constántemente uno con el otro y más notorio en el caso de su jefe, el capitán Patrick Hendry, interpretado por Kenneth Tobey quien físicamente tiene un rostro avejentado y experimentado y que la película le exije no sólo tener un rasgo patriarcal entre sus compañeros, sino también establecer una constante tensión sexual -con todo y escena bondage que sorprendentemente está en una película de los años cincuenta- a través de Nikki Nicholson, una jovial Margaret Sheridan que interpreta a una ayudante de científico desinteresada en la labor militar y de un juego de interés frente a un hombre reacio para no quedar mal frente a sus similes, pero que termina entendiendo el juego del que cual forma parte en momentos bastante hilarantes de indirectas rápidas.

De hecho esta condición de diálogo acertivo y cómico es parte de la teoría de que Hawks fungió como director dentro del proyecto, lo cual es un mito que se ha prolongado por años dentro de Hollywood y en cualquier material textual referente al clásico, dejando de lado el trabajo de Charles Nyby, el cual era montajista habitual de Hawks y quien logró filmar esta película de parte de un favor del director, al cual obviamente por haber estado tratando en una sala de edición entendía a la perfección en cuanto al trazo de los personajes, tono, y también dentro de cómo postular la acción en la cámara, la cual es poca, pero bastante efectiva, particularmente la famosa escena en donde el monstruo es envuelto en llamas, una escena de alto riesgo no sólo para el pobre diablo adentro del traje alienígena sino para los involucrados que andan jugando con keroseno como si fuera agua.

La cosa del otro mundo se ganó un espacio dentro de la crítica de Estados Unidos curiosamente por ser una película clave en la infancia de muchos de estos tipos que veinte años después comenzarían a escribir de cine y la establecerían como pieza clave dentro del horror espacial y de la cual verían eternamente reverenciada de manera literal -como Carpenter quien la plantea como lo que era para él y sus similes: una infaltable dentro del maratón de Halloween– así como argumentalmente como en películas como Alien: el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) y el Frankenstein de la productora Hammer. Este grupo de críticos al ver que una de sus películas añoradas recibía un remake que buscaba olvidarla se pusieron reacios como perros rabiosos, quebrando la versión del ’82… e irónicamente es lo que está pasando en tiempos modernos. Debemos cambiar esa situación frente a una película bastante entretenida dentro de las condiciones de su época y, que de no haber existido el panorama del horror hubiera sido bastante diferente, con decir de que tiene uno de los primeros brazos cercenados gráficos en una producción de ese entonces ya de por sí la vuelve pionera en uno de cientos de sentidos.

Eso sí: prepárense a escuchar la frase Holy cats unas 100 veces.

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