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viernes, mayo 9, 2025

31 Días de Halloween – La dimensión desconocida: la película (1983)

Lo que bien pudo ser una muestra de entusiasmo y fanatismo a la obra magna de rod serling, terminó degenerándose a una serie de excesos que tacharon por mucho tiempo a la generación del nuevo hollywood.

Rod Serling fallecería de forma trágica a la edad de 50 años; su dependencia al tabaco le vendría degenerando una deficiencia pulmonar y cardiaca que en medio de una cirugía a corazón abierto tras tres infartos, no resistiría más el 28 de Junio de 1975.

Así, el mundo perdía a una figura por demás importante dentro de la ficción, porque Rod Serling fue pionero en acomplejar las posibilidades dentro de la narrativa norteamericana a través de sus programas en algo llamado La dimensión desconocida, que pésele a quien le pese, se trata de la serie de televisión más importante de la historia. La dimensión desconocida a pesar de sus burdos presupuestos -irónicamente arriba de la media que podía soportar CBS– era la prueba fehaciente de que si se plantea una idea crítica y compleja en un programa, las audiencias la devorarían y entrarían en debate, porque si bien lo que postula La dimensión desconocida a nivel visual es algo entre monstruos y extraterrestres, entre situaciones de lo extraño y de la paradoja, lo que deja a relucir siempre es la complejidad humana vista desde un vitriol gris en donde la ambición y egoísmo se notan, pero Serling también de forma astuta dirige esta atención a los problemas de su momento y del ahora como el racismo o la infelicidad de la clase media entre otros, siempre tratando de mostrar que las virtudes de la bondad y nobleza podrían arreglar nuestro podrido mundo.

La dimensión desconocida planteó un paradigma sin ser didáctica ni predicadora a nivel delator en la televisión de Estados Unidos acostumbrada a los programas que vendían chatarra y comerciales, y Serling estaba consciente del fenómeno que causó porque ni tarda ni perezosa la competencia vendría con otras otras series de antología paranormal y las películas con un interés de la narrativa retorcida comenzaban a tener éxito… que es a donde Serling buscaba apuntar: esa era su meta final.

De hecho fue lo que le hizo tomar una decisión bastante torpe, porque al igual que muchos otros creadores de la cultura popular, este finalmente accedería a las propuestas del Goliath del que alguna vez trabajó: CBS, quien compraría los derechos de transmisión de la serie y por ende, lo referente en cuanto a posibles resurrecciones de la franquicia y mercancía en años venideros que Serling naturalmente no veía venir, consolado con el acceso de los derechos en formato de publicación textual -de ahí que existan varios libros publicados y editados por su pluma y una longeva y popular revista- y el posible desarrollo y supervisión como productor ejecutivo de una película.

Eso es algo que no olvidaría Ted Ashley, quien pasaría de ser el agente de Serling en la etapa de oro de su proyección televisiva, a dos años después de su muerte conseguir un puesto como presidente de junta directiva de nada más ni nada menos que Warner Bros y quien, envalentonado por el resurgimiento de la ciencia ficción a finales de los setentas como un semillero del blockbuster, pensó que la carta de poder y legado de La dimensión desconocida podría salir a relucir.

Ted Ashley se encontraría así, con el mismo bache que Serling, porque si el peso de la serie era suficiente para que la gente volteara con atención, el qué hacer con ella generaba más dudas que respuestas. Por años Ashley, al lado de Carole Serling -la viuda de Rod– y Mark Rosenberg intentaron buscar éxito en otros guiones fílmicos a los que les simplemente le pondrían el sello de identidad y calidad de La dimensión desconocida sin ser precisamente el origen del proyecto en sí. Esto tendría fin en la etapa de Ashley dentro del estudio para 1982, pues sería suplido por Robert Daly y este a su vez se apoyaría por la nueva labor de Terry Semel, quien anteriormente era administrativo en el departamento de ventas del estudio, y ahora pasaba a la dirección de este (sí, esos ascensos son tan extravagantes).

Toda esta odisea corporativa confusa tiene razón de aparecer en este texto, porque Semel fue el primero que consideró dejar el proyecto a manos de otras personas, lo que quiere decir que Warner Bros no precisamentemente tenía a La dimensión desconocida: La película como una de sus principales cartas de producción, buscando de forma astuta ser distribuidores y productores a baja escala, mejor acercándole el proyecto a otros que buscaran consolidarlo de forma independiente, y esto se logró platicando con el nuevo Hollywood, idea extravagante que funcionó para Semel, porque en una junta exclusiva con Steven Spielberg, lo veía saltar de su silla emocionado y aceptando el proyecto sin chistar.

Spielberg parecía la persona indicada para la dirección de La dimensión desconocida: la película; no sólamente estaba en la cima del mundo ese año con el dobleteo de E. T. El extraterrestre y Poltergeist (Tobe Hooper) que se le sumaban a Cazadores del arca perdida (1981), Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y Tiburón (1975) como las películas más taquilleras de la historia, también es que Spielberg le sentía un afecto tributario a Serling, puesto que uno de sus primeros trabajos profesionales fue en la dirección de un segmento del piloto televisivo de Galería Nocturna (1969), en donde trabajaría al lado de la imponente Joan Crawford. Finalmente Spielberg fue el que tomó la decisión de retomar un formato añorado por Serling, de que la adaptación de La dimensión desconocida fuera a través de una antología, no de ideas nuevas, sino como una carta de agradecimiento de parte suya y de varios amigos suyos quienes tenían la oportunidad del millón: readaptar su episodio favorito de la serie bajo los estándares modernos.

Es muy complicado hablar o escribir de La dimensión desconocida: la película porque la conversación popular moderna gira en torno a un sólo elemento. Es más: mucha gente ha empobrecido su conversatorio porque sólo termina hablándose del accidente que terminaría con la vida de Vic Morrow, Myca Dinh Le y Shin-Yi Chen por la irresponsabilidad de los involucrados dentro del filme, a tal grado de ni siquiera haber visto la película en sí y perpetuando el mito de que el accidente y la escena están presentes en el corte final de la película.

Claro que es absolutamente necesario mencionar el accidente pero no nada más por un asunto morboso y de corte criminal que genere vistas infinitas en videos de Youtube, sino porque nos da un acercamiento a la mentalidad increíblemente pomposa y ególatra de los involucrados principales, fuera Frank Marshall, Steven Spielberg o John Landis. Estos tres hombres pensaron que tenían las glorias de Hollywood a tal grado de no contar con un decoro o resguardo frente a las actitudes de producción que tenían que tomar en mayor medida unos que otros. De cómo Landis pensó de alguna forma estar canalizando la forma de dirección dictatorial de añejos héroes como Cecil B. Demille o Fritz Lang cuando la visión de autor chocaba con la del estudio y el presupuesto, pero también con el poco valor integral de los miembros de la producción quienes eran totalmente desposables y sobre todo, de la nula culpabilidad dentro de un sistema que los exoneró al acabar con la vida de dos niños migrantes sin derechos laborales y una añeja estrella de cine. Si Hollywood había dado una fuerte tunda a la nueva generación que despedía la década de los setentas con rotundos fracasos taquilleros por donde se le viera, de alguna forma La dimensión desconocida: la película consagró este infantilismo de parte de los participantes con una crudeza de la que jamás pensaron formar parte y que pediría una maduración en torno a lo que estaban realizando: de alguna forma esto los hizo tocar fondo.

Y es complicado trazar un texto que hable de la película porque honestamente el fenómeno de producción y consecuencias por algo llegan a ser el tema de conversación a 40 años de su estreno: La dimensión desconocida – la película no funciona la mayor parte del tiempo, y puede ser que el factor principal radique en cómo es la lectura de la serie clásica por parte de la gente que creció con ella.

Al ser una película de modalidad antológica, se tiene que revisar cada segmento por individual, aunque existe una pseudo conexión en forma de prólogo y epílogo dirigido por Landis, que de forma más absurda refleja su acercamiento a la serie que su segmento base.

Este prólogo nos rememora a Un hombre lobo americano en Londres (1981) con dos sujetos en medio del desolador paraje de la medianoche escuchando Creedence y teniendo conversaciones burdas. Landis en guión es más efectivo al razonar las convenciones del género dentro de estas modalidades banales, porque termina naturalizando el entorno dispuesto a un giro estremecedor, pero en el discurso expreso en los dos personajes, existe una mitificación en torno a la televisión que van desarrollando como habituales consumidores de la media americana cultural. Van tarareando temas musicales en un proceso que no parece dar más luz de día o existencia de otros seres humanos dentro de la carretera e inevitablemente llegan a discutir La dimensión desconocida. Landis aquí mitifica la serie y del cómo actores de la misma edad y generación que los que están detrás de cámaras, ven a la serie de Serling como algo que les dejó marcada una cicatriz infinita a través de resúmenes de episodios remarcando sobre todo los giros argumentales.

Es controversial esta lectura de La dimensión desconocida como algo méramente para espantar chiquillos, pero era la realidad y no se puede negar que causa un efecto estremecedor conforme avanza la discusión… la cual Landis termina dinamitando con un propio giro que establece en el relato supuestamente para aludir la estructura de guión de los relatos de Serling fallando en este entendimiento… porque el giro -si bien es efectivo- termina saliendo de la nada y no alude o se presta a estas posibles comprensiones de lo palpable: no dice nada.

Landis no mejora en su segmento principal, Tiempo Fuera, igual un material relativamente nuevo que no adapta per sé un episodio de la serie, pero sí canibaliza un tanto su concepto del viaje en el tiempo. Es un segmento que quiere buscar un crescendo sobre el personaje de Bill Connor (Vic Morrow) y su experiencia en carne viva respecto a su latente racismo, pero Landis lo plantea de una forma bastante inepta sin dar espacio a una reflexión porque constantemente castiga al personaje sin darle tiempo de razonar siquiera lo que le está pasando, lo cual termina por volverse reiterativo.

Mucho más cuando las ya mencionadas problemáticas de producción le dejan con un final insatisfactorio y que repite el mismo escenario.

Landis no tiene excusa e incurrió en un homicidio accidental… qué excusa tendría Spielberg.

Spielberg dentro de su trabajo en La dimensión desconocida: la película fungía como productor al lado de su amigo y era un sujeto bastante emocionado con la idea de llevarlo a cabo, decidiéndose por adaptar Los monstruos se encuentran en la calle Maple Street, un legendario episodio que habla del temor del comunismo latente entre los habitantes de un condado americano con miedo a una invasión extraterrestre que termina por dinamitar su confianza como vecinos; pero las dificultades legales tras el suceso del segmento de Landis le hicieron distanciarse, cambiar de último minuto su segmento por Patea la Lata, uno que no requeriría de mayor complejidad de producción y que parece apuntar a primera vista a las sensibilidades del director.

En pocas palabras: la peor cosa que Spielberg ha realizado en su carrera… en serio.

Es muy extraño ver que Spielberg que trataba de ganarse posición como director interesante y propositivo a nivel mundial terminaba obteniendo calificativos como endulcorante y manipulador extremista por parte de la crítica de antaño renegada a la llegada del blockbuster que fundía cerebros y carteras, de cómo era un sujeto sin gracia y aludiendo a una nostalgia inmunda que revelaba una visualización del mundo cero compleja inmadura. Spielberg en el fondo de sus películas ofrecía planteamientos entretenidos pero atrevidos, de una complejidad técnica insuperable y gracia en la comprensión del montaje y acompañamiento musical… estaba más arriba de la medida que no le querían acreditar.

Por lo que es bastante extraño ver que en Patea la lata Spielberg termina precisamente aludiendo a estos calificativos negativos, no precisamente de forma objetiva pero sí alimentando a esta construcción de un director mediocre que terminaría por rondarle durante el resto de su carrera de los ochentas. Patea la lata se siente irreal: parte dentro de esta construcción de la suburbia americana en una tercer parte de esta trilogía propuesta por el extraterrestre que quiere hablar a casa y la niña que se mete al televisor, pero posee un aspecto visual incomprensible dorado enternecedor que no sería tanto un problema si de verdad la forma en la que estructura la puesta en escena no fuera a falta de otra palabra: amateur, lo cual también es irónico considerando que el diseño de producción recae en Jim Bissell, el mismo que trabajó con Spielberg en E. T.

El giro no se construye de forma atractiva y lo que dispone ser una carta para el niño interno que todos tenemos -parte de la filosofía de Spielberg al ser el niño perdido del cine- termina mostrándose sin magia, con ancianos que saltan a arbustos y salen siendo niños con un tema musical mágico cómico más similar a una representación teatral de primaria torpe y sobre todo aburrida.

Si uno decide soportar La dimensión desconocida: la película hasta este punto de mediocridad, es cuando la película termina ofreciendo lo que prometió y de forma fantástica. Esta es una película que ofrece el punto más bajo de dos de los directores más prometedores de Hollywood de ese punto, pero que encuentra consuelo en los otros dos que juntaron que casi nadie conocía y que logran ensanchar los relatos clásicos también aportando parte de su cosmovisión fílmica y reflexión filosófica.

Joe Dante -traído por Spielberg que no le ha quitado un ojo de encima desde que hizo Piraña (1978) y fue la razón por la que contratara a Dee Wallace en E. T. tras haber visto El aullido (1981)– refresca el clásico de Es una buena vida. Si antes el episodio de un niño maldito con poderes se expresaba para mostrar de forma aguerrida el imperamento social que acepta cualquier condición tradicional a pesar de ser incongruente en un ecosistema de un niño y su familia secuestrada, aquí Dante apoyado por Richard Matheson -sin lugar a duda el guionista más exitoso de la serie original y que repite labor en el trabajo de George Miller– decide explorarlo de una forma más cercana a su fascinación ante la cultura popular, de cómo se expresa de forma reflejante en un niño alimentado por las caricaturas clásicas -un elemento que se repite en toda la filmografía de Dante– en este doble filo de lo banal al reinterpretar mensajes que expresan vaciladas pero que a su vez conectan de forma universal en todo ser pensante.

No quiere tener la sutileza de darnos cuenta sobre los supuestos poderes porque de inmediato Dante le da un retorcido humor al relato generando un expresionismo en la casa de Anthony (Jeremy Litch) que grita peligro para el perplejo personaje de Helen (Kathleen Quinlay) incapaz de entender las señales extrañas como los coches descompuestos en las afueras de su casa o de la apariencia descuidada y desigual de los familiares del niñolos cuales terminan siendo torturados al entender que la casa es parte de la retorcida psique del niño, inspirado por estupideces en la televisión que han mutado su moralidad aprovechando Dante para hacer sufrir a Kevin McCarthy, actor fetiche de su filmografía y estelar de La invasión de los usurpadores de cuerpos (Don Siegel, 1956) con los espectaculares monstruos de Rob Bottin.

Y este surgimiento dentro del horror queda mucho más explayado con George Miller.

Desde el minuto cero de su adaptación de Pesadilla a 20 mil pies de altura presenta su carta ganadora al deformar el rostro de John Valentine (John Lithgow) en acabados Munchianos. Si antes el relato clásico trataba de un pobre piloto con un trauma accidental que le hace ver al gremlin destrozando el avión sin apoyo ni de su esposa, Matheson exprime al personaje dándole un patetismo paranoide. Al tratarse de un monstruo que se encuentra destrozando el avión, Miller decide hacer de sus apariciones poco difusas, a tal grado de que no podemos definir su cuerpo o acción gracias a la incesante lluvia que azota el vidrio, nos pone en una posición pasajera en donde eso sí: todo el tiempo estamos viendo el rostro de pánico de Lithgow de forma tan visceral que casi podemos percibir el olor de sudor que recorre su rostro palideciendo de ser el único que es capaz de condenar o salvar a la tripulación, que sobra decir son nefastos.

Personajes tan coloridos como el pobre Valentine que va desde una escuincla con cámara y resongona hasta una especie de Hercule Poirot encubierto bastante inútil. De los 4 resulta ser el más entretenido y funcional también apoyado por el incesante score de Jerry Goldsmith, quien era también un habitual compositor dentro de la serie original y que incluso hace un juego referencial al darle un tema musical al gremlin que para el año siguiente, repetiría bajo la saga dirigida por Joe Dante.

Si se toma como un filme corto con estos dos proyectos La dimensión desconocida: la película resulta un refrescante momento y divertido, incluso un gran trampolín para conocer la serie original y del por qué es tan importante y quizás lo más positivo que detrás de todo esto, es que Dante y Miller curiosamente saldrían airados del suceso y son puntos necesarios a entender dentro de sus carreras.. Los otros dos segmentos arruinados por las consecuencias funestas que han manchado la película más bien son la gran mancha de lo que bien pudo ser la montaña rusa del verano del ’83 en cuanto a horror, pero que demostró más al ego desmedido de varios.

La dimensión desconocida: la película se encuentra a la renta en la plataformas de Youtube, Apple y Amazon.

 

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