- Publicidad -
viernes, abril 26, 2024

31 Días de Halloween: La maldición del hombre lobo (1961).

A pesar de que Hammer trajo de vuelta a Drácula y Frankenstein con una nueva perspectiva sangrienta y sensual, con los demás monstruos de Universal el estudio no tendría suerte, como fue el caso del hombre lobo con un muy joven Oliver Reed.

Hacia finales de los cincuentas, la productora Hammer encontraba para lo que estaba destinada a ser recordada; ya había existido desde los años treinta siguiendo tendencias de comedias y películas sobre criminales, pero fue cuando intentaron hacer horror que de pronto sus ganancias exedían lo impensable. Comenzando con Quatermass -un personaje de la BBC– para pasar por el sacrilegio de retomar a los monstruos de Universal Pictures y acomodarlos bajo sensibilidades que, entre veinte años de diferencia pedían sangre y sensualidad.

Y así fue.

Frankenstein y Drácula fueron éxitos de taquilla y críticos, que para el segundo representó una mina de oro que usaron en desmedida e impulsados bajo los subgéneros que aparecían con popularidad durante un rango que abarcó hasta los setentas. Hammer fue inteligente de precisamente no pelear al principio con Universal, los cuales si bien no tenían los derechos per se de ciertos monstruos al tratarse de adaptaciones literarias salvo Drácula -y por el concepto de obra teatral, no la novela de Bram Stoker, que sí compraron un tiempo… es complicado y de hecho hicimos un video al respecto- se acercaron a la productora inglesa con la invitación de que reanimaran las franquicias que habían construído la valía de Universal en el terreno del horror taquillero.

La propuesta se haría con la intención de que fuesen co producciones, así Hammer podría alterar a los monstruos con violencia mientras que Universal no ponía dinero dentro del proyecto y así, si fuera exitoso quedarse con mucho del crédito, y si fuera un fracaso, adjudicarlo como algo fuera del nuevo canon. Fue para la llegada de los sesentas que Hammer pondría atención a otros monstruos de la compañía tras el éxito de La momia de 1959. y apuntaron a producir una revisión del monstruo que conforma la triada de poder que siempre suele pasar desapercibido: el hombre lobo, aunque esta decisión de producción, fue de último minuto.

Originalmente el estudio había obtenido un set y vestuario de índole española para una producción llamada El rapto de las Sabenas, película que adaptaría el relato mitológico romano en donde los soldados romano roban a un puñado de mujeres sabines y se desata un conflicto al respecto. La intención de Hammer era la de trasladar el mito hacia tiempos de la Santa inquisición, pero tras escuchar quejas de grupos cristianos sobre lo que harían y con temor a que la película se prohibiera, cancelaron el proyecto en donde Michael Carreras -originalmente el director del proyecto- abandonaba la filmación en respuesta (El rapto de las Sabenas siempre sí terminaría siendo filmada, bajo la dirección de Alfredo Gout pero manteniendo el contexto romano). En vista de que no querían perder dinero, movieron la producción que contemplaban de Hombre lobo de París -basada en la novela de Guy Endore– para que se filmase en un contexto español, pero trayendo a un veterano del estudio para que se encargase de la dirección: Terrence Fisher

En su tiempo La maldición del hombre lobo tendría una pésima recepción. Los críticos y audiencias tachaban de sosa una película que a comparación de las demás del estudio, fallaba en la violencia y en el valor sensual agregado. Si bien es cierto este sentido, La maldición del hombre lobo puede que se trate de la única película del estudio en la que de verdad le importa generar una empatía frente al monstruo y su condición, esto a través de un extensísimo prólogo para que podamos entender hasta cómo llegó a ser lo que es.

Desde un inicio la película plantea varias cosas dispares con el martirio de un vagabundo que es reprendido de su condición económica a través de una boda a la que asiste y termina siendo el bufón, el cual cuando responde de manera íntegra al papel que ahora representa, es castigado con una crueldad inusitada; tenemos empatía por el sujeto que termina viviendo en los calabozos y una joven que le atiende parece ser su único amigo… y luego La maldición del hombre lobo desestima esta relación con una cruenta y barata escena de violación, un traspaso de locura y maldición que pasa del vago, a la joven que le cuida, y quien de pronto es aceptada en la familia de Don Fernando Corledo (Clifford Evans) la cual trata de ayudarle pero que no puede evitar de que su hijo nazca en plena festividad navideña, algo de mala suerte para aquel que se atreva a prestar atención ese día.

Este planteamiento de sufrimiento generacional en otras manos quedaría recortado a partir de este suceso, pero Anthony Hinds extiende esta historia para proseguir con lo que el joven Leon Corledo sufre desde que es niño, y esto ocupa más de la mitad de la película el cual no es pésimo, sobre todo contando con la actuación de Clifford Evans como un benevolente Don Fernando, quien trata de atender la condición de su hijo y quien se apoya de la tierna Teresa (la matriarca y graciosa Hira Talfrey).

El principal problema es, que para el término del flashback ahora nos trasladamos con un joven Leon Corledo interpretado por Oliver Reed –en su primer papel- quien a pesar de entregar una actuación memorable como un hombre apuesto y sensible que termina presa de su condición vil (muy al sentido natural del propio Reed, un hombre fino pero que podía ser volatil en compañía del alcohol), ahora cuenta con muy poco e injusto tiempo como para desarrollar al personaje en tiempo presente: su amorío del que forma parte triangular con Christina (interpretada por Catherine Feller, a quien los papeles de española le terminarían acompañando durante su carrera), el abandono de su casa para buscar un empleo, sus amistades, sus celos e incluso su licantropía aparecen a lo mucho sólo por una secuencia con prisas y poco espacio para generar sentimientos dentro de las audiencias… y esto es un pesar porque incluso la presencia del monstruo alterno de León Corledo es presentado no precisamente como un come sangre, sino como una víctima que busca ser abatido para no dañar a sus seres queridos ya que si lo hace, queda desmoronado emocionalmente.

A pesar de esto Fisher dirige con la fineza de la que era reconocido como el director favorito de Hammer, particularmente -y eso no se le reconoce muy seguido- por aprovechar su producción y especialistas de efectos atendiéndolos con respeto y exprimiendo secuencias dinámicas. Aquí lo que tenemos es a Roy Ashton en el maquillaje del monstruo, el cual adquiere unas facciones más expresivas a comparación del trabajo de Jack Pierce en El hombre lobo (George Wagnner, 1941) de Universal. No es precisamente muy peludo y queda como anillo al dedo para Reed en su contorno fornido quien además de portar el maquillaje participó en las secuencias de acción en donde su hombre lobo escala edificios españoles huyendo de una muchedumbre (de nuevo, a la que no quiere dañar).

La maldición del hombre lobo tristemente sería la única película del monstruo que Hammer haría, viendo los nulos ingresos de taquilla que esperaban con ansias y parte de un desestima que poco a poco tendrían con Universal quien se estaba aprovechando de la inexperiencia de los ingleses (situación que explotaría con la producción de El fantasma de la ópera de Fisher para el año siguiente). Aún así vale la pena repasarla por ser una de las pocas de esta etapa que no cuenta ni con Peter Cushing ni con Christopher Leer y como prueba de que incluso en su primer papel, uno recortado en extremo tanto por el estudio como por la censura -debe de haber una versión más extendida de esto- Oliver Reed profesaba una calidad y presencia artística envidiable que gente como Ken Russell aprovecharía precisamente por verlo en extremo peludo.

 

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO