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viernes, abril 19, 2024

31 Días de Halloween: Los asesinatos de la calle Morgue (1932).

Los crímenes de la calle morgue fue el proyecto de Bela Lugosi tras Drácula, que mostraba su talento innato para el horror y personajes complejos… que las audiencias no quisieron apoyar ni en 1932, ni hoy.

Algo que vas aprendiendo si eres fanático de los monstruos de Universal, es que es una franquicia enorme, pero que de alguna manera el inconsciente colectivo popular sólo ha relegado en sus monstruos más icónicos en algo bastante ignorante de parte de Universal, es un legado que se ha estado mnimizando conforme llegan las nuevas tecnologías y el catálogo de los monstruos que era bastante decente -aunque no completo- en VHS para la llegada del DVD y Blu Ray terminó restaurando sólo las franquicias de Frankentestein, El monstruo de la laguna negra, Dracula, La momia, El hombre Invisible y El hombre lobo… ni se diga de la llegada del formato streaming en donde a duras penas siquiera el principe de los vampiros y la tragedia del cadáver resucitado son los que tienen movimiento dentro de los catálogos digitales.

Lo cual es una pena, porque adentrarse en las otras producciones rechazadas nos dice mucho del panorama de la industria, de la velocidad de estos productos que se hacían como pan caliente porque eso era para las audiencias que estaban deseosas de devorarlas;  quizás es que también existe un dejo de autocensura porque son películas que inevitablemente tendrían lecturas poco dignificantes no sólamente dentro de lo presente en la duración de cada una, sino del star system de Hollywood que exigía demasiado y no todos pudieron seguir el paso.

Como fue el caso de Bela Lugosi.

A pesar de Lugosi fuera la cara del horror sonoro al interpretar a Dracula en 1931, la producción de esta película fue una tormenta de problemas entre directores y escritores y los derechos originales de la novela y obra teatral, por lo que a pesar de ser un producto bastante reedituable, la dureza de controversias en el set cayeron directo a Todd Browning quien había dirigido la película con un notorio desinterés aumentado por sus problemas con el alcohol, lo cual hicieron que terminara su contrato recién adquirido del estudio para regresar a MGM; por otra parte Lugosi se había portado como un divo para los estándares del estudio que no podían aceptar y mucho menos de un inmigrante húngaro, por lo tanto las leyendas que hemos escuchado como trivias pueden que hayan sido represalias contra su imagen y relación frente al estudio.

Originalmente postulado para aparecer en Frankenstein bajo la dirección de Robert Florey, los dos fueron suplidos bajo los nombres de James Whale y Boris Karloff como director y protagonista respectivamente, y el comodín de Florey fue posicionado en otra producción, una que considerando el regaño que obtuvieron tendría total libertad creativa, algo que Florey enteramente agradeció y que tomó como su primera gran oportunidad de exponerse en el sistema de Hollywood tras haber sido reportero, crítico de cine y realizador experimental (bastante anárquico por cierto).

La libertad de Florey frente a su proyecto es algo que hasta este punto en los monstruos Universal no se había sentido, porque de plano estamos frente a un filme de expresión y de actitudes que además estaban picando a la condición cada vez más latente de censura dentro del Hollywood clásico. Florey adapta el relato del mismo nombre de Edgar Allan Poe, pero termina apuntando a un interés de volver su película una especie de remake de El gabinete del doctor Caligari (1921) de Robert Wiene en uno de los primeros usos del cine norteamericano de aceptar la influencia directa de un trabajo fílmico, la novedad aquí es que se trata de una película de 10 años de antigüedad, relativamente nueva.

Este proceso de mezclar las dos historias no siempre es muy útil dentro del argumento que a menudo cojea y que tiene por alguna razón la obligación histórica -considerando el hecho de que Los crímenes de la calle Morgue es el proto relato detectivesco- de usar un segmento delator del relato original de Poe que en sentido literario funciona porque son los sospechosos dialogando sobre posibles teorías de lo que ocurre con el dectective Dupin (Leon Ames), pero que Florey alarga en momentos de comedia tradicionales para la época, considerando las susceptibilidades de las audiencias que necesitaban un respiro.

Y vaya que lo necesitaban para Los crímenes de la calle Morgue. Pasando por lo explícito tenemos una morgue -otro primero en el cine- pasando por la un personaje de prostituta y un doble asesinato entre navajas que deja ver las heridas y cadáveres que sirven como jumpscares, pero es a través del profesor Mirakle (Bela Lugosi) y su relación con Erik lo que resulta más perturbador. Mirakle es un hombre de ciencia retorcida en donde considera que su simio forma parte de una cadena evolutiva a la inversa; no se trata de un eslabón del pasado sino el superior. Aprende su lenguaje y encima de eso le quiere obtener una hembra… humana.

La implicación de que el doctor Mirakle captura mujeres y las sujeta para experimentar con la “sangre” de su mascota para poder comprobar la afinidad de fertilidad que esta pueda tener frente a un simio por demás lascivo, todavía estremece y más por la entrega de Lugosi. En Los crímenes de la calle Morgue Lugosi es mucho más frenético, lejos de una atavío de elegancia, literal predispuesto a ser vil gracias a unas cejas que le dan una mayor expresividad a su rostro, y está lejos de ser un personaje redentivo, algo que es señalado como elemental dentro de los monstruos populares de Universal. Mirakle es un personaje desalmado cuya función científico loco es para satisfacer su curiosidad impuesta en un animal controlado por sus impulsos sexuales y sin un dejo de ética ni un eslabón humano por el qué preocuparse.

Los crímenes de la calle Morgue es una visión decadente de un personaje grotesco y al que Florey le inyecta un mayor condicionamiento estético radicado en el expresionismo alemán como ninguna otra película norteamericana de su época. Si ya iba a aludir la obra de Weine en argumento, también lo iba a hacer visualmente; es a través de su extensión estética en donde podemos ver vistazos de lo que pudo ser Frankenstein: un espacio repleto de sombras, de edificios retorcidos y neblina, unas calles de París repletas de mugres, pero también de personajes secundarios que están lejos de tener un atractivo porque se trata de vagabundos o borrachos, un contraste directo a la elegancia petulante de nuestros heroes.

Más sorprendente es el trabajo de Karl Freund, de quien ya platicamos en estos textos por ser el director de La momia de ese mismo año y quien hace gala de su trabajo como camarógrafo atendiendo las percepciones estéticas que tan bien manejaba y de vez en cuando ofreciendo encuadres bastante anormales dentro del cine de ese entonces, como una toma en donde sigue a una mujer subida a un columpio y la cámara sigue el movimiento del mecanismo con un mecanismo que debió de ser demasiado complicado de contemplar en 1932, porque realmente no hay otra escena que se le pueda acercar en esa intención; lo curioso es que es sólo un detalle estético libre de extensión argumental pero completamente dentro del terreno del ambiente y de un tono naturalista, que probablemente hizo que más de uno se mareara.

Los crimenes de la calle Morgue fue vilificada por estos tonos sexuales que la película no intenta ocultar y que para el horror significaban mucho más controversiales y espanta moralidades, de ahí que no sólo fuese mal recibida en su tiempo: fue un desastre de taquilla. Esto terminó por ser el último clavo para Lugosi en Universal quien se desprendió del actor y su contrato de exclusividad para enfocarse en Karloff, a quien tenían más asegurado como estrella del horror. Esto cambiaría 2 años después -el tiempo era express en ese entonces- cuando a alguien se le ocurrió la grandiosa idea de mezclar a los dos titanes del horror usando como referencia un relato de Edgar Allan Poe, por lo que Los crímenes de la calle Morgue no sería en vano.

Mucho más si consideramos que es muy probable de que un tal Merian C. Cooper viera la película y ensoñado por ver a un simio capturar a una mujer y colgarse por los edificios de noche atendía un deseo de plasmar esto en la pantalla grande a través de la octava maravilla del mundo, un año después.

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