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martes, abril 23, 2024

31 Días de Halloween: Terror en la Bahía (2012).

Uno no pensaría que un director tan consumado como Barry Levinson podría adoptar las tendencias modernas dentro del subgénero del found footage para entregar una de las películas más incómodas sobre eco terror.

Si pudiera describir la carrera de Barry Levinson, es como la de muchos dentro de Hollywood: fugaz. Fue un director con auge fenomenal de credibilidad crítica en los ochentas a través de comedias dramáticas como Buenos días Vietnam (1987), la nostálgica Las aventuras del Joven Sherlock Holmes (1985) y con mayor éxito en 1988 gracias a Cuando los hermanos se encuentran, por increíble que parezca la película más taquillera de ese año y la gran ganadora de los premios de la Academia de ciencias y artes cinematográficas en donde obtendría mejor película, mejor director, mejor guión original y mejor actor para Dustin Hoffman.

De ahí para adelante, Levinson tendría de vez en cuando reconocimientos por sus guiones y dentro de la exploración temática en sus películas sobre su natal Baltimore o sobre la corrupción moral de norteamérica en Bugsy (1991) o Wag the Dog (1997), pero jamás el mismo nivel taquillero que en los ochentas. Quizás fuese una especie de castigo no oficial cuando Levinson en 1992 ofrecía una película bastante anormal para 20th Century Fox llamada Juguetes, protagonizada por Robin Williams y un severo fracaso de taquilla que para el estudio importaba, pues se trataba de su segunda película más cara de ese año (la primera, si tomamos en cuenta de que El último de los mohicanos de Michael Mann era co producción). De vez en cuando Levinson recibiría una oferta blockbuster que dirigió tonos bastante cómodos y apagados, sin las diferencias autorales notorias y curiosas como lo hicieran otros de su tipo como Robert Zemeckis… más cercano a la mediocridad sin textura de Ron Howard.

Y, de pronto… Levinson tomó notoriedad.

Barry Levinson abandonó un poco el interés de filmar drama durante inicios de la anterior década, ahora interesado en registrar el fenómeno climatológico decadente de la bahía de Cheapesake, bahía dentro de Estados Unidos bastante importante por ser una de las principales en esta simbiosis con el ser humano y el medio ambiente de múltiples formas, a la que la explotación de la caza de ostiones ha cambiado la filtración de toxinas y sobre todo, la preocupación de la contaminación del agua generada por materia fecal del ganado. Levinson comenzó a documentar estos fenómenos pero se daría cuenta de que un material así ya existía en proceso, y lejos de querer copiarlo quizo modularlo bajo un perfil dramático que tuviera impacto entre audiencias decidiendo tomar el sub género del found footage.

He ahí la gran virtud de Terror en la bahía: su escalofriante verosimilitud. Levinson compone a su película como una especie de registro multitudinario de cámaras de seguridad, de celular, noticieros y registros de entrevistas para dejar un pseudo documental falso en torno a un fenómeno extraño que ocurrió un 4 de Julio de 10 años atrás, en donde casi 1000 personas perdieron la vida de forma grotesca. Quizás sea bajo los perfiles de la nueva información que llegarían a nosotros a través de tragedias como el 11 de Septiembre a la que se pudo reconstruir de manera fehaciente el momento a momento por parte de los sobrevivientes que parecería un distanciamiento dentro del morbo y uno, pero que ineludiblemente se ha vuelto parte de la mejor aproximación de la verdad que se puede tener y en donde Levinson construye una película aprovechando ese impulso coleccionista con grandes logros.

Es una película pequeña en donde las actuaciones pasan de las exageraciones hasta momentos de verdadera humanidad capturada en video, porque Levinson se permite esta contribución dentro de la supuesta verdad a través de personas inexperimentadas y poco profesionales lo cual la vuelve bastante convincente considerando una basta masacre que vamos viendo poco a poco y en donde si no se permitía el uso de actores y recursos dramáticos tradicionales, sí lo hace en unos atinados efectos especiales que son verdaderamente gráficos y no recomendables para personas con fobia a los insectos, particularmente las cucarachas.

 

De hecho Terror en la bahía se adelantaría la popularización de las plagas de simbiotes y parásitos que hemos estado viendo en estos tiempos y que los descubrimientos científicos en relación a los hongos o a esos bichos que suplen partes del cuerpo del animal se volvieron pesadillas con potencial que Levinson y Michael Wallach -co guionista y de quien parte la historia original- aprovecharon con bastante astucia.

Pero por más que estas construcciones narrativas a través de la imagen naturista de nuestro alcance tenga se tenga por default bajo los imperamentos del found footage, las implicaciones dentro de la película son las verdaderamente obscenas y aterradoras. Levinson a través de este fenómeno no deja de remarca la obstrucción de las autoridades locales por atender el fenómeno y de entender su origen, el cual tiene aspiraciones políticas que están totalmente dispuestas a diezmar a una población a través del uso de recursos poco amigables al medio ambiente. Si bien esta idea no es nueva -recordemos que al final de cuentas hasta en Tiburón (1975) de Spielberg el verdadero villano es el alcalde que no quiere pérdidas en su playa- el hecho de que se mantenga esta incertidumbre y poca confianza en personas que se supone que velarían por el bienestar de sus comunidades las cuales se pueden ir a la mierda en cuestión de horas activa un estado de paranoia que de nuevo, supera las convenciones ficticias y de verdad nos hace pensar si de verdad hemos sido manipulados a lo largo de la historia para un bien que nunca se va a percibir.

Terror en la bahía es desagradable, es obtusa en la propuesta de imagen apoyada por las limitantes de esta frente a la dramatización y sobre todo… es aterradora. Es una de las pocas películas de horror ecológica efectivas dentro del panorama norteamericano, tan lejos de las aproximaciones panfletistas de cosas como Capitán planeta y tan cercana a las percepciones de maestros como Bong Joon-Ho. El hecho de que haya venido de un director apagado y sin “gracia” para percepciones modernas como Levinson no hace otra cosa más que la de acrecentar la maravilla que puede llegar a ser, y quizás una idea y deseo de que el horror es algo que le sale bien.

 

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