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jueves, abril 18, 2024

31 Días de Halloween: Todos los colores de la oscuridad (1972).

El Giallo clásico de Sergio Martino es una despuntada psicodélica/satánica que advierte de los peligros a la adoración de cultos… y a la desatención de la feminidad.

En la conversación dentro del subgénero del Giallo, la figura de Sergio Martino estuvo mucho tiempo opacada. Quizás porque a diferencia de otros que seguían las tendencias marcadas por Dario Argento, Mario Bava y Lucio Fulci como los primordiales dentro del género, Martino tenía un ritmo de producción mucho más acelerado y despellejado de las intenciones autorales o retadoras para los críticos de su momento, quizás también en respuesta a que Martino para su etapa Giallo que duró poco, su modalidad le permitía hacer hasta dos películas por año, películas rápidas, con el menor de los presupuestos y utilizando como fetiche a la esposa de su hermano que daba la casualidad de ser la auténtica reina del género: Edwige Fenech.

Es de ahí que sus dos obras más celebradas surgirían en el año de 1972: la sádica Tu vicio es una puerta cerrada y sólo yo tengo la llave y su pieza de resistencia titulada Todos los colores de la oscuridad.

Todos los colores de la oscuridad al igual que muchos giallos es dependiente de la vorágine de películas que le dan piezas de rompecabezas, particularmente siendo una que se monta al éxito formalizado del horror satánico que Roman Polanski popularizó con El bebé de Rosemary (1968) y es fácil ver la base del polaco en la película, con una que aprovecha locaciones extravagantes departamentales para construir una intriga de entre vecinos frente a una mujer que sufre el acoso de un grupo satanista que la usa para sus propios fines, solamente que aplicada bajo las dinámicas de producción italiana con voces alternas que doblan a actores que interpretan bajo sus voces de origen, siendo en el caso particular una co producción entre Italia y España.

Aunque la película de Martino le deja espacio para expresar algunas ideas bastante curiosas dentro de su filmografía, ideas que pueden llegar a chocar en intención pero no por nada ambiciosas; al final de cuentas Todos los colores de la oscuridad presenta al personaje de Jane Harrison como que padece de una constante angustia mental, una mujer que intenta llevar un proceso de sanación mental tras un accidente de automóvil que la deja estéril y que no deja de asociar a la muerte trágica de su madre.

Jane hace lo posible para sanar esto y también dentro de la relación que tiene con su esposo, y en donde constantemente vemos los esfuerzos de llevar una vida marital tradicional de la que es incapaz de lograr tener una cópula adecuada sin llegar a terminar sentir culpa y dolor agónico incrementado por unas bizarras pesadillas que vamos viendo.

Martino presenta a Jane como una protagonista poco fiable dentro de su razonamiento y eso es una de las principales bendiciones de Todos los colores de la oscuridad, porque esta incapacidad de llevar una narrativa “adecuada” o lineal afecta a su protagonista que constantemente escapa de realidades entre sueños y vida, y en donde nosotros tenemos una función de testigos de elementos psicoanalíticos dentro de su caso: no es por lo tanto gratuita la inferencia del color azul de su perseguidor que comparte con las pastillas que se suponen la mantienen en una calma, o de que esta se vea amenazada por un cuchillo que la penetra que es el pensamiento que llega a tener frente a su marido y a quien también parece recriminarle de manera inconsciente la pérdida de su bebé.

La poca fiabilidad de Jane también le sirve de manera argumental a Todos los colores de la oscuridad, puesto que lo que se nos va presentando respecto al misterio satánico comienza a adquirir tintes cada vez más perversos y en donde se nos da una bofetada bastante astuta, puesto que la película abandona una intención cómoda dentro de los protos y se dispone a discutir de forma simple pero efectiva el poder de los cultos, quienes llegan a alterar realidades para una mujer a la cual el distanciamiento de su relación no sabe si es por infidelidades, por drogas, por un culto que la aprovecha y vuelve sumisa por conveniencia propia, o si de verdad todo esto es un sueño del que no puede despertar.

Esto además termina afectando a la apariencia del filme, porque Giancarlo Ferrando y Miguel Fernández Mía expresan el terror de Jane a través de constantes ángulos incómodos en donde las manos adquieren tamaños exagerados y en donde esta mujer pierde constantemente el balance literal y de su mente.

Al final lo que termina por intentar expresar entra dentro de los confines del subgénero gótico con una mujer a la que la desconfianza del mundo que le rodea no parece percibir la amenaza que constantemente intenta remarcar… aunque no es del toda perfecta esta condición, porque por más que la película proponga esta atención dentro de su protagonista, lo cierto es que Jane nunca termina por actuar de propia cuenta; es un personaje que constantemente anda sin poder, y que incluso para dentro de su tercer acto, esta vagueza postulada bajo el juego de realidad queda totalmente derrumbada con una explicación sacada de la peor parte de Psicosis (1969) de Alfred Hitchcock: explicar lo que estamos viendo por la poca confianza de la audiencia sobre lo que puede determinar como real de parte de especialistas a los que además, no permiten un desarrollo óptimo de Jane que queda siempre en un término simplista femenino de deseo y exceso por parte de Martino.

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