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viernes, abril 19, 2024

31 Días de Halloween: Frenesí (1972).

Tras dos fracasos dentro del género de espías, Alfred Hitchcock regresaría al género de los asesinos seriales con la mayor agresividad en su carrera.

Se debe entender el posicionamiento de Alfred Hitchcock durante los setentas. Durante la década de los sesentas Hitchcock gozó de la mejor recepción de taquilla y también -y mucho más importante- la revalidación de su obra como uno de los principales autores dentro de Estados Unidos. Esta notoriedad crítica ofrecida por los críticos y cineasta de la nouvelle vague también le permitió tener un mejor acceso de creatividad y de presupuesto en su nueva casa productora, que era Universal Studios, elementos determinantes para comenzar a entender el declive entre estas ilusiones en lo poco que filmó.

Sus anteriores películas antes de los setentas, La cortina rasgada (1966) y Topaz (1969) a pesar de las intenciones de montarse al boom de los filmes de espías por culpa de Bond -y del que ciértamente Hitchcock tenía experiencia- no gozaron del éxito comparado al de Psicosis (1960) o Los pájaros (1963) y la crítica y prensa especializada comenzó a suponer lo que nadie quería mencionar en voz alta, que Alfred Hitchcock ya era demasiado viejo como para seguir sorprendiendo. Pero muy en el fondo Hitchcock estaba preparando algo, algo que terminaba por adoptar nuevas posiciones respecto a los códigos de censura que otros cineastas habían estado rompiendo en la misma década en la que tuvo su mayor gloria.

Cineastas como Sam Peckinpah, Stanley Kubrick y Arthur Penn… pero en particular hacia dos casos en específico, porque parecía mirar con envidia y morbo a Peeping Tom (1960), la película que acabó con la credibilidad de Michael Powell y que salía el mismo año que Psicosis que, poniéndose lado a lado avanzaba de manera más grotesca en representación visual sobre el sexo y el morbo, y sobre todo tenía fascinación de los códigos de violencia que adoptaron un montón de cineastas italianos para representar dentro del subgénero del giallo a partir incluso de los cincuentas.

Hitchcock quería formar parte de esa liberación que no había tenido durante su corrida en Estados Unidos y desde finales de 1966 estuvo desarrollando junto a viejos colaboradores -y después por su propia cuenta- un guión llamado Kaleidoscopio que presentaba la historia de un asesino en serie motivado por el agua. Esta era una película grotesca, en donde el protagonista sería el villano en donde sus actos homicidas eran capturados con lujo de detalle por la cámara a la que no le movía ni la violencia ni los desnudos. Hitchcock decidió que esta película tenía que tener un aire mugroso y amateur y pensaba que su apariencia debía estar remarcada por una cámara no tradicional envalentonado por el resultado estético logrado en Psicosis por su equipo de producción televisiva, en un tono más amateur y ciertamente adelantándose a las convenciones del subgénero del found footage.

Kaleidoscopio fue negada completamente. a pesar de que el director filmó cerca de una hora de material de prueba Universal se sintió confundido con la aproximación de Hitchcock a quien se le tenía en un encasillamiento de artesano del suspenso ameno al público y en vez de eso terminaron por esperar otra propuesta de este que pudiera ser reedituable. Esto llegaría pasar 3 años después -uno de los tiempos más extensos sin filmar del director- con una película en donde no soltaba la idea de los asesinos seriales y curiosamente era una en donde regresaba a Inglaterra a filmar, tras abandonar su país natal 33 años atrás.

Es curioso ver a Hitchcock atender las necesidades vouyeristas que él causó con Psicosis y en tendencia a seguir la enseñanza de otros que inspiró porque ciertamente Frenesí muestra que Hitchcock todavía tiene la madera de un artesano del horror, pero también con estos elementos de omisión y de necesidad de ser más creativo en la moderación de la violencia y el sexo, terminaría ofreciendo su visión más descarnada, gratuita y sobre todo misógina.

Frenesí no es ajena a las condiciones patológicas de la filmografía de Hitchcock. El humor es negro desde un inicio mostrando el río Támesis repleto de zonas industriales y una mugre infinita que no conecta con el tema musical de Ron Goodwin -que suplía el aterrador tema y trabajo de Henry Mancini- que glorifica al espacio de forma irónica y que parece sacado de un comercial turístico; esta supuesta visión optimista de Londres y sus espacios junto a la promesa de la mejora del lugar poco tiene espacio y relevancia cuando en medio de un mitin político aparece un cadáver.

De ahí la atención de Hitchcock hacia la fascinación e insensibilidad frente al fenómeno del crimen real es mostrado por primera vez como reacción de las audiencias: incapaces de determinar que lo que ven es horrendo, mirando detenidamente y sobre todo, sacando conjeturas en conversaciones tradicionales. Hitchcock se muestra pesimista frente a este morbo, demostrando la normalización de la violencia y la muerte dentro de nuestros alrededores en toda la película y de parte de gente que ojalá y espera un día esto acabe pero que realmente no son partícipes del misterio o de ayuda a las instituciones, las cuales también son torpes y burlonas dentro de este caso, una pequeña incomodidad que tarde o temprano resolverán.

Y en medio de esta asimilación del horror de perder personas a manos de un violador y asesino, tenemos protagonistas dentro de la modalidad tradicional del misterio por lo menos en la primera parte. Richard Blaney (John Finch) y Robert Rusk (Barry Foster) son londinenses machos que parecen entenderse uno al otro, pero que resultan diferentes. Blaney es excesivamente agresivo y violento, un pendenciero del sistema alcohólico de poca suerte que extraña sus viejas glorias y que es inestable frente a las mujeres de su vida, algo que le envidia a Rusk quien tiene un negocio de frutas y verduras estable y goza de una salud y jovialidad que el otro es incapaz siquiera de imaginar. Estos personajes sirven para que la audiencia interprete y entienda la facilidad con la que Blaney es acusado de los homicidios para después enterarnos de la vileza de Rusk y quien constantemente termina invadiendo el papel principal porque vemos sus actos viles y crueles en donde Hitchcock por fin se siente libre de expresar… y fallan.

Es cierto que la visceralidad que muestra frente a los desnudos es enorme, y decide no cortar los segmentos haciéndolos extremadamente incómodos, pero Hitchcock al hacer eso pierde mucho del sentido creativo que las limitantes le impusieron en su etapa más clásica y reverenciada. Al prestarse a lo gratuito termina por interpretar la carencia de estas formalidades en su cine como si de un adolescente se tratase, más por la gratuidad, por la inconexión que ahora presenta entre los feminicidios y un humor negro punzante que además revela la poca motivación por parte de los hombres más que de un actuar dentro de las formalidades del ego.

Es bastante notoria la escena en donde Rusk por fin amenaza a Babs (la mismísima Anna Masey de Peeping Tom), el interés amoroso de Blaney, quien toda la película se ha mostrado como una mujer entendible y apacible -de hecho es bastante notoria la percepción femenina de toda aquella que sale en el filme que sabe que algo está mal con Rusk pero que no parece tener la suficiente atención en medio de un una investigación realizada por puros hombres ineptos- y en donde las limitaciones ofrecen una escena clásica de Hitchcock, probablemente la última de su carrera: Mientras que Rusk ofrece su habitación para que esta y su amante se escapen, sabemos que está en sus últimos minutos y la cámara que los seguía hacia dentro del complejo habitacional de pronto hace un reverso, alejándose del espacio, sin que veamos o escuchemos algo más que la indiferencia urbana y dejándonos con el horror de que la inocente mujer es salvajemente expuesta frente al montruo del filme.

Esta secuencia es seguida de una de exceso en donde se confirma la carencia de entendimiento de Hitchcock en su filme. Rusk se dispone a deshacerse del cuerpo de la mujer en un camión de papas y de pronto recuerda un objeto que la mujer logró arrancarle en medio de la violación y se dispone a recuperarlo en medio de la noche arriba del vehículo. Lo que sigue es ver a Rusk sin la inocencia ni el juego de apoyo de Norman Bates (Anthony Perkins) al tapar el crimen de su madre con el cadáver de Marion (Janeth Leigh), porque Rusk es prestado para segmentos cómicos en donde encuentra problemático el cadáver y la frialdad de este por el rigor mortis de forma extensa.

Y esto termina por sentirse más notorio considerando que la ausencia de Babs en la vida de Blaney, es vacía.

No termina por preocuparse por ella ni siente remordimiento ni una pérdida de la mujer que le entendía: todo lo contrario. La pérdida de Babs es confirmar su posición como la de un hombre incomprendido y una venganza personal contra Rusk a quien encuentra detestable por estar libre, no por haber quitado a Babs de su camino.

Frenesí es una dura muestra de esta desconexión. Con ello no quiero decir que sea un desperdicio porque fráncamente todos hacen lo mejor que pueden con lo que tienen frente particularmente de parte de Finch quien canaliza esta furia macha que sólo él y Oliver Reed parecían exprimir en Inglaterra, la cámara de Gilbert Taylor logra obtener momentos escabrosos y el humor llega a conectar (como las secuencia del jefe inspector y su esposa que le cocina platillos exóticos asquerosos).

Frenesí se ha considerado con el tiempo como la última obra maestra de Hitchcock, pero creo que esto se le cedía por la nostalgia del los críticos por la validación tardía del director más popular de la etapa clásica, en una adoración que no permitía ver que quizás los excesos a los que se prestaba no eran gratuitos o con la intención de expresar algo más complejo sobre la presentación de la violencia en el cine, más si tomamos en cuenta la vida personal de Hitchcock y las aseveracione bastante misantrópicas frente a los actores y autores con los que colaboró para los que sólo tenía un propósito de ser un mandatario frente a la cámara. Eso logró que Hitchcock tuviera obras cumbres dentro de la cinematografía claro, pero por primera vez se mostraba desnudo en sus intenciones.

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