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jueves, abril 18, 2024

31 Días de Halloween: La momia (1932).

La momia Como artefacto histórico es asombrosa: poseedora de una de las mejores actuaciones de Boris Karloff partícipe de una película de romance, a la que no deja de tener como mejor efecto su presencia infrahumana.

Las momias son un monstruo infaltable dentro de estas fechas. Es uno que ocupa el puesto como uno de los más reconocidos y como uno de los disfraces más comunes que los niños en sus primeros años de exploración al horror pueden hacer, después de todo sea un papel de baño o una gasas de parte de tu papá que es médico hacen el truco de tener un monstruo express al que sólo le tienen que poner alaridos y un pie arrastrado para obtener golosinas.

Pero en realidad, la historia dentro de la ficción con las momias es una bastante compleja.

Si tenemos que encontrar un punto en donde la ficción comienza a tener una fascinación frente a las momias, es tras la adherencia de los espacios de Egipto entre los franceses por la campaña napoleónica que culminó en 1801 y de parte de los ingleses tras la guerra Anglo Egipcia de 1882. La llegada de personas europeas a Egipto determinaron consecuencias en su estilo de vida y economía, y una fascinación que se tenía era la de excavar de manera sacrílega los espacios dedicados a los faraones y que tenían momificados a mandatarios y figuras históricas.

Este choque de percepciones entre los tradicionalismos europeos y lo mostrado por Egipto catalizaron a las momias como una extravagancia de la que fueron adictos, robando piezas para colecciones personales, comiendo momias para asegurar mayor posibilidad de vivir de manera longeva… y por supuesto, en el arte. Los relatos de momias que reviven para constatar la evolución del mundo, o viéndolas de una forma de maldición eónica fue algo de lo que fueron parte las bases más añoradas de la literatura de horror y más, como Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Robert Bloch y Bram Stoker… con esta fascinación llegando a impactar hasta terrenos del siglo pasado, puesto que la excavación de momias era algo que nunca se detuvo, apuntando menos a factores de extravagancia para formar a los de historiador, aunque en un concenso de apropiación (muy inglesa a decir verdad).

Esto también tendría repercusiones en el medio artesanal que había nacido a finales de los 1800’s: el cine. Georges Méliès de hecho tiene el honor de haber sido el primero en hacer una película sobre momias con Cléopâtre en 1899, pero por desgracia el material al igual que muchos dentro del subgénero de momias permanecen perdidos en el tiempo (algo irónico considerando el tema que tratan: de vestigios fúnebres que rompen esquema de popularidad a través de la preservación).

No sería sino hasta 1932, cuando el mundo conocería a la momia por excelencia en el cine.

Boris Karloff demostró ser el actor fetiche para Universal en 1931. Su impacto como Frankenstein de James Whale hizo que fuera popular entre las audiencias que clamaban verlo en más películas, algo que los Laemle anotaron como parte del éxito de un estudio que encontraba que el horror era su principal mira de aspiración de taquilla. Las propuestas para Karloff tras Frankenstein llovieron de parte de otros estudios como Detrás de la máscara y La máscara de Fu Manchú, pero en Universal encontraría que su rostro protagonizaría las dos películas más ambiciosas del estudio de ese año: una de mano de su amigo James Whale en La casa lúgubre y la otra, para encarnar a Imhotep de mano de un expatriado alemán, aunque no cualquier expatriado: un tipo que por años fue el ojo fílmico de Fritz Lang.

La momia es una trampa absoluta dentro de la cultura popular porque a pesar de pasar al estatus de ícono por formar parte de los monstruos de Universal, es muy poco probable de que sea una de las películas que el público repase, algo a lo que tampoco le ayuda al tratarse de ser el monstruo que más reinterpretaciones de parte del estudio ha tenido, una exitosa como la franquicia protagonizada por Brendan Fraser… otra no tan afortunada como aquella vez en la que quisieron formalizar el universo cinematográfico con Tom Cruise a la cabeza.

Es de hecho tan probable su descuido en audiencias que muy pocos saben que Imhotep (Boris Karloff) no aparece como la momia reseca dentro de su sarcófago que la publicidad y mercadotecnia nos ha vendido por 80 años, con una aparición que se cuenta en pocos minutos, eso sí: magistralmente desarrollados en una de los mejores intros de toda la franquicia de monstruos. La secuencia inicial de  La momia sirve como material expositivo a través del trío de Joseph Wemple (Arthur Byron), Ralph Norton (Bramwell Fletcher) y el doctor Muller (Edward Van Sloan), quienes descubren a Imhotep pero con señales poco comunes dentro de las momias que han encontrado en su experiencia. Esta secuencia se presenta mientras tenemos al cadáver del egipcio en el fondo y sin mucho detalle y atención, entre tanteando a las audiencias con una imagen tan grotesca como la de un hombre que se aferró a vivir encerrado en una tumba inescapable, junto a otras que se le van uniendo dentro de una modalidad que también huye de estos elementos para evitar algún problema latente de censura.

Imhotep despierta reluciendo el maquillaje de Jack Pierce a tal grado de que vuelve loco al imbécil de Ralph quien lo revive a través de un encantamiento lanzado al aire de forma vaga, y eso es todo lo del personaje. De ahí se traslada 10 años al futuro, y en donde volvemos a ver a Imhotep pero alejado de su aspecto cadavérico severo en un maquillaje mucho más sutil pero no por ello menos impactante. Si con algo contaron tanto Pierce como Karl Freund es en el magnetismo de Boris Karloff. Frankenstein fue prueba de su capacidad como el monstruo titular, y en La momia es el monstruo epónimo protagónico del cual Karloff representa con una total reverencia.

Su lenguaje corporal es extremadamente tranquilo, incluso en ocasiones cuando Imhotep llega a intentar hacer algo maligno a través de maldiciones, la fragilidad que le impone Karloff es tal que siempre parece estar en un punto de desfallecimiento y debilidad que no comparten sus ojos, poseedores de un encanto enigmático y malicioso.

Si bien este recurso y el resto de la película beben demasiado de Dracula de Todd Browning al grado de formularse como un remake -con todo y el intro de El lago de los cisnes del mítico vampiro- me parece que en La momia estos elementos terminan mucho mejor consagrados frente a la cámara bajo la dirección de Freund. En primera este permite que sus personajes se desaten y esto sirve sobre todo a la dinámica dentro de Imhotep y Helen (Zita Johann), con esta siendo todo lo contrario a la fragilidad de Imhotep tratándose de una mujer de alta sociedad desdibujada entre el tedio de su vida de glamour y también porque sospecha de forma airada de su participación dentro de una serie de vidas que la conectan a un plan mucho más diverso y complicado.

Los momentos en donde Imhotep y Helen interactúan son los mejores dentro de La momia, porque de aquí se nos revela el destino trágico de estos dos personajes y que dentro de lo testarudo paranormal del muerto, su unificación más allá de los eones es algo que en cierta parte compramos, recordemos al final de cuentas que los monstruos de Universal tienden a predicar bajo estos perfiles de humanización y dignificación a pesar de sus apariencias, siendo el caso de La momia uno de los más fuertes.

El otro extremo dentro de su producción, es impecable. Karl Freund ciertamente al ser un director primerizo, obtuvo muchos conocimientos dentro del desarrollo fílmico tras sus participaciones dentro del cine del expresionismo alemán y su herencia estética es algo que termina heredando La momia, llena de claroscuros y de sombras que alargan la apariencia de Imhotep, además de una cámara de parte de Charles J. Stumar bastante kinética si tomamos en cuenta la rigidez propuesta por los otrora dos monstruos del año pasado del estudio, con tomas mucho más complejas que hacen que la cámara obtenga una libertad casi espectral sobreponiéndose de los protagonistas a quienes les gana en altura y posición.

Y a pesar de ello, La momia es inescapable dentro de su condición de origen y contexto histórico, quizás la que más adolece dentro de este sentir. Es una película que a pesar de seguir mostrando la fascinación de la cultura de ese entonces por el panteón de dioses y mitos egipcios y de la reencarnación (algo de lo que la propia Zita era fiel creyente), no deja de darles un tratamiento dentro de los aires de superioridad caucásica, propagando la mistificación de un tono efectivista que contrasta con los valores posicionados como modernos, arcaícos y salvajes en un mundo que hereda sus bestias capturadas por los cientos de años en tumbas inconexas a la cristiandad. Y ocasionalmente dejando calcas raciales que obviamente son parte de los tradicionalismos del Hollywood de antes, hasta que llegas a tratar el tema de Noble Johnson.

En un personaje secundario, es que La momia dice todo lo que tiene qué decir en cuanto a representaciones de su momento, porque Johnson a pesar de ser un actor afroamericano, sus rasgos lo ponían en una encrucijada, porque no era una persona de color oscuro lo que le permitía participar en películas como un extra y tener relaciones al lado de otros actores como lo fuera con Lon Chaney… pero era esa falta de rasgos y su tono de piel lo que le hacía pasar tiempo en la sala de maquillaje para resaltar su condición vista desde una perspectiva maligna y caricaturizada.

La decisión de La momia respecto a Johson no tiene mucha defensa si consideramos que Los crimenes de la calle Rue de Robert Florey del mismo año lo tiene con un personaje secundario que comparte escena al lado de Bela Lugosi sin tener una tremenda caricatura, y sobre todo considerando que para al año siguiente una producción de Val Lewton terminaba por posicionar gente negra a la cámara en Caminé con un Zombie.

Frente a todo pronóstico, la labor de Johnson si bien tiene un atisbo de caricatura de la que los estudios le sacaron provecho… este también lo hizo dentro de la propia industria y de alguna forma burlándose de ella; fue Noble Johnson quien fuera uno de los primeros actores de su tono de piel en ser defendidos por la comunidad afroamericana con los periódicos de circulación alterna celebrando sus apariciones, y Johnson con el dinero que ganaba de ser una figura bastante rentable terminaría generando la Lincoln Motion Picture Group, la primera productora afroamericana de la historia.

Entonces, pues la condición de La momia es compleja. Los elementos propositivos son bastante notorios sobre todo en tiempos modernos, algo que las audiencias de su momento no tomaron tanto en cuenta quizás porque la escalada del horror en Estados Unidos como género rentable pedía más que un romance de aspiraciones góticas, pero lo que termina siendo es una cápsula de tiempo que a pesar de todo puede verse y disfrutarse siempre entendiendo su valor histórico que siempre va regido a una reflexión de un Hollywood y temáticas de piel… que ya casi son de 100 años pero podríamos jurar de que es una conversación que apenas llevamos tratando desde hace unas semanas.

Eso quizás sea el verdadero horror después de todo: considerar que no mucho ha cambiado.

 

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