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jueves, abril 25, 2024

31 Días de Halloween: M (1931).

1931: Mientras que Hollywood trazaba un margen influyente con Drácula y Frankenstein, Fritz Lang hacía algo más atrevido: filmar sobre asesinos seriales.

Peter Kürten fue un sujeto que rondaba Düsseldorf en el año de 1929. Kürten en apariencia era un hombre de familia honrado y trabajador, pero esta faceta ocultaba algo bastante aterrador, porque Kürten encima de ser un ladronzuelo, pirómano y asesino necrófilo en serie imparable que tenía un odio represivo por la sociedad a la que buscaba dañar para un beneficio enteramente ególatra y sexual.

Desgraciadamente la condición de Kürten no era única en el momento de la Weimar de inicios del siglo, con figuras crimnales como este, Fritz Haarmann, Karl Denke, Carl Grobmann y Gesche Gottfried entre otros que hacían que la sociedad se preguntase del por qué la presencia de seres tan aberrantes en un ya de por sí dañado entorno alemán que entraba y salía de una guerra mundial en condición de perdedora.

Precisamente una de las personas que pensó esto mientras leía el periódico, fue Fritz Lang. Para 1929 Lang se encontraba en un deterioro dentro de su carrera tras los fracasos de taquilla que suponieron sus grandes épicas de ciencia ficción que terminaron por arruinar su relación con el estudio UFA. Decidido a bajar de escala junto a Thea Von Harbou -compañera y guionista- encontró el tema de los asesinos seriales uno complejo pero con la raiz necesaria para que pudiese surgir un filme, con el villano antisocial.

Esto interesó demasiado al dúo, porque para prepar M el método de investigación de campo se extendió con detectives de Alexanderplatz y de Scotland Yard quienes guiaban a la pareja en la metodología detectivesca adecuada para poder capturar criminales con acceso a datos policiacos que normalmente estarían prohibidos para los civiles cualquiera, lo que dejó como resultado un guión de parte de Harbou impresionante, pero también igual de épico resultaba el material técnico que Lang preparaba para el proyecto, detallando desde movimientos específicos de cámara, decoraciones, sets, y recordatorios para la hora del montaje.

Y para lanzar este proyecto, Fritz Lang tomaba otra decisión clave, porque buscando alejarse de Rudolf Klein-Rogge -principal muso dentro de la etapa muda- Lang buscaba catapultar la carrera de un desconocido en ese entonces, un sujeto chaparrito, de ojos de cachorro y voz aguda: la condición perfecta para pasar desapercibido entre la muchedumbre como un hombre peligroso.

M es una película pionera en todos los sentidos. Dentro del nivel argumental, Thea Von Harbou y Lang proponen una película detectivesca, en donde de inmediato conocemos al criminal y sus acciones en una grandiosa primera secuencia dentro de la historia del cine, porque conocemos una ciudad en donde azota un asesino serial, uno en específico de niños, y lo vemos en su actuar que deja a una mujer -la cual teme que su hija se vuelta una posible víctima del monstruo- lamentando las circunstancias, porque su pequeña es otra raya más a un problema sin aparente resolución.

A partir de esa escena, Beckert desaparece casi por completo del filme durante una hora, dejándonos sólo un vistazo a este reflexionando sobre lo demónico que es frente al espejo en donde incluso simula tener colmillos, porque ahora lo importante será el esfuerzo de los ciudadanos para capturarlo. M es interesante porque al cambiar de usuarios protagónicos lo que postula es que las víctimas y personas comunes tienen una voz que debe prestársele atención, y es que denuncia que los actos criminales que un usuario comete, terminan afectando al secto imaginable: desde los ciudadanos comunes y corrientes, pasando por la fuerza policiaca y el hampa criminal.

De hecho la importancia protagónica se la termina cediendo no al cuerpo policiaco -que hace sus esfuerzos pero que son de un razonamiento más “lento”- sino a los de la vida baja, quienes es esfuerzan para obtener a Beckert planificando y demostrando que la afectación que el asesino otorga a la ciudad revela la corrupción dentro de cada esquina del espacio.

Estos al tener éxito terminan acorralando al hombre y de nuevo la película toma parte protagónica para Beckert, el cual también termina adquiriendo una complejidad inusitada: no es un monstruo nada más porque sí, es uno al que podemos tratar de entender y que vemos agónico en su anormalidad mental que le incita a cometer actos aberrantes y que tras ser acechado cual zorro entre una jauría de cazadores, se quiebra para intentar escapar y de paso, explicarles un sentir que nadie de los que lo enjuician podrían siquiera vivir en carne propia.

Y aquí M adquiere unos tintes reflexivos inmensamente controversiales, porque el dúo nos está lanzando la reflexión sobre el utilitarismo, su uso dentro de la sociedad moderna y de paso sugerir de que si tuviésemos la oportunidad de adentrarnos en el caso ¿Terminar con la vida de Beckert sería lo más honesto o tratar de atender su problema de salud? Esto, también en vías dentro de su contexto histórico -con el nazismo al ascenso quienes terminarían por justificar el desecho de aquellos inservibles para la sociedad en aras del progreso- es por demás valiente.

M presenta uno de los mejores papeles de Peter Lorre en su carrera, y dentro del cine en general. Porque ofrece un papel de capacidades ambiguas, ya que al seguirlo en su actuar lo llegamos a comprender -más no justificar- y siempre vemos en él, fuera de un rostro de placer por lo que hace, uno de absoluto terror. Es de hecho una actuación que merece ser analizada por cualquiera que tenga un interés dentro del campo, sobre todo porque Lorre hace un énfasis remarcado en sus beneficios corporales inusuales los cuales, para la secuencia del juicio cambian en segundos de una forma aterradora, y no mucho menos patética.

Aunque… también existe un problema dentro de M pocas veces mencionado. Hacia al final Lang parece sugerir esta reflexión a todos, con un juicio del que no escuchamos palabra alguna, pero pasa sus últimos segundos en una toma sobre las madres de las víctimas, y estas lanzan un enunciado en medio de las lágrimas, de que debieron cuidar a sus hijos. Esto es bastante perplejo sobre las intenciones -de las que el propio Lang sí llegaría a mencionar como principal base en entrevistas: de que las madres que perdían hijos eran por su culpa y descuido- enjuiciosas y que desconocen situaciones victimarias para que terminaran en estas precariedades de atención en nucleos familiares tradicionales.

Y si estos cuestionamientos son inusuales para la época, la manufactura de M también se encuentra a niveles estrambóticos de profundidad e influencia si los ponemos al comparativo norteamericano. Lang entrega su primera película sonora no dependiendo de diálogos desechables sino adquiriendo un lenguaje entre este y el uso de textos descriptivos como los de la época silente, pero de una función diegética dentro del filme… es incluso una pionera dentro de la conceptualización del leitmotiv en el cine irónicamente desprendiéndose de la dependencia musical -de la cual no parecía interesarle a Lang– haciendo que la única canción del filme sea En la gruta del rey de la montaña de Edward Grieg, la cual en un actuar que puede recordarle a audiencias modernas a Tiburón (1975) de Spielberg en el uso delator del un ser que acecha fuera de la cámara a su víctima. Esto es un uso avanzado del sonido como un referente atmosférico y no nada más una extensión tecnológica de acomodo narrativo.

También hay un manejo impecable del montaje -siguiendo las lecturas de Eisestein– que generan esta conexión entre los bandos criminales y la policía y el desagrado e incomodidad que Lang supone entre nosotros al hacernos cómplices omnipotentes de los actos del criminal, pero jamás dándonos la oportunidad de verlos en el clímax ni los resultados, haciendo que intuyamos el horror de la pérdidad con más potencia a comparación de que si nos lo mostrara.

Entre la consecuencia de la insatisfacción de Lang frente al partido Nazi y el deterioro de su relación con su esposa Lang terminaría abandonando Alemania en el año de 1933, dejando un legado de película tras película insuperable, y en el caso de M un punto de reflexión sobre las condiciones de lo que hace un criminal actuar y sobre la atención de este tipo de personas en frente de la sociedad… sólo para terminar siendo usada por el propio partido nazi. No necesariamente el filme en sí -que sería baneado para el año de 1934- sino como una herramienta de beneficio propio, intuyendo en ella y en el actuar de Peter Lorre la ejemplificación perfecta de que los judíos podrían ser las cucarachas que ellos pregonaban que eran, un peligro para las juventudes que debían abrazar el nazismo… o perecer en el intento de otra formulación política/ideológica. Lo cual es algo súmamente irónico.

 

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