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martes, abril 23, 2024

CRÍTICA: BATMAN (2022).

Matt Reeves dirige una película de corte criminal de tres horas de duración que se define en los díalogos y pistas que puede ser violenta, cuestionadora, y súmamente aterradora: este es sin dudas, el batman más ambicioso.

He mencionado constántemente que existe una trinidad de superhéroes que han conectado de una forma incomparable dentro de la sociedad: Superman, Spider-Man y Batman. Si el primero refleja una visión de optimismo que se presenta como una máxima aspiracional que puede rayar en una representación utópica y casi mesiánica para los lectores más cínicos y Peter Parker con sus constantes problemas cotidianos que todos hemos tenido -encima de tener que enfrentar villanos- lo posicionan en un terreno identificable ¿En dónde queda Batman?

Desde su origen Batman es una peculiaridad. Bob Kane quería que este fuese una especie de superhéroe ridículo que podía volar, imitando la senda de personajes detectives y dentro del género de crimen que prevalecían en las revistas pulp (lo cual pues tampoco ha sido un secreto a voces el hecho de que Batman empezara como una calca de La sombra de Walter B. Gibson). Fue gracias a las ideas no reconocidas en vida de un joven Bill Finger -ciertamente el verdadero creador del personaje- que Batman tomó el camino por el que hoy lo conocemos y de paso estableció unos puntos relevantes dentro del género de superhéroes: los villanos coloridos y claves dentro de la relación con el héroe, el referente de que Batman tenga una especie de marca para todos sus artilugios y un patiño que básicamente era el sueño de todo lector del detective, ser su compañero de aventuras y sin olvidar el elemento de crimen que prevalece conforme Batman ya casi se acerca a su centenario.

Esto en mayor o menor medida ha estado acompañando a Batman quien se ha vuelto una figura indispensable dentro de la historia del cine; desde una adaptación de la serie de televisión que sigue bajo esta modalidad serializada medio bufona pero bastante lista a profundidad pasando por un Tim Burton que lo plantea desde un tono operístico y expresionista, Michael Schumacher cediendo a las presiones de estudio que regresa el tono de apariencia camp de la serie de televisión sin el rigor investigativo, (irónicamente usando a El acertijo (Jim Carrey) el personaje que mejor representa esta dinámica de pistas sobre un acto cometido o por cometer), pasando por Christopher Nolan quien situa a su Batman dentro del campo de la verosilimilitud posible a menudo atendiendo estas aptitudes de forma casi desinteresada, y finalmente Zack Snyder quien posiciona a su Batman dentro de los terrenos de los universos compartidos. Todos estos retratan el aspecto investigativo de manera ventajosa, o simplemente queda como una mera escena curiosa que sirve para tachar este elemento dentro del listado de habilidades del personaje.

De eso puede jactarse la nueva película de Matt Reeves, de existir en un mundo enteramente dedicado a esta labor y quien nos presenta una película bastante anormal dentro de esta oleada del género: un filme a contracorriente de las normativas dictaminadas para este tipo de películas y una que -obviamente dentro de los confines de los que puede darse lujo- resulta ser bastante sorpresiva en su tratamiento y devaneo de ideas que trata de postular.

Es en pocas palabras auténtico cine de superhéroes adulto.

Mucho se ha dicho de las influencias directas que Matt Reeves y Craig Fraser en guión toman de diversos medios para esta nueva interpretación de Batman, notando mucho el parecido de Seven: los pecados capitales (1995) de David Fincher, entre otras películas del reclusivo director norteamericano y pues, es cierto, aunque también definir esto como un problema omite el asunto de que Seven ya va casi para los treinta años de existencia y es obvio que sigue permeando la expresión de realizadores que la toman como un clásico moderno. Batman alude a esa y otras películas con particular atención dentro del canon criminal y del horror de los setentas y principios de los ochentas… pero a diferencia de otros intentos de aproximación del blockbuster moderno y particularmente de los superhéroes, sus bases de inspiración no le limitan a ser una simple calca, terminando por ofrecer una percepción eriquecedora de la figura de Batman/Bruce Wayne.

Énfasis sobre todo, en la relación del horror en esta Batman (se perciben notas de Targets (Peter Bodganovich, 1968), Halloween (John Carpenter, 1978) La zona muerta (David Cronenberg, 1983)… hasta Christine (John Carpenter, 1983), Rojo Profundo (Dario Argento, 1975) y Nosferatu (F. W. Murnau) a días de su centenario), que embarra toda concepción de este Batman y su mundo en una película perturbadora a pesar de su clasificación de apariencia inocua. Ya de por sí su inicio que pragma bajo estos elementos del género es demoledor y atrapante, puesto que el personaje de Batman (Robert Pattinson) nos comienza a describir la relación que tiene frente a la ciudad y a sus criminales a través de una voz en off que alude a la constante narración dentro de la modalidad del cómic que acompaña sus vigías nocturnas y que servirá de acompañamiento a la audiencia de manera constante: lo que escuchamos son los pensamientos del diario de guerra de un sujeto que se muestra inestable, porque se regodea del temor primordial que ofrece frente a los criminales de su podrida Ciudad Gótica.

Y mientras una serie de crímenes ocurren en unísono, Reeves nos termina posicionando dentro de la psique de los malhechores con dos simples propuestas: la visual que nos muestra la batiseñal sobre los grisaceos cielos de Ciudad Gótica y que los personajes entienden como advertencia, y un cada vez más amenazador tema musical de Michael Giacchino -por mucho el mejor trabajo de Batman desde Danny Elfman– más cercano a una marcha fúnebre de forma extradiegética, que se vuelve nuestro acercamiento al horror que están viviendo estos idiotas, porque de inmediato comienzan a voltear a las sombras, esperando el momento en donde un sujeto rinda justicia.

Este es un Batman aberrante para los criminales y para los ciudadanos, que no se ha ganado la entera confianza ni siquiera del departamento de policía de Gótica -salvo el siempre incorruptible Gordon (Jeffrey Wright)– y de una constante angustia de no saber para qué está destinado este sufrimiento que desahoga en constante violencia hacia los criminales. Robert Pattinson hace un gran trabajo como la dualidad de Batman y Bruce Wayne mostrándose como un ser sacado de las catacumbas al que el mundo le tiene constante pavor que no es perfecto, constantemente recibiendo daños colaterales hacia su cuerpo, y como Bruce Wayne es precisamente el reflejo de esta entrega malsana hacia su alter ego: no le preocupa establecerse como un ser humano cualquiera y se encuentra en constante enclaustre de la sociedad presentándose apático y con una cáscara de la calca que todos piensan aspirar, un hombre frío y estoico.

Es precisamente este mundo de Ciudad Gótica el que constantemente le recrimina la posición en la que se encuentra, sean los villanos o los ciudadanos comunes. La idea clásica de Batman, la de ser un millonario perfecto y playboy que se dedica a combatir al crimen no tiene mucha cabida dentro de nuestros tiempos por ser una idea de constante incredulidad bajo su razonamiento, en un mundo de brechas sociales bastante remarcadas y de privilegios de piel a los que es directamente relacionado y dándole entender sobre todo, de la complejidad sociopolítica de la que forma parte como un vigilante, no como un humano con capacidad al cambio positivo.

Esto de inmediato posiciona a Batman como un personaje ambiguo y que a lo largo del filme, tanto la necesidad de descubrir al acertijo va de la mano con el entendimiento de su poder y mensaje, al que la película postula como tergiversado de una forma que parece aludir a la toxicidad del personaje entre su fanatismo de forma no tan directa, pero también reforzada con un plan y criminales que están sacados dentro de un Estados Unidos –que hace apenas unos meses sufrió un ataque interno bastante similar- explosivo frente a personas que ante la indiferencia del estado, se arrinconan en teorías conspirativas que ofrecen una respuesta sencilla y que es algo que encarna esta versión de El acertijo, apoyado por el siempre infravalorado Paul Dano, quien interpreta al personaje con una percepción infantil y berrinchuda que también es un reflejo de la tragedia del acertijo: un hombre atrapado en este juego de crímenes aberrantes como un asesino serial que encuentra gratificación sexual en el control que ejerce sobre sus víctimas que nunca creció y cuya dinámica de revelar siempre la verdad de alguna forma, es para encontrar un simil presente en Bruce Wayne.

También es destacable Zoë Kravitz como Gatúbela. Existe esta relación de tensión voyeurista de parte de esta y Batman pero además de entenderse como personas que realmente terminan por importarle uno al otro, su Gatúbela es un personaje activo y enérgico, que saca provecho de cuando puede pero que esto -al igual que el grisaceo mundo del cual pertenece- no le hace un ser desalmado ni una completa heroina: está confundida en cuanto el rumbo que podría tomar su vida y no entiende la complejidad del sacrificio de aquel que ve como un caballero nocturno.

Y la complejidad, también se encuentra en su entera producción. James Chinlund dentro del diseño de producción hace una amalgama de Nueva York con Londres para esta Ciudad Gótica repleta de espacios de edificios sin terminar oxidados -símbolo de una falsa esperanza de crecimiento y obvio desplazamiento- y para Batman y su entero arsenal, hay una idea constante de que estos aparatos y tecnología provienen de su mano al igual que su traje al que se le pueden ver las costuras y constante daño particularmente en uno de los ojos, la fotografía de Greg Fraser captura esta inmundicia y de manera bastante curiosa permite que el mundo de Batman se vaya generando en una apertura del campo de vista que pasa de ser extremadamente difuso -poniendo atención en pistas y detalles de las escenas del crimen- a literalmente presentar a Batman como el ícono de luz que busca ser y con un planteamiento de las escenas de acción en donde ahonda en tomas fijas para capturar secuencias coreografiada que expresan la ira del héroe.

Batman es una película extensa en donde el personaje recaba información sobre lo que está tratando de resolver y va a los mismos espacios y conversa para obtener adelantos en su investigación, y es bastante ambiciosa en ese terreno. No es enteramente perfecta; particularmente el tratamiento que Reeves y Fraser termina por romperse un poco durante el tercer acto, en donde aparenta dejar de lado la carrera contra el enemigo en turno para pasar por un desarrollo de personajes secundarios que si bien son importantes, no se sienten conexos de manera convincente al argumento principal, y que de hecho son dejados de lado apenas la película decide avanzar con lo que le interesa (esto de hecho es un problema habitual en el cine de Reeves). Pero la ejecución y esfuerzo de presentar a este universo y las relaciones de los personajes uno con el otro, son algo que realmente provienen de una persona que está intentando aproximarse de otra forma a un cine tradicionalmente conformista.

Eso vale más que mil multiversos y películas compartidas.

 

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