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viernes, abril 19, 2024

(Crítica) Super Mario Bros: La película (2023).

Al proponerse ser un festín de referencias y de la emulación perfecta del videojuego clásico de nintendo, ilumination deja por detrás una mundana caracterización de los personajes que realmente complica su justificación de existir más que la de ser un comercial sobre la franquicia del fontanero.

Mario Bros consta de un complejo engranaje; fue construido entre sus finísimas dinámicas de plataforma de parte de Shigeru Miyamoto -y otros, a pesar de que la cultura popular le adjudique la labor al más popular- que han dejado huella a seguir y envidiar a través de su competencia, los caricaturezcos diseños de Yoichi Kotabe que han perdurado a través de las décadas como las versiones más memorables y dinamita de mercancia hasta el final de los tiempos, las partituras de Koji Kondo de apariencia tan simples pero que para 1985 marcaron una pauta inaudita dentro del videojuego: la del leit motiv más allá de una simple pantalla de inicio y final y que seguimos tarareando. Estas piezas del reloj conforman a la figura más icónica del mundo del videojuego y una que está a la par de reconocimiento mundial en diferentes campos como las de Maradona, Superman, Godzilla, Hamlet… incluso me atrevería a decir que la simple reducción del personaje hacia su gorro rojo con la M en la frente está a la par de cualquier ícono religioso a nivel mundial, es sólo cuestión de preguntarle a cualquier niño.

Pero también es imposible no pensar en lo que “verdaderamente” representa Mario para muchos. Más que la idea de ser un plomero dentro de un fantástico reino, el italiano enemigo de las tortugas ha acompañado a más de una generación a través de sus impecables videojuegos, y a partir de eso se deriva un sentimiento de nostalgia pura.

Vemos en Mario, Luigi y compañía innovaciones a la hora de saltar y derrotar enemigos, pero la dinámica de juego y franquicia capituladas en entregas que abarcan ya casi 40 años nos remontan a momentos en donde no nos sentíamos ahogados en las penumbras del mundo adulto, en donde nuestras preocupaciones del fin de semana no radicaban en cómo conseguir el dinero para las deudas o de si somos felices con la pareja, no… nuestra idea de pasar el fin de semana era a través de Mario, u otros avatares de la industria del videojuego porque en ese entonces éramos felices, nos rodeaban amigos y familiares de nuestra edad que veían con jolgorio esa sensación de logro y dominancia del control, con todo el desperplejo de los adultos mayores quienes rara vez tenían la oportunidad de adentrarse al mundo del videojuego aunque fuera para olvidar la vida adulta.

Mario por lo tanto es un sinónimo de una infancia incorruptible… y es parte de la mayor controversia presente en esta semana con la llegada de su nueva película. La tercera a nivel cronológico y la segunda animada tomando como referencia La gran misión para rescatar a la princesa Peach (Masami Hata) del año 1986 -apenas un año después del estreno del primer juego titular de Mario– y la infame Super Mario Bros: La película de 1993, dirigida por Rocky Morton y Annabel Jankel que a menudo aparece como entre las peores películas de la historia de forma bastante injusta en realidad (aquí hago un comercial para anunciar que ese va a ser el tema del podcast de la semana, debería de aparecer en estos días). Curiosamente Nintendo en el inicio de la producción de la película de Mario Bros del ’93, estaba dispuesta a presentar una visión oscura y alejada de la representación del personaje en videojuego porque ellos veían el registro fílmico como una oportunidad -al igual que sus productores- de tener libertad creativa, lo que terminó por acomplejar esta película en realidad sería Disney, quienes al aceptar la locura de unos sujetos que se movían bajo el perfil de película independiente, tuvieron que destrozar la mayoría de lo planificado en un intento de hacer una versión más amena al público infantil.

El fracaso monumental de Super Mario Bros: la película encima de arruinar la carrera del matrimonio en los créditos como directores por un buen tiempo también hizo que Nintendo fuese más recelosa de sus ideales corporativos, en especial a la idea de desprenderse de cualquier asociación audiovisual a la que, más que aceptar la visión independiente y autoral, fuese una en donde pudieran meter mano completa, alterando el orden de importancia dentro de la industria y sus tradicionalismos norteamericanos.

Hasta que llegó Ilumination.

En un principio salta a la vista que Nintendo asociado con Universal Pictures decidiera de sus dos estudios de animación que son Dreamworks e Ilumination por el segundo; puede ser el factor de que Dreamworks es uno más experimentado y sin temor de vez en cuando a la exploración más compleja de la animación, algo que contrasta con Ilumination, un estudio relativamente “barato” en el sentido de que repite muchos diseños de personajes y sus historias tienden a ser bastante seguras y conformistas apuntando a un denominador mucho más cliché de lo que se tiende a asociar a la animación, como un medio en específico para niños… pero eso poco importa cuando el estudio de Chris Meledandri ha logrado que franquicias banales como Mi villano favorito o Minions cuenten con taquilla saludables, la mayoría del tiempo colándose como las más recaudadoras de sus respectivos años.

Es entonces que Super Mario Bros: La película se presenta como la piedra angular para Ilumination, por la que todo mundo va a poner atención, y por la que podrían florecer como un estudio más capaz de lo que la gente suele poner crédito en sí, labor que medio logran y no. Al final de cuentas la nueva entrega de Mario tiene factores muy atinados, pero también sujetos a los constantes fallos dentro de la filosofía del estudio y sus argumentaciones.

Primero lo primero: Super Mario Bros: La película SÍ es un festín visual. Lo que ha cambiado en esta ocasión para el estudio es el poco arriesgue técnico y creativo a la hora de construir un universo; Desde Brooklyn en nuestra realidad, pasando por el Reino Champiñón y la isla perteneciente a Donkey Kong, los animadores explotan el potencial de espacios en donde las reglas no tienden a repetirse y en una grandilocuencia, misma que va apoyada de un montón de elementos partidarios del origen de Mario que apoderan una ramificación diegética y extra diegética en forma de referencias. Unas ocurren en meros flashazos y otras son interacción directa, pero las más notorias son cuando Aaron Horvath y Michael Jelenic utilizan la pauta de acción del videojuego para subrayar planos secuencia de acción en donde Mario y compañía se trasladan a una segunda dimensión en donde su objetivo es llegar a una meta: es básicamente un traslado bastante atinado y humorístico de la dinámica de 1985 y de más allá.

Esto podría ser parte del aderezo de la película de Mario Bros, homenajes hacia la historia del personaje y su conquista de lo técnico en un aparatejo audiovisual como lo es el cine de forma que no se pudo hacer en el pasado… sin embargo, Horvath y Jelenic -y por consecuencia el guión de Matthew Fogel– terminan durmiendo sobre sus laureles, dependiendo completamente de lo previamente construido a través de la relación del videojugador con los íconos y referencias de Mario, desarrollando una historia de lo más básica y pobre.

Sea la entre Mario y La princesa Peach o de Mario y Luigi o de Mario y Donkey Kong, estas quedan extraviadas en un contrasentido: dictaminadas por las necesidades de la película de simplemente avanzar y no darle espacio a momentos de interacción interpersonal dadas las dinámicas para generar lazos estrechos convincentes, es como si la película tuviese miedo de estos momentos de silencio y de desarrollo. Hay escenas en donde estas interacciones son de apenas dos frases y deben de continuar hacia un frenesí del movimiento, de los guiños, y de la música de Brian Tyler que es tomada de las partituras originales de Kondo para seguir endulzando algo relativamente vacío a tal grado de que no llegues a considerar estas abstinencias tan extrañas y poco convincentes.

Y es muy extraño esto, porque a pesar de su tropiezo la película da señales de querer atender estas condiciones de complejidad.

Bowser se presenta como esta amenaza imparable y violenta a la que le dan un giro completamente estúpido y muy cercano a las motivaciones del personaje, de ser un monstruo escupe fuego con un corazón y devoción hacia la Princesa Peach que lo vuelven un inexperto en esas complejidades del amor a las que le presta mucho más atención que a su mentado plan para conquistar los reinos que saca carcajadas genuinas pero que son atacadas por ser básicamente escenas no conectadas de forma convincente que suceden una de la otra meros sketches cómicos o las cinemáticas de un juego de Mario a las que le quitas el gameplay.

El más “atinado” de estos desarrollos lo encontramos en la relación de Mario y Luigi; los vemos desde un inicio como fracasados y parias dentro de su familia pero que confían en uno al otro, o por lo menos eso dicen ya que constantemente queda formalizada la dependencia del verde al rojo sin que este termine por aportar algo más allá de los momentos finales del filme. Hay un momento de honestidad del filme perdido en otra referencia que hará vitorear al público en espuma, que se percibe similar al Akira de Katushiro Otomo ni más ni menos… pero sólo ocurre una vez: el resto depende de un reiterado referir de la relación a tal grado de que incluso llega a perder fuerza para cuando se nos ha repetido de que Mario necesita a Luigi y no pasa ni un minuto para volver a decirnos lo mismo.

En este punto de lo que la animación ha presentado por años, creo que si bien es posible perderse en un jolgorio de reverencias todo porque salió una maquinita con el juego de Donkey Kong original en una pizzería o de que rememoran a un medio alterno al del filme… realmente no le hace bien a la complejidad que puede representar un filme animado en algo que personas como Guillermo Del Toro han estado remarcado desde hace unos años. Hay películas recientes como Lego: La película de Phil Lord y Christopher Miller o Into the Spider-verse de Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman de un supuesto humor bobo pero que presenta grandes dinámicas dentro de su guión que presenta escenarios complejos y filosóficos apoyados dentro de un portento visual que saca lágrimas de lo precioso y preciso… y que encima tienen tanto el aderezo de easter eggs para los más adentrados y curiosos y que parten desde un cero motivador, una carta blanca que les permitió hacer semejantes cosas en proyectos de lo menos impensables. Exigirle más a la animación que la promesa de cumplir o de entretener a los chamacos no va a dejar de hacer eso, pero el resultado de esto es que aquellas que se dan espacio para el desarrollo más completo de fortalezas en guión, en animación, y en dirección es lo que nos termina dando los clásicos que han pasado barreras del tiempo más grandes que las de incluso el propio Mario.

Así como es, Super Mario Bros: La película es una película entretenida pero que se queda en eso. Un evento que entre capas y capas de reforzamiento endulcorante no se da la oportunidad de exigirse algo más allá y eso… eso no es muy sello de calidad de Nintendo que digamos.

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