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viernes, abril 26, 2024

Cruella: alto glamour, estilo vacío, desconfianza total de la audiencia (CRÍTICA)

En estos tiempos damos por sentado de que 101 dálmatas (Hamilton Luske, Wolfgang Reitherman y Clyde Geromini) es una simple película sobre perritos que se ganó el corazón del mundo hace ya 60 años, pero la verdad es que en el contexto de 1961, esta presentaba elementos que cambiarían el transcurso de la historia del estudio de Walt Disney. Es una película que surge bajo presión para sobreponerse al fracaso de taquilla de La bella Durmiente (Eric Larson, Wolfgang Reitherman, Clyde Geromini y Les Clark) en 1959, decide despedir a todo el staff de entintado femenino que tuvo desde sus inicios para abrazar la coloración a través de máquinas Xerox, la cual tanto ofrecía un borrón a la artesanía perfecta del color de los filmes del estudio, pero también disponía a la audiencia la opción de ver trazos y bosquejos imperfectos dentro de los personajes que, ciertamente tienen su encanto.

Un encanto arraigado además en el tono Jazz de un filme que se pronunciaba en el marco del presente de 1961. Atrás quedaban las épicas y los relatos del pasado para ahora tener una aventura moderna, incluyendo estética, personas, y maquinaria. Es un filme bastante entretenido y quizás el mayor logro se encuentre en su villano. Si bien Cruella es una creación de Bill Pete quien adaptaba de manera agraciada la novela de 101 Dálmatas de Doddie Smith, el trabajo respecto a dotarle personalidad y rasgos fue del legendario Marc Davis, en su último trabajo dentro del estudio.

Cruella también retaba las convenciones de los villanos de Disney del momento. A pesar de su aspecto raquítico y sobrenatural, no tiene poderes ni alguna gracia dentro de las artes oscuras, siendo una mujer independiente, exitosa y con un plan que involucra masacrar a un grupo de perritos para su beneficio banal. Matar dálmatas lo único que le va a dar es un abrigo que le permita verse gozosa en un acto de seducción que sólo ella entiende. Esto de inmediato la pone en una posición más realista, y en cierto sentido escabrosa, porque el mundo real y sobre todo en el concepto de la industria de la moda, se maneja muy bien eso de despellejar animales para un vil artículo promocional de las tiendas departamentales… lo cual es una ironía que apenas percibo mientras escribo esto, porque Cruella en compañía de otros villanos del estudio pasan por lo mismo: ya no se ven por la gracia artística que representan, sino como meros artilugios corporativos de una división de mercado –son debatibles las intenciones mañosas de la compañía en otorgarles un pseudo discurso de adopción para las personas con identidades y géneros sexuales oprimidos cuando en realidad dicho estudio omite darles relevancia y presencia dentro de la misma, censurándolos en mercados internacionales- de la cual, ahora demandan películas precuelas que nos cuentan el origen de su vil persona. Y siendo Cruella un personaje con múltiples apariciones y reconocimiento más allá del filme animado, era más que obvio que iba a llegar su turno.

Cruella como las otras revisiones del estudio, tiene sus problemas, pero ciertos tinos. Es obvio que no van a intentar predicarle a la audiencia de que un personaje cuya modalidad de maldad era matar perritos siempre fue malvada (sorprendería ver que el estudio tuviese alguna vez esas intenciones) , por lo que vamos al origen de su percepción… que de inmediato genera un poco de confusión.

Durante gran parte del relato Dana Fox y Tony McNamara -guionistas del filme-proponen a Cruella (Emma Stone) como una víctima del sistema a la que las condiciones poco favorables de subsistencia en el Londres de los 70’s la condicionan a reunir un grupo de patanes y de volverse un parásito de este mismo, situación que llega a contrastar cuando en la única ocasión en la que intenta hacer algo por su cuenta y valor, termina siendo víctima del mismo parasitismo ahora dentro del perfil de la moda de la época.

Si logramos comprar esta lectura y versión, encontramos un filme de proporciones campy de un buen potencial, se toma en serio de una forma irreverente a las audiencias y cuando no, termina siendo gozosa de su personaje, esto obvio de la mano de la interpretación de Emma Stone quien es bastante sobresaliente como Cruella y su alter ego  de Estella –alter ego en realidad para el servicio para la audiencia- de la que incluso en varias ocasiones la vemos confundida, puesto que el camino villanesco es algo que se le acomoda a la perfección pero que termina distanciándola de sus aliados, y perros… ah, porque ahora resulta que Cruella no odia a los perros, aún. En oposición a este conflicto de persona que tiene que endurecerse, está una excelente Emma Thompson -que destila tonos tanto de Miranda Priestley de Meryl Streep, así como el esnobismo y desdén de su P. L. Travers en la propaganda de Disney El sueño de Walt (John Lee Hancock, 2013)– como La baronesa, a quien ya la vida le ha dado por sentado que su condición divina y de regalo a los meros mortales es una fachada que tiene que mantener a flote para seguir vigente, en cierta forma un espejo de lo que Cruella irónicamente terminará siendo en el futuro.

Estos encuentros entre las dos actrices poseen un encanto telenovelesco, ese similar al embate de egos que tanto nos gusta ver con morbo al que si bien el diseño de producción les constituye una Londres rebelde y punk endulcorada tono Disney en donde hasta la mugre no se ve mugrosa y queda lejos esta condición subtextual del momento en donde se desarrolla el filme, sí se apoyan en un maravilloso diseño de vestuario de parte de Jenny Beavan, quien se luce en rebelar aspectos de la personalidad de los dos monstruos: por parte de La baronesa estamos frente a un diseño de vestuario pomposo y elegante que en términos reales para la época constataron en su inspiración, de diseños formulados a contracorriente del estándar, y que ahora, lejos de otorgarle este sentido a Cruella, le imagina con vestidos que resultan mucho mayor evolucionados sin salir del imaginario setentero.

Cruella tendría todas las de ganar porque este tono irreverente se puede comprar… pero por desgracia cuenta con decisiones fatídicas interpuestas por su director, Craig Gillespie y que revelan ya una constante modalidad de este si tomamos en cuenta Yo, Tonya (2017). Gillespie intenta canalizar el referente del montaje de Scorsese/Schoonmaker con una película que tenga voz en off, y un variopinto soundtrack que suple al score tradicional… y lo hace mal, de hecho fatal para el propio filme: la narración interminable de Emma Stone NUNCA se calla, imposibilitando a la película de ser sutil o de que la gente infiera algo por su propia cuenta, además de contarnos cosas que literal estamos viendo se trazadas ante nuestros ojos, volviéndola carente de un sentir o de emociones que nos deben de dictar al pie de la letra.

Su soundtrack es peor. Al igual que la voz de la villana no conoce el silencio, con elecciones bastante obvias, y lo peor es que están presentes la mayor parte del tiempo sin aportar nada más que una sensación de estilo que confusamente no requiere pero que la película intenta predicar como parte de su gracia, y no hay nada peor en este mundo que una selección musical que no tiene engranaje colectivo dentro de la imagen y el montaje –uno por cierto demasiado torpe y arrítmico que hacen que la película se sienta más larga de lo que es- en la que es preferible usar una canción maldita sea, aunque sólo se usen unos segundos para pasar a otra… es un ritmo que nos rememora a Escuadron suicida (David Ayer, 2016) y eso nunca es bueno

Estos elementos son básicos en la concepción de un filme y Cruella falla de manera sobresaliente en estos, lo cual me deja claro que Disney no oculta la intención de traer a un realizador, quitarle voz, e inyectarle todo el exceso de producción que pueda contemplar, degradando el producto final y volviéndole una chatarra… cuando no lo necesitaba. Igual y en dosis pequeñas, esta historia de la que mata perritos que de pronto no odia a los perritos –porque obvio necesitamos una secuela- puede ser disfrutable, aunque quizás audiencias menos incautas ya tengan el filme del año, y por supuesto: el disfraz a imitar en esta temporada de Halloween. En cierto sentido el ratón mediocre ha ganado de nuevo cuando tenía todo para hacerlo bien.

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