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viernes, marzo 29, 2024

Detective Pikachu (2019)

Allá por el año de 1999, mi escuela recibió una cordial invitación para la proyección estreno de la nueva sala del complejo Cinépolis en la también nueva -y moderna en ese tiempo- plaza comercial de Centro Max. Recuerdo mucho haber llegado al lugar en la mañana totalmente emocionado porque en primera no tendría clases, y en segunda porque esta falta de clases sería asistiendo al cine, frente a una pantalla que prometía ser la más grande a comparación de otros complejos y otras cadenas, lo cual importó poco para el niño promedio dentro de las instalaciones, porque lo más llamativo del lugar terminó siendo un vil pedazo de cartón.

Por ese entonces la llegada del internet no es algo habitual. A duras penas uno entendía cómo podías conectarte a la red con un disco de America Online y ni hablar de tener un teléfono móvil personal, ese asunto era para el mundo adulto. Ese anuncio de cartón o póster, era todo lo que necesitabas saber ante el estreno de una película. El mencionado resultaba ser una explosión de colores y personajes japoneses, en donde en la parte superior se leía la batalla entre el número 150 y 151 de la colección, y en la parte inferior, la mascota de la franquicia aparecía frente a un imponente Pokémon: La película. Eso, le voló la mente a todos los niños, y de alguna forma presentada por un rumor, les hizo creer que el cine tenía la copia de la película, sin entender la logística de que  un anuncio de cartón no precisamente especifica la presencia de una copia dentro de las instalaciones del complejo.

Nos formaron y nos metieron al complejo emocionados bajo el influjo de estas quimeras mentales de poder ser los primeros niños en ver Pokémon: La película, situación que pasó de la emoción, al descontento, y luego al caos, ya que los encargados de Cinépolis no habían medido lo que estaban tratando de hacer en el evento. La presentación de la Macro Pantalla se hizo tardía, con unos niños cada vez más desesperados y con las bocinas del lugar escupiendo las características de una pantalla gigante a la que unas luces del evento marcaban sus monumentales atributos en largo y ancho para después quedar sin proyección, ni nada. Probablemente los encargados pensaban que los presentes gritarían de emoción, dirían por supuesto que voy a comprar acciones de Cinépolis ahora mismo y llegarían a la hora de la comida con sus padres preocupados ya que el joven no dejaba de convulsionarse de la emoción mientras vociferaba apenas unas palabras perceptibles entre tanta espuma en la boca, las cuales se entendían como Macro PantallaMacro Pantalla. Los genios detrás de la presentación olvidaron que los niños no son así de estúpidos, estos no siempre reaccionan como lo indican las gráficas y presentaciones de relaciones públicas, son impredecibles; por supuesto que son un lienzo en blanco, pero estos suelen terminar en lo descrito por el Señor de las moscas que un tarado al que te va a aceptar un anuncio sin forma, ni emoción, ni colorantes artificiales . El complejo no sabía que hacer, y los niños comenzaríamos a abuchear la presentación sentados en el recinto al unísono, hasta que salió la porra comunal herencia de las anécdotas de nuestros padres de cuando iban al cine y el cácaro no se encontraba dispuesto a trabajar:

Pokémon, dinero, o hacemos tiradero.

No había mucha coherencia frente a las demandas, porque no habíamos pagado ni un peso por entrar, Pokémon no se encontraba entre los estrenos, pero de esas tres demandas sí podíamos cumplir la amenaza del tiradero. El canto se extendió por todas las butacas que entre risas y seriedad expresaban su necesidad de ver monstruos de bolsillo en la pantalla grande, a tal punto de que los encargados del cine decidieron ceder frente a las demandas y comenzar a proyectar entre gritos de éxito mezclados con las luces que se apagaban, para volver con más fuerza al canto de denuncia, porque Cinépolis en toda su sabiduría terminó proyectando de entre todas las cosas un documental sobre tiburones, documental que por cierto ya estaba iniciado, probablemente gracias al nerviosismo del encargado de la sala de proyección que les ofrecía lo que fuera a esos malcriados. Los niños nunca mienten con lo del tiradero, y a pesar de no contar con palomitas ni refrescos dado que el área de dulcería no se encontraba abierta, sí contaban con sus almuerzos proveídos por sus padres los cuales terminaron en el aíre en un caos a tal grado, que se nos pidió abandonar el recinto por parte de los maestros que pedían el respeto al lugar y anotaban el nombre de uno que otro que fue capturado in fraganti aventando ese sandwich de huevo con pan húmero que su madre había realizado con rapidez en la mañana antes de entregar a su angelito en la institución educativa.

Este es uno de los muchos relatos de parte de los que vivimos la masacre amarilla japonesa de 1999.

Pokémon es uno de los fenómenos comerciales más exitosos de la historia, y no creo poder recordar otro de la misma magnitud, pero también recuerdo mi desencanto con el producto en una luna de miel que creo que duró menos de dos años. Si yo me encontraba fuera de ese tren -no se preocupen, también fui víctima de otros con el tiempo – un gran número comenzaría a evolucionar con él. Mi hermano es muestra de ello porque a pesar del tiempo y edad sigue jugando los videojuegos y me ha tratado de explicar la gracia en dos animales que se pelean que ocultan una serie de cálculos completamente complicados para sacar porcentajes y debilidades a favor en tablas de fórmulas y variables, que me hacen pensar que esto en un principio se trataba de un ratón amarillo eléctrico.

A pesar de ello, es curioso pensar de que Pokémon no intentara buscar infligir en el mundo del séptimo arte salvo las contadas ocasiones animadas. Es un proyecto arriesgado y más en un sub género que ha demostrado en cada ocasión la ineptitud de trasladar dicho material a un lenguaje fílmico, presa de la principal falta de interacción en un cine que no genera una pertenencia o personalidad individual dentro de cada jugador, y que a su vez espera ver esto conjugado.

Pues a 20 años de la primera entrega animada de la franquicia, hoy no deja de ser extraño ver que hemos aceptado la idea de una película de Pokémon, y una inspirada en un spin off llamado Detective Pikachu.

El mayor logro de Detective Pikachu se encuentra en el apartado visual y en planteamiento de su universo. El mundo de Pokémon es uno complicado de adaptar, en primera porque hay un dejo de ridiculez persistente en sus personajes y dinámicas, después de todo hablamos de un mundo en donde los animales sólo se la pasan repitiendo sus nombres y en donde ponerse a hablar de lo malo que representa poner a pelear dos seres en contra de su voluntad resulta de lo más hipócrita como ha sido demostrado en el pasado de la franquicia. Detective Pikachu decide plantear un mundo en donde la dinámica de Pokémon y humano se trata de una simbiosis natural, en donde la gente los tiene como mascotas y estos incluso llegan a ayudar en las labores diarias, sin tampoco olvidar de que existen batallas entre dos o más, de manera ilegal o siguiendo el argumento de los juegos clásicos.

Detective Pikachu además, adapta los diseños de los personajes clásicos en un tratamiento interesante, puesto que todos tienen sus características de la contraparte animada y del videojuego, solamente que aquí han obtenido texturas, pelajes, escamas. En un principio esto puede resultar enteramente falso, pero creo que de otra forma no podría haber funcionado, una película en donde Pikachu fuera un ratón literal no serviría, y es por ello que podemos decir que Detective Pikachu abraza su concepto, que además sabe que es lo que va a atraer a la gran mayoría de la audiencia.

Esta precisa búsqueda de un mercado adulto, es la decisión que trae a Ryan Reynolds a darle voz al personaje icónico de la franquicia, puesto que las participaciones del actor interpretando dos veces a Deadpool impregnan la personalidad del epónimo personaje y del filme, uno con chistes subidos de tono y referencias meta narrativas a sabiendas de que hay una noción del fenómeno popular de la franquicia, desgraciadamente esta lectura de complejidad es algo que ni la trama, ni los demás personajes llega a adoptar lejos del conocimiento de una voz fuera del set. Si ya se buscaba un ángulo agudo y crítico, bien hubiera sido interesante ver dicho tratamiento crítico y humorístico de este planteamiento, pero el guión de 7 personas terminan ofreciendo una adaptación calca de la trama del juego, sin mucha chispa en el misterio que ya se ve venir y que tiene resoluciones mediocres tratando de justificar cierta tensión inexistente entre los protagonistas.

Justice Smith no tiene el carisma para lograr a ser un protagónico. Enteramente devorado por la personalidad de Reynolds, tampoco termina de presentar un personaje resaltable o que pueda aportarle algo a la dinámica detectivesca, de hecho es bastante curioso de que la película represente las decisiones de este como apagadas o poco importantes, ya que se trata de una persona que quiere vivir su vida fuera del mundo del coleccionismo o profesionalización Pokémon. Ni se diga de los demás actores, que están solamente a instancias del guión, jamás presentando complejidades al misterio o dilemas, en donde irónicamente terminan planteando interacciones similares a las de un videojuego y sus llamados personajes no jugables, o NPC en sus siglas, que no tienen otra labor más que la de ser expositorios y jamás promover un tipo de acción valiosa para el jugador más que la informativa, sin entablar lazos o conexiones.

Detective Pikachu es presa de un guión regular ante la presencia de un hombre poco interesado en la dirección de la película, que es Rob Letterman… pero sin duda alguna demuestra el potencial que este universo tiene frente a un tratamiento fílmico. Es bastante extraño ver que a la estrella del filme -el propio Pikachu– se le termine por arrebatar la singularidad que lo hace tan atractivo en esta modalidad de entretenimiento, pero creo que eso al final también es señal inequívoca de que no pensaron mucho en qué tanto podían otorgar, con la idea más ensoñada de los niños de los noventas.

 

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