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viernes, abril 19, 2024

El príncipe y el sueño: My own private Idaho (1991).

No hay muchos momentos en la historia del cine de los noventas como la siguiente escena: En la nada del desierto y carretera de Idaho por la noche, dos sujetos muy apuestos están arrimados a una fogata por culpa de una motocicleta descompuesta que se niega a andar. Los dos tienen una relación por su labor, la cual es ser prostitutos ante el mejor postor, en su mayoría hombres que practican fetiches inusuales por los que aceptan ser parte a cambio de unos cuantos billetes que les permita vivir otro día en el ambiente de pocilga de prácticamente cualquier espacio de América, de vagos, ratas, edificios abandonados: la América que nadie quiere ver.

Si bien sus oficios son similares, sus trasfondos no podrían ser más diferentes. Scott (Keanu Reeves) es un joven de cabello negro y sentido de la moda más formal al igual que su andar, el cual revela mucho de su origen ya que se trata de un niño rebelde que se niega a ser parte del sistema tradicional que se le ha impuesto, el heredero de una familia acomodada de Portland que se auto expatrio en busca de un sentir en su vida, un sentir repleto de fluidos que soporta mientras tenga algo de decencia presentable en su vida… Mike (River Phoenix) no es así.

Mike es sucio, de una cabellera rubia, y siempre distraído, fuera de un tiempo exacto, siempre hablándonos a nosotros como audiencia y que no puede evitarlo ya que padece de un extremo caso de narcolepsia que se presenta específicamente cuando se encuentra muy nervioso o cada que empieza –o más bien intenta- recordar su pasado, uno al que somos testigos a través de viejas cintas hogareñas y una casa que se vuelve un deseo inalcanzable, una casa que nos recuerda a la que cae de El Mago de Oz (Victor Fleming, 1939) o a la que intenta alcanzar Christine en la obra más famosa de Andrew Wyeth, a la que intenta volver cada que tiene un clímax orgásmico, donde desearía estar, lo que desearía resolver, y la razón por la que se encuentran en Idaho, la segunda para él hasta donde sabemos, porque ha pasado por el mismo esfuerzo como si se tratase de un Sisifo moderno, con todo una carita que le parece curiosa dibujada en el horizonte del lugar.

Mike y Scott, uno huyendo de su destino y el otro tratando de darle sentido, con la misma ropa que llevan desde hace días, tranquilos en la soledad del mundo a punto de ser borrados del mapa y de su identidad. Son dependientes uno del otro por los ataques constantes de Mike, el cual termina siempre en diferentes ciudades y probablemente violado, pero siempre al lado de Scott, el cual aparece en el momento adecuado y le está comenzando a punzar a Mike.

My own private Idaho es la obra maestra de Gus Van Sant, de eso no hay duda porque en su tercera entrega de la trilogía underground se exige ser creativo en toda la expresión, tratando un tema sin vulgaridad, en un tono poético que incluso llega en las secuencias de sexo en donde intercala posiciones de los involucrados de manera rápida sin movimiento; interpola a histora de unos prostitutos con un homenaje a la oda de amor roto y camaradería Shakesperiana presente en Campanadas a la medianoche (1965) de Orson Welles (razón por la que yo y muchos de nosotros hemos llegado a la película), pero también es el punto cumbre y trágico de River Phoenix, joven aplastado por los excesos de la droga con un reto extraño en su poco usual personaje, al cual se es muy difícil de despegar en cuál es cuál ya que poseen una fragilidad lastimera y patética en ese momento.

Hablan sobre lo bueno que es despegarse de todo y Scott menciona que no le importó lo que su ama de llaves le dijo al huir, el otro sorprendido cuestiona sobre si tiene un ama de llaves y también asegura que de haber tenido una familia normal –o acomodada- él también hubiera sido normal. Tan normal como un perro o como un padre, situación de las cuales él no ha sentido siquiera en su vida, porque lo más cercano que tiene a algo, es Scott.

-Me gusta hablar contigo.

Dice Mike en una voz más suave que en toda la plática.

-Quiero decir, de verdad me gustaría hablar contigo. Estamos hablando en estos momentos pero, tú sabes… no lo sé, yo… no creo que pueda… no creo que pueda estar cerca de ti. Nos queremos, y en estos momentos lo estamos, pero… tú sabes…

Scott lo interrumpe acomodándose en un tronco que tiene por cama y le pregunta que qué tan cercanos y Mike no es capaz de voltearlo a ver a los ojos, intenta eliminar la conversación jugueteando con una ramita y diciendo que lo olvide, pero se arrepiente a medio decir y pregunta que qué es para Scott.

-Eres mi mejor amigo.

-Lo sé, y sé… y sé que soy tu amigo. Somos buenos amigos y es bueno ser eso, ser buenos amigos, eso es bueno.

Scott se impacienta un poco, a lo que vuelven al punto de olvido propuesto por el narcoléptico, pero Scott ya parece entenderle. Su postura cambia de estar acomodado para descanzar a una más agresiva:

-Yo sólo tengo sexo con hombres por dinero, y dos hombres no pueden amarse.

Mike asevera, se trata de prostitutos, con un incesante neceser a reprimir sus instintos sexuales, a entablar en contacto con falos por dinero, por necesidad, no por amor… pero Mike como de costumbre vuelve a titubear.

-No lo sé… yo… yo podría amar a alguien incluso si, no me pagaran por ello. Te amo y tú no me pagas.

Scott ha recibido la respuesta que no quería, y trata de calmar a un Mike de ojos lacrimosos, pero este prosigue con la misma calma.

-Me encantaría besarte.

Y así, libre de expresión y deseo, intenta apagarse como en todas las ocasiones del filme, en donde ha llegado a un punto máximo de nerviosismo, doblándose en su propio ser intentando imitar a un armadillo o a una tortuga, rodéandose del único consuelo de sus manos, y remarca que ama a su amigo, ama a Scott… pero no puede apagarse, no en esta ocasión.

Scott lo único que hace es cederle un espacio en el tronco, y en un gesto maternal, el hombre que acompaña al que busca el misterio de su madre, le ofrece un consuelo para antes de dormir, lo cual significa todo para el otro, quien vuelve a morir en sus brazos… para despertar otra vez en medio de la carretera, sin saber qué fue lo que pasó, si sus palabras fueron correspondidas al igual que aquellos hombres que se aprovechan de él o de si de verdad hubo un momento de absoluto amor.

Ese es Mike, nuestro héroe… nuestro vagabundo con fallas temporales, al que veremos en una odisea, y a quien siempre el cerrar de sus ojos significa un estado y situación que tiene que solucionar… aquel vagabundo que sólo buscaba un beso del príncipe azul para poder despertar de su pesadilla.

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