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viernes, marzo 29, 2024

Frozen II (2019)

Estoy bastante seguro de no ser el único adulto que padeció la fiebre de invierno del 2013 llamada Frozen (Chris Buck y Jennifer Lee), una ola que invadió cada recoveco mental de la población infantil y que les hacía querer ver una y otra, y otra vez, las aventuras de dos hermanas y un muñeco de nieve demasiado molesto. Este tipo de fenómenos culturales dentro del campo de la animación no son raros, después de todo provengo de la misma generación que hizo del Rey León (Rob Minkoff y Roger Allers, 1994) un hito cultural y taquillero del que no podías escapar; la diferencia es, que ya no me encuentro del lado inocente que consume todo a diestra y siniestra sin contemplar las amenazas pesimistas del medio fílmico presentes en las estructuraciones de poder que representan los estudios, en este caso Disney, a quien he pasado de tener respeto y admiración de alto valor artítisco a sus clásicos, a preocuparme más y más por sus decisiones.

Tan sólo en la semana de estreno de la segunda parte de Frozen, queda pendiente la reflexión de que esta orilló a todas las demás películas estrenadas de ese fin de semana y del pasado de saltar por la borda, incluyendo a El irlandés (Martin Scorsese, 2019), la obra que está realizada por la principal figura que denuncia las injusticias de la casa del ratón y las películas que de manufactura de fábrica,que  se vuelven las únicas opciones de un cada vez más desinteresado público en la labor de responsabilidad como consumidor.

Oh sí… Frozen.

La primera no la vi en cines: los anuncios nunca me atrapararo así como tampoco la parafernalia referente a la película que iban desde juguetes, canciones que oías en todas partes, contemplar las futuras fiestas de Halloween con Elsas -que hasta la fecha sigue pasando- ni la celebración de internet de un ícono presente en esta misma princesa; pasadas las ceremonias la vi en mi hogar y… está bien. Concuerdo perfectamente con que la identidad de Disney a lo largo de estas dos últimas décadas, ha tenido una tendencia a ser más despierta respecto a lo que su compañía hizo en el pasado, dejando migas a los estándares presentados con las princesas del pasado que vistas ante ojos modernos parecen anticuadas (después de todo, Disney sigue irónicamente el camino que su competencia Dreamworks realizaría con Shrek, un proyecto de desprecio por parte de Jeffrey Katzenberg al salir de la casa del ratón como CEO).

Frozen, estimula la idea de que la casa del ratón está comprometida con las audiencias modernas, de que les entiende y que están dispuestos a hacer algo a mejora de las identidades que un ícono como una princesa Disney pueda generar entre los niños, o por lo menos eso ha sido su lema en películas que declaran esto con tedio porque no llegan más allá de dicha declaración. A pesar de esto Frozen en su primera entrega tenía un personaje particularmente bien estructurado con Elsa, un personaje que a diferencia de los demás, se presenta temeroso de poder expresarse en una sociedad que no le puede comprender. Es notorio este detalle más allá de la historia porque los animadores le dan un lenguaje corporal del que muchas personas introvertidas pueden decir, que es bastante cercano a la realidad.

Es por ello que Let it go, es un himno de celebración, de la libertad de ataduras sociales que se le imponen, en una película que después no sabe qué hacer con ella, porque tiene la dependencia de otros personajes menos interesantes, y la necesidad de imperar a Olaf, un mono de nieve vomitivo y exasperante tanto en diseño, como en finalidad.

Pero hey, a los niños no les importó, y Frozen se volvió la película animada más taquillera de la historia, cosa que además de los productos oficiales le dejan a Disney unas ganancias perpetuas… lo cual daba ya señales de que el estudio rimpería una de sus cláusulas artísticas, de las pocas que le quedan: hacer una secuela oficial. El regreso de Frozen a la pantalla grande involucra a también los encargados del éxito de la primera entrega: Chris Buck Jennifer Lee regresan como directores, además del cast que incluye a Kristen Bell y a Idina Menzel como las hermanas, y el dúo de los López quienes junto a Christophe Beck se encargan de la música.

El resultado, es una película de apuesta grande, con ciertos elementos positivos, pero que cae estrepitosamente en las áreas de falla que todas esas secuelas de películas Disney que viste de niño tenían: simplemente no entienden por qué funciona la primera parte.

Frozen II habla sobre todas las cosas, de crecer, a reservas. Los personajes de Jennifer Lee se jactan del cambio y de que este va a llegar de manera inminente a través de ahora un existencial Olaf, pero a pesar de ello el crecimiento de estos no ha sido enorme. KristoffAna tienen enredos frente a la propuesta matrimonial del primero con la princesa, y Elsa ahora tiene un interés en los espíritus de la naturaleza fundamentados por un flashback que nunca se mencionó en la primera entrega pero que ahora le causa tremenda curiosidad. Esto genera una serie de conflictos en donde Elsa comienza a entender su posición en este mundo y el de sus poderes, y a pesar de que caiga en reiteraciones traducidas a “Elsa tiene miedo de dañar a su hermana, su hermana le jura que no va a pasar, encuentran algo, repite”, también es que los directores saben agregar uno que otro momento en donde el lenguaje visual se presta a mejores resultados -siendo esta escena la maravillosa secuencia en donde Elsa se enfrenta al caballo marino en medio de la tormenta- que diálogos exponenciales sobre una mitología que nunca cuaja del todo.

Esta necesidad de subir un peldaño la apuesta del mundo de Frozen no es que fuera imposible, pero la prisa de la película en revelar los conceptos para pasar al siguiente y generar separaciones grupales para que cada miembro encuentre su identidad por el viaje, está repleta de canciones que no encuentran espacio, y por lo tanto carecen de naturalidad y emoción. Son canciones que obvio intentan emular al filme pasado, y en esta ocasión son inconsecuentes y carentes de complejidad emocional a tal grado de que una viene después de la otra, sin pena ni gloria… y eso de escuchar a Olaf cantar dos veces seguidas, no es mi idea favorita de lo que significa entretenimiento.

Es quizás, este personaje, lo que define mayoritariamente la falta de compromiso de la secuela, que choca muchoh con el mensaje que intenta predicar. Hablar del cambio y de la pérdida de los amigos es valiente, incluso Frozen II llega a este extremo con el detestable muñeco de nieve, pero esta reflexión generada en un momento serio y maduro, es inconsecuente porque por la magia de que son personajes populares -y explotables- no sufren de consecuencias ni riesgos en toda la aventura, ni tampoco es que el final sea tan controversial como los puristas de Frozen lamentan que es.

Frozen II es un filme de un estudio que cada vez resulta más hipócrita, pero esto no importa porque está generada para la época, para el momento, y para su consumo expreso so pena de la presión de gente involucrada que quizás sin tantas ataduras, entregarían una película del mismo valor que su primera parte.

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