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sábado, abril 27, 2024

Nostalgia oxidada – Cazafantasmas: Apocalipsis Fantasma (2024)

Finalmente en Cazafantasmas se quiere explorar la mitología, y se abraza el concepto de horror y comedia más allá de recordar las viejas glorias… el problema es que a 40 años, ya no hay energía ni emoción en los involucrados, ni en las audiencias.

El misterio de Cazafantasmas (1984) es uno que pienso a menudo, y más a sus próximos 40 años. Es de hecho uno del que ya he escrito en varias ocasiones -uno de los primeros textos formales que aparecieron en el sitio de mi parte fue cuando escribí del reboot del 2016- pero que no parece tener una solución convincente, sobre todo porque en percepciones que van más allá de la nostalgia inmediata que genera siquiera ver el logo del fantasma, no responde a su constante picada de taquilla y crítica.

La primera se trata de una película arriesgada, porque se trata de una comedia para adultos de tintes supernaturales y con presupuesto enorme, en unaa época en donde las comedias habitualmente tenían la salvaguarda de ser fáciles de producir y de poco coste. Entre eso y la potencia de sus estelares como campeones de la comedia en la cultura popular norteamericana, Cazafantasmas de Ivan Reitman se posicionó para sorpresa de todos como la más taquillera del año. Recalco la idea de que fuera una comedia para adultos, porque la idea de que fuera una franquicia para niños ocurre de rebote, siendo que: a) Los niños aman los elementos sobrenaturales que la película tiene en un encanto de horror primerizo y b)Los 80’s eran una época en donde la separación de clasificiaciones se haría más difusa, y en donde los papás solían ser más permisivos para que los chamacos vieran lo que ellos consumían, aprovechando también el impacto de las legislaciones de Ronald Reagan de capitalizar la televisión como un medio masivo de consumo popular.

Sí, en pocas palabras Cazafantasmas apuntó a la cartera de los papás en el cine, y de nuevo en la llegada del formato casero y en los miles de productos que los niños consumían con jolgorio. Ese imperio de fortuna fue aprovechado y sería el molde posterior para su segunda entrega, con una película que inspirada en los diseños de la divertida serie televisiva parecía ofrecer más de lo mismo… pero con una respuesta menos efusiva.

Entre que fueron 5 años de gestación para una segunda parte gracias a los involucrados -y más por el mamón de Bill Murray que apenado huía de la idea de ser encasillado en una franquicia- y por la poca fortuna de estrenarse en el mismo fin de semana de Batman (1989) de Tim Burton en un movimiento generado de forma irónica en la historia que la primera película generó si pensamos en que por allá en 1989 la idea de un Batman oscuro e interpretado por Michael Keaton no convencía a nadie dentro de los estudios. Pero también resulta una declaración de añejamiento y olvido de las audiencias la idea de que Mira quién habla (), una comedia simplona y con bebés sin efectos ni presupuesto, le ganara en números… quizás incluso la película tendría su respuesta en forma de un chiste interno cuando los niños odian al equipo de científicos, prefiriendo a He-man.

De ahí en adelante hay intentos de reestablecer una franquicia entre las piezas recuperadas como una serie de televisión con el título de extremo como solo podría pasar en los radicales noventas, y secuelas en forma de cómics y videojuegos –destacable y recomendado el juego del año 2009 como la única oportunidad que tendrás de ver a todo el cast original– y una tercera parte a punto de generarse, pero que termina siendo recodificada en un reboot que francamente, nadie quería hacer.

Gracias a la filración de documentos del estudio, sabemos que la idea del reboot de Cazafantasmas fue un movimiento para tratar de quitarle control creativo a Ivan Reitman y a Dan Aykroyd que honestamente se trataban del engranaje para que la película original funcionara con el crédito de director y guionista respectivamente (el tercero siendo Harold Ramis que pulía las ideas locas de Aykroyd. Entre eso, la idea no tan segura de Paul Feig de querer dirigir una tercera parte prefiriendo un remake con sus afinidades, esto se tomó como un estúpido abanderado de los fanáticos tóxicos en torno a su cast compuesto por mujeres y que, también es que el estudio tomó provecho de la controversia para inyectarle popularidad a una película… que tampoco despegó.

Corte a hace dos años atrás, con Jason Reitman al mando de una nueva Cazafantasmas que, funcionó. Más allá de un abaratamiento nostálgico y manipulador de la película que abandona las pretensiones cómicas de las anteriores, su Cazafantamas es de esas obras metatextuales en donde se permitía tener un conversatorio personal al lado de Violet Ramis como personas que tratan de superar la pérdida de sus padres -para cuando Reitman dirige Cazafantamas: El legado, Ivan Reitman había fallecido- que es noble en apariencia y gran parte de su éxito se debe a la lectura del momento, con gente sintiendo partidas personales fuertes en medio de una pandemia siendo propositivas y emocionales… pero que tropieza con su constante felación obsesiva al pasado con reverencia y el detestable imperio comercial de la película en forma bastarda.

No es que haya generado números masivos, pero fueron razonables como para avanzar con una secuela que, también aprendiendo de los errores del pasado, no tiene tanto distanciamiento de su primera entrega, y trata de plantear un paso generacional entre la vieja guardia y los personajes modernos planteados en la película, la familia del fallecido Egon (Harold Ramis). Cazafantamas: apocalipsis fantasma tendría todas las de ganas y más considerando su fin de semana libre de competencia de presupuesto enorme… y los números han hablado de forma directa, porque esa competencia de películas de menores presupuestos –Inmaculada de Michael Mohan y El late night con el demonio (2023) de Los hermanos Caimes, curiosamente dos películas de horror- han tenido mejor recibimiento que el barco hundido que representa Cazafantasmas como franquicia en ahora sí un definitivo “no” que tardó 40 años en postularse.

Los fanáticos de hueso colorado ya son pocos, de rodillas dolorosas y que a diferencia de otras franquicias, no logran conectar con audiencias más jóvenes: a la gente ya no le importa Cazafantasmas y lo más trágico, es que… pues no es tan mala.

El principal problema de Cazafantasmas: Apocalipsis Fantasma es que no sabe malabarear muy bien el espacio y desarrollo de sus personajes en un problema que ella misma se mete por ambiciosa. El guión de Gil Keenan y Jason Reitman presenta muchos personajes. No sólo aparecen los miembros originales, sino también los niños de la anterior con la dinámica familiar de los Spengler que se mudan ahora a la gran manzana un poco con esa condición jugueton de Gremlins: La nueva generación (1990) de Joe Dante y que ahora de forma ridícula participan en un negocio familiar. Esa dinámica de función de maestro y un grupo de niños con armas nucleares que constantemente destrozan la ciudad tiene potencial y visto desde una lectura irónica como la primera película, pero se le resta mucho espacio a la irónía tratando de trazar un panorama mucho más ambicioso y mitológico que también podría funcionar para sus personajes, de no ser que la extensión de estos simplifica sus arcos narrativos y se vuelven menos convincentes. No tenemos espacio de mucha reflexión en sus decisiones para los que nos importan, y lo que no aparecen y desaparecen de la película sin ton ni son o a comparación de aquellos que la película de forma constante trata de impulsar, se vuelven ridículas.

Obvio eso pasa con el mamón profesional favorito de todos –Bill Murray aparece, reaparece, y se va en menos de 10 minutos- pero cuando esto se traslada en los nuevos personajes como Trevor (Finn Wolfhard) emulando a Willie E. Coyote contra Pegajoso en señales mediocres de atención nostálgica o los mini malvaviscos que tienen más permanencia visual y de personalidad que Podcast (Logan Kim) o Lucky (Celeste O’Connor) que se supone deberían fungir como motivadores entre las nuevas audiencias dejándolos más insignificantes y con nula interacción entre ellos, algo está mal. Sobre todo porque este problema ocurre con otra tanda de personajes nuevos que aparecen en la película, que tienen una función totalmente explicativa que bien podrían ocupar funciones de los menospreciados.

Está claro que Keenan no logra atender las necesidades imperativas de Reitman que ahora es como un inspector sanitario de nostalgia, pero había señales de efusividad de su parte. Los personajes que tienen la mínima atención son convincentes. McKenna Grace como Phoebe es muy curioso en algo bastante inusual dentro del cine, porque sus acciones y gustos nos daban a entender que Phoebe está en un espectro autista se confirman en esta entrega… a la que ahora tiene una especie de interés romántico espectral. Este tema es tratado con una forma sutil, con Phoebe encontrando un desfogue de rebeldía y de sentirse validada a través una chica fantasma (Emily Alyn Lin) con la que conecta a tal grado de pensar que su mundo pertenece al de las cosas que constantemente ella y su familia atrapan en cajitas de materiales peligrosos, es una idea que nunca termina por explorarse pero las bases y momentos genuinamente tiernos y ridículos se presentan con Phoebe teniendo un arco completo a comparación de sus compañeros.

El otro que se se beneficia, es el último eslabón de la franquicia.

La relación con Aykroyd y lo sobrenatural es bastante personal, porque es un tipo extraño que cree en lo inexplicable a niveles esotéricos y conspiranoícos, que no fueron gran parte de su éxito en Saturday Night Live durante los setentas pero que de vez en cuando se veían cuando escribía guiones (es muy famosa la anécdota de que su primer tratamiento de Los hermanos caradura de 1981 era del tamaño de un directorio telefónico al que John Landis tuvo que extirpar de elementos fantasiosos), y fue hasta Cazafantasmas que evocaría sus creencias ahora con la idea de hacer algo junto a su trágico mejor amigo John Belushi.

Si alguien tuvo la posibilidad de tener una franquicia constante con Cazafantasmas fue el más apasionado del tema y el principal defensor y con la pérdida de Ramis y Reitman, su personaje carece de una contraparte con la cual interactuar de forma nerd. Su Ray Stantz es incapaz de moverse al futuro, porque quiere seguir haciendo lo que ama, se vuelve el confidente de estos niños que ve como lo que fuera en su juventud y los apoya, porque detrás de esta figura de soledad y melancolía, existe algo aguerrido y de valor que Aykroyd interpreta con la misma emoción en los ojos de un maniaco como lo fuera la primera vez.

Y por último, Keenan trata de desapegar todo interés reverencial porque no lo necesita a comparación de la anterior entrega, y ahora enfocado en explorar la mitología de los Cazafantasmas previamente desatendida en el cine salvo en su segunda entrega. Dando espacio a nuevas amenazas que profundizan de tal forma como lo fueran otros medios y en donde Keenan parece haberse entretenido en la presentación de nuevos fantasmas, las categorías y juegos entre la modernidad y los dioses oscuros atendiendo la dominación del mundo. Inspirado particularmente en la modalidad de un villano de la semana como lo fuera la caricatura o Los expedientes secretos X, también es que Keenan inyecta momentos de lucidez en el terreno del horror infantil en una película que puede llegar a ser bastante macabra y descorazonada en las víctimias del incensante frío, rememorando también lo que las películas ochenteras tenían para los más pequeños de la casa: ideas grotescas que se podían volver pesadillas nocturnas, pero inspiradoras.

Desgraciadamente estos potenciales no logran salvar una película en su totalidad y me dejan pensando que quizás Cazafantasmas podría o pudo haber servido en el terreno de las series televisivas, con esa ambición de escuadrones y los villanos mejor estructuradas que en una película a la que le duele este estancamiento de potenciales vertientes jamás exploradas. Así es el cruel destino de esta franquicia.

En ese trago amargo de la vida hay que entender que a veces, quitarse el traje, estacionar el auto y colgar el rayo de protones le ocurre a cualquiera, algunos con más nobleza y otros hasta las últimas consecuencias.

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