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lunes, febrero 17, 2025

Crítica: Anora (2024)

Anora trata con vértigo la vida que no siempre podemos tener de irresponsabilidades y belleza fugaz que dada la oportunidad… quién no terminaría por intentar alcanzarla siquiera unos instantes. Sean Baker no defrauda en un humor y franqueza como pocos saben proponer en el cine norteamericano de estos tiempos.

Entre toda la vorágine de vómito conversatorio que existe dentro de la ceremonia de los premios de la Academia -ya de por sí un elemento por demás cansado y repleto de fracasos monumentales a la hora de seguir querer estableciendo una especie de control de calidad dentro del cine bajo la perspectiva universal que lo único que hace es en una ironía incomprensible, evidenciar su miopía- de vez en cuando aparecen dos que tres películas que no ocupan discusiones de recriminación sempiterna como Anora… o bueno, no mucho.

Anora tendrá en lo más profundo de sus pecados bajo los miramientos en redes sociales el hecho de que su protagonista –Mikey Madison– mencionase en un conversatorio al lado de Pamela Anderson el hecho de que no quisiera depender de un coordinador de intimididad para las escenas de sexo de la película. Los prejuicios apurados proponen la visión de Madison como retrógrada, de ofender a Anderson en una lectura de rostros que los de CSI envidiarían y conjeturas en torno a la lascivia y falta de profesionalismo de parte de Sean Baker cuando la realidad expuesta en la plática es que Madison acepta la existencia de este elemento del crew y su importancia del que sólo no quiso depender por encontrarlo estorboso para sus objetivos. También tendrá que ver en gran medida sobre las discusiones de la posición política de Sean Baker tras el descubrimiento de unas posibles acepciones dentro de los temas típicos de los republicanos los cuales ya de inmediato le generan un aura de persona non grata en tundas iracundas que de inmediato tacharía todo la construcción empática que Baker por lo menos ha demostrado entender como parte de sus observaciones a lo largo de sus películas con bastante honestidad y que en el caso de Anora no es la excepción.

Anora es, quizás el personaje menos complejo dentro del abanico de Baker. Con ello no quiere decir que su personaje sea mundano o menos interesante, pero Anora es uno que no se mueve bajo lineamientos grises, si a lo mucho es uno más definido sobre objetivos y sobre quién es. Anora desde el principio nos deja entrever su mecánica del día a día en donde suple el gozo de clientes dentro de un club de strippers y en donde, parece tener la posición más aguerrida dentro de sus compañeras, siendo la que le contesta a su jefe sobre las limitantes de su oficio que este no puede llegar a comprender. Baker de inmediato la postula como ambiciosa dentro de su posible existencia de la que poco sabemos, apenas llegando mencionar sobre su familia en Florida y su conocimiento del ruso por el que termina plantada bajo los servicios de Vanya (Mark Eydelshtein), un estúpido joven que se desvive todo el tiempo en la fiesta.

Anora desde este momento parece apuntar a una estructura bastante similar a Sabrina de Wilder, lejos claro de la elegancia dentro de la película que tiene a Audrey Hepburn, pero consciente de la escala de posición que involucra “enamorarse” de un magnate playboy en potencia y de la vida que conlleva. Anora como personaje termina traicionándose a sí misma para vivir en esta posible realidad desde el primer minuto y eso Baker no deja de apuntar en un grado hilarante y parrandero dinámico inconscecuente del estilo de vida de Vanya repetitivo un día a otro, pero que resulta una jugada grandiosa de libertades desconsiderado sin represalias: da lo mismo volverse un Karen que perder millones en el poker y recibir suero de emergencia para la cruda mientras te metes lineas de coca: un día parece sentirse segundos y a su vez, no tenemos peso de cuánto ha pasado, es la ruptura de un espacio tiempo contagioso a su vez repleto de escenas de sexo desenfrenado y sin atención por parte de más que una persona real, un conejo cocainómano que eyacula igual que juega videojuegos con taquicardia precoz.

Es en esos momentos que Anora comienza a tratar de trazar una posición de confianza, en la que podría llegar a conseguir lo soñado lejos de una idea de compromiso monetario y en donde Madison es increíble. Su lenguaje corporal es controlado y erótico en las escenas de baile y en su cadencia corporal, pero las ambiciones desmedidas y la compra del engaño de Anora no pueden tapar los ojos de irrealidad que va teniendo en deslumbres a los que Baker no presta atención de forma desmedida, son captados en una formalidad natural y desentendida… pero que ya caídos en la trampa comienzan a mostrar más espacio de atención entre sus planos cada vez más cercanos de la pareja: no sólo el sexo de conejo va cambiando, sino también la empatía de Anora frente a su amado y en donde parece por primera vez tener la confianza de abrirse y de todas las cosas, descanzar, de tener una mirada de confort.

Eso es hasta que todo se termina yendo al carajo.

La ruptura del sueño de Anora va de la mano con el humor screwball y en donde si el tiempo había pasado por instantes en el frenesí de la fiesta, ahora adquiere una posición exagerada y letárgica que parece ser el propósito de Baker, quien reitera conversaciones mundanas de golpes e intentos de escape fallidos y en donde pone a su protagonista a pagar las consecuencias que Vanya jamás ha llegado a contemplar en su vida normal. Es aquí en donde esos despuntes de comedia ofensiva en la búsqueda de un objetivo imposible en la campaña de inmigrantes rusos en sus entornos no deja de ser bastante gracioso aún a pesar de que esto termine atropellando en varias ocasiones un ritmo que se vuelve reiterativo en ese contraste.

Pero al final Anora recupera ese valor emotivo y de una forma desoladora. Las películas de Baker jamás han tratado de ir por el final sencillo y aquí también existe esta nueva lectura de Sabrina de Wilder: si antes la princesa que adoptaba los encantos de la alta sociedad era vista como amenaza para el joven magnate y terminaba en un enredo amoroso con Humphrey Bogart para encontrar un camino de felicidad tras el resquebrajamiento de su mundo… Anora presenta las bases de esto, pero en un mundo decadente. Los magnates no caen del cielo todos los días, llevando de efusividad y oportunidad a nuestro mundo para desenvolvernos como Cenicienta.

No.

A veces lo que ocurre es que el príncipe encantador es un patán, tan metido en el trasero de su madre que desatiende su compromiso y en donde la postulación de princesa en un mundo de encanto nunca dejó de ser una vida de harapos, de un carruaje pútrido de cosecha, y en donde tenemos que despegarnos de esta realidad por más que cueste. Anora es muy sobresaliente por el uso del sexo que deja en evidencia el maltrato de estas escenas en el cine gringo promedio, por ser capaz de presentarse bajo diferentes aristas de objetivos al tratar erotismo y humor, pero también por una condición humana entre las interacciones de la cópula, de cómo esta es prestada no sólo para la conexión de almas pero también como un posible elemento de desvío a nuestra realidad, de un sexo patético que vemos en sanación.

El hecho de que tan sólo el año pasado una de las películas más celebradas en el campo del erotismo fueran dos de Guadagnino que se sienten mesuradas en sus secuencias tan mecánicas y en donde Nicole Kidman en Babygirl (Halina Reijn, 2024) parece emular el espíritu de los thrillers eróticos noventeros pero que alude a la preocupante percepción promedio de la insatisfacción sexual femenina en términos tan básicos como el jugueteo que no ocurre… Anora tiene una franqueza y complejidad en su posición que no veía en años por esos lares.

Y ese final, en donde todo explota pero de la manera menos sorpresiva, nos deja un nudo en la garganta: estamos sólos con nuestros sueños rotos a la mitad de la calle pensando que a veces tenemos el control de todo, acompañados sólo con ese chirreo de parabrisas barato y las lágrimas.

 

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