Tengo muy fresca la ocasión en la que vi El conjuro (James Wan, 2013).Para esas fechas me encontraba de vacaciones en la playa y en un poco de tedio -y quemazón corporal- consideré al lado de un grupo de amigos ir al cine… cuál sería nuestra sorpresa ver que el estableciemiento durante en la semana de estreno de la película estaba repleto, con la imposibilidad de verla durante tres funciones seguidas por la demanda. Las salas estaban tan llenas que no había asientos vacíos y de manera irrespetuosa a las medidas de seguridad, había gente sentada en el suelo, algo que sólo recuerdo haber visto en otra ocasión durante la semana de estreno de Harry Potter y la piedra filosofal (Christopher Columbus) 12 años atrás. Lógicamente la reacción de las audiencias frente a la película, era de un absoluto horror, gritando, aventando palomitas, y tapándose los ojos, con los desafortunados que no alcanzaron la comodidad de un asiento, revolcándose del miedo además de tapar las luces que guían a los incautos que llegan tarde a la sala
Esto es algo que no se ve muchas veces.
El conjuro era una película extremadamente efectivista; era un proyecto que nadie, incluso el estudio que la produjo -para ese entonces New Line Cinema antes de su completa absorción por parte de Warner Bros– había estado moviendo de fechas de estreno porque no pensaban que fuera a ser exitosa, después de todo era presentar ante audiencias modernas los casos paranormales del matrimonio Warren, quienes habían sido la base de películas del horror clásicas de la década de los ochentas como la franquicia de Amityville pero que en realidad más allá de menciones en uno que otro proyecto no permeaban demasiado en el colectivo popular, quizás por la noción de que ante el avance tecnológico y la posibilidad de encontrar fuentes de información, la gracia de Los Warren dejaba de tener un uso más allá del escándalo y morbo.
Y es que si Los Warren terminaban teniendo adherencia a estas nuevas generaciones, son por culpa de James Wan, habitual realizador dentro del género del horror y quien es bastante astuto en eso del tema de casas embrujadas e investigadores de lo extraño, después de todo su registro anterior en el género sería con las dos primeras películas de Insidious (mejor conocida en nuestro país como La noche del demonio). Wan es un sujeto que además de su pasión por el tema -del cual se intuyen muchas referencias a otras películas del pasado- es uno que también pone sumo cuidado a la producción y el efecto de sus protagonistas, de ahí que de pronto tengamos a unos empáticos y apuestos Ed y Lorraine Warren a través de Patrick Wilson y Vera Farniga.
Esta pudo tratarse de una trilogía destacable dentro del género del horror, si no fuera por los compromisos contractuales del propio Wan, quien a partir del éxito de El conjuro y su segunda parte estrenada en el año “” se volvía uno de los directores más buscados dentro de otros estudios, eso y que ahora las pretensiones de estas películas rayaban en el siempre excretable y tedioso concepto del universo compartido, que emociona a unos cuantos pero que en realidad nunca han logrado tener una cohesión siquiera alcancable a las pretensiones de querer imitar a Marvel y su UCM. Y es que hasta en este punto han sido más los spin-offs de El conjuro, que películas dentro de la linea principal y eso por default ha estado haciendo que la fórmula se encuentre cada vez más gastada.
Directores han entrado y salido dentro de estos proyectos, pero la salida de Wan en la linea principal es la que más adolece, porque lejos de encontrar a una persona indicada para seguir con esta linea que estuvo presentando, ahora tenemos a Michael Chaves, cuyo mayor crédito se trata de hacer quizás la peor película dentro de esta serie de proyectos: La maldición de la llorona (2019), que era un intento de aproximarse al mercado latino que sin duda alguna se trata del fuerte dentro de esta serie de películas.
De inmediato se siente el bajón comparativo en El conjuro: el diablo me obligó a hacerlo, porque Chaves no tiene el mismo cuidado dentro de la puesta en escena de ningún nivel competente: la fotografía de Michael Burguess raya en opacos que apenas nos permite percibir a los protagonistas, quizás para tapar un diseño de producción sin magia alguna, atrás quedaron las casas de nivel clasemediero húmedas y con una geografía palpable, porque ahora no hay un entendimiento del espacio más que para el momento, como si fuera una representación teatral de nivel escolar primario. El score del habitual Joseph Bishara sirve la misma función: un acompañamiento ambiguo que no expresa una idea atractiva, y quizás en el terreno de los efectos estos revelen más y más la propuesta de filmar en espacios con un mayor registro delator de efectos por computadora que se ven y sienten risibles.
Chaves en medio de estas cosas es incapaz de generar una escena o villano memorable, porque al descuidar lo mencionado termina dirigiendo en un fungir automatizado en donde cada uno de los jumpscares tiene una estructura de tres pasos en donde: 1) sujeto se acerca a un lugar sospechoso, 2) sujeto se alivia de darse cuenta de que el espacio no es peligroso y 3) recibir una sorpresa que salta a la cámara o se encuentra fuera de los límites de esta y la visión del espectar -que de forma extraña los revela como unos topos ciegos- en un punzar musical y de sonido. Esto va desensibilizando a la audiencia y termina siendo risible incluso antes de la mitad del primer acto.
Quizás el mayor problema de El conjuro: el diablo me obligo a hacerlo se revele ante la falta de propuesta técnica y de entretenimiento, porque la película desnuda incluso la problemática que la saga hasta el momento había tenido pero que nadie había llegado a cuestionar: es una película de entera propaganda panfletista cristiana. Si de por sí quiere llegar a entablar al matrimonio Warren como uno perfecto e incapaz de fallar dentro de sus investigaciones, la propuesta de escena ya hacía que particularmente en el caso de Ed Warren este se pusiera en frente de la cámara para literal decirle a la audiencia “arrepiéntanse y crean en el evangelio”. Esto no sería problema si tomamos la identidad de la franquicia como inspirada, sin embargo los realizadores de la saga de El conjuro han estado planteando las aventuras de Los Warren como sucesos reales, que ponen siempre en comparativas con los datos y registros que estos tenían para pernoctar que en efecto, estamos frente a lo que en verdad pasó.
Y esto adquiere un sentido más mórbido cuando tomamos en cuenta de que la nueva entrega de El conjuro: el diablo me obligó a hacerlo sigue jugando con los elementos de prejuicio hacia un pánico satanista que nunca existió en la década de los ochentas, que tiene una mala imagen de un grupo religioso ante las perspectiva de los cazadores de lo paranormal y que los llevó a establecer frente a un juicio de índole criminal, un arraigo religioso como defensa de un asesinato, dañando la imagen del sistema jurídico de Estados Unidos, revelándose como payasos y de paso, adquiriendo más fervientes dentro de su trabajo que consideraban que hacían lo correcto. Esto no se toma con un tinte fársico como para que la película tome un respiro y se revele como una odisea del horror que se pueda disfrutar, esto quiere generar un acto de reflexión y agradecer a los siempre sabiondos Warren.
El único detalle que sobresale -como de costumbre- es en la interpretación de Patrick Wilson y Vera Farniga. Los Warren podrán haber sido incongruentes con su forma de actuar penitente y moral en medio de sus actos como par, pero aquí los que tenemos frente al espacio fílmico son verdaderamente una de las parejas del cine más propositivas y enternecedoras que se puedan recordar. Habrá quien encuentre molesto el factor romántico de la película entre dos personas que se complementan, se cuidan, y que son capaces de entregar cuerpo y alma por su subistencia pero vamos, este siempre estuvo en las otras películas, qué les extraña si literal la entrega pasada terminaba con Love me tender de Elvis Presley mientras estos dos se comían con los ojos.
El amor al final de las cosas prevalece sobre el mal, parece decir El conjuro: el diablo me obligó a hacerlo, y es que el amor en realidad nos lleva a hacer cosas igual de maravillosas, así como cegarnos. El amor por dos personajes dentro de la pantalla no debería hacernos perder la identidad e intención de una película, que además por lo revelado en la escena, ya se nos muestra cansado, tedioso, y deprimente considerando el origen de esta franquicia.