Ridley Scott vuelve a la segunda entrega de su película más popular y con ello, no tiene algo nuevo qué decir, avanzando con más carga violenta y exagerada pero con un nivel de desangelado ya muy habitual en su cine
Recuerdo mucho cuando vi Gladiador (2000), siendo esta una de mis anécdotas favoritas de la infancia y el cine. La película llegó obteniendo clasificación C lo cual era una total controversia por lo menos en la ciudad mencionando la carnicería que estaba en la pantalla como una señal de advertencia para mocosos como yo de 10 años que intentaran ver la película. Eso realmente no importó mucho para un grupo de padres de familia que alentados en poder ver una película que se acomoda mucho a los esquemas de las llamadas dad movies con su promesa de acción y más importante -y la razón del acercamiento con un grupo de niños de primaria- la idea de ver una película con lazos de una supuesta fidelidad histórica que la hacían posible material didáctico y que no dudo que haya pasado en más de una ocasión cuando el profesor cansado de un salón que no le escuchan pone Gladiador a la hora de hablar de historia universal romana y para desgracia de los miles de historiadores que han remarcado la incongruencia de la película para furia de Ridley Scott.
En fin, la ida a ver Gladiador estaba asegurada, era sólo labor de nuestra maestra titular apuntar los niños que estaban dispuestos a ir y con el permiso de sus padres, pero Rocío ve con horror la idea de que estos vayan a ver una película no apta para su clasificación, y trata de convencernos de cambiar de opción, entre la que se encuentra una película que asegura “tiene un mejor valor humano y fílmico”; nosotros no decimos nada porque parece muy animada a hacernos cambiar de opinión y para convencernos pasa por su cabeza la idea de representar la película de la que nos trata de convencer. Esta película resulta ser La vida es bella (1999) de Roberto Benigni y si bien suena a la peor película del mundo -que con el tiempo quedaría comprobado al lado de mi madre- no le decimos nada porque en esta recreación la maestra Rocío se gasta todo el día sin darnos clases. Al final cuando nos está representando la marcha del personaje de Benigni hacia el campo de fusilamiento cual payaso, logra convencer a más de uno… más no la mayoría.
Y así, vi Gladiador y no tuve clases.
Claro que Gladiador iba a tener mayor efectividad porque lo que promete, cumple. De niño no tienes idea del artefacto de valor histórico que Gladiador representó como uno de los pocos ejemplos del subgénero peplum o de espada y sandalia que representaba la época de oro de Hollywood que ciertamente más de uno recuerda con cariño en la semana santa al lado de los tíos y tostadas de mariscos, por lo que la oportunidad de poder ver una película que exudaba el aura de leyenda y de alto valor como las películas de antes, no sólo convenció a un grupo de chiquillos sino a casi todo el mundo que la recibió con brazos abiertos no sólo obteniendo reconocimiento de taquilla enorme, sino siendo uno de los principales ejemplos de películas que se establecieron en el gusto de las audiencias y la cultura popular y que terminaron obteniendo reconocimientos en la historia moderna del cine norteamericano ya por ese entonces amagado por las modalidades de los Weinstein y sus constantes obras de Oscar bait, películas diseñadas para ganar premios.
Aunque si he de ser honesto, considero que el efecto nostálgico es lo que terminó en mayor parte en darle acogida a Gladiador porque se trata de una película bastante fallida. Entretenida eso sí, pero hay momentos bastante confusos en lo que propone. Para ser una película a menudo mencionada como de las mejores de acción, la realidad es que Scott más preocupado en la construcción alegórica de Roma como punto de influencia hacia el fascismo visualmente haciendo constante alusión a los filmes de pero temáticamente encuentra algo complejo el tratar de efectuar la historia de un gladiador y la sociedad del espectáculo como algo maligno al ejercer un efecto de grandeza y emoción sin llegar a tomar un aire satírico o cínico, quizás algo que el guión original pudo haber efectuado de mejor manera y que para la tercera revisión de la película, esta se acomoda con la historia de venganza de parte de Maximo (Russel Crowe). Entre ese sorteo de identidad, Scott y el editor Pietro Scallia montan una película incongruente en sus campos de batalla, en donde la acción no se ejerce en secuencias de batalla extendidas y con cortes agresivos que la vuelven incompetentes también apoyado por la decisión de John Matheson de filmar todo en close ups que no permite una danza coreografiada ejercida de manera exitosa, lo cual también es muy extraño considerando que por lo menos Gladiador no se ve ni se oye mal.
Entre esos elementos los otros que la gente recuerda es el impacto visual de su recreación de la Roma antigua y en donde Gladiador era un representante de cómo Dreamworks como estudio tenía las cartas de producción elegantes, sabiendo usar tanto miniaturas como espacios construidos de magnificencia y uno que otro retoque digital que a la fecha es muy difícil de discernir entre lo palpable y no, y Hans Zimmer compone uno de los mejores scores de toda su carrera, en una época en donde Zimmer se notaba explosivo y creativo, sin la necesidad de delegar tareas a sus miles de compositores externos fantasmas y con un ejercicio de temas principales memorables y que por mucho, hacen que la torpeza de Scott en la acción sea pasable, porque la música es la energía de la batalla, el calor de la sangre y las lágrimas del sacrificio excedidas.
Gladiador también como punto de partida para un segundo aire a Ridley Scott, es algo que nunca han olvidado los productores de sus películas, a la que constantemente hacen alusión. y en una carrera de constantes bajones de calidad en ya 24 años en donde persisten más estos que los sabores dulces de la gloria a la hora de conectar con audiencias y críticas, finalmente Scott vuelve a la dirección de quizás su secuela más innecesaria.
También es que el camino a Gladiador 2 -una total tragedia que no tuviese de título latinoamericano Gladiados– ha sido uno que desde el efecto de popularidad de la primera, Dreamworks y Universal intentaron hacer una secuela al lado de Scott quien daba dádivas bastante graciosas como cuando aceptó filmar Hannibal al año siguiente pensando que Dino De Laurentis le hablaba del general de Cartagena y de parte de Russell Crowe quien a pesar de haber fallecido en la anterior película, se consideraba el anclaje de éxito primordial de la primera película al darle un premio de la Academia y que podría hacer de esta secuela otro material de ingresos y estatuillas doradas. Los textos referentes a Gladiador 2 son de lo más extravagantes y pasan por cosas como que Máximo revive por gracia de los dioses antiguos y se encuentra en una misión para asesinar a Cristo y por alguna razón termina volviéndose el judío errante, condenado a vagar por la eternidad haciendo lo que mejor sabe hacer: pelear en diferentes guerras de la humanidad, curiosamente siendo un elemento que terminaría apareciendo en el clásico conocido como Wolverine: Orígenes (Gavin Hood, 2009). Si la idea estrafalaria no tenía cabida en nuestro mundo entonces la duda es cuál será la idea que de pie la existencia de una secuela de una película que no necesitaba secuela: la respuesta existe en repetir lo mismo.
David Scarpa no es John Logan ni David Franzoni ni William Nicholson, tres de los guionistas encargados para la primera entrega, pero Scarpa ha mantenido algo que pocos guionistas logran al lado de Scott: generar una empatía y modalidad de trabajo constante. Con esta es su tercer película juntos y la más reciente del dúo se trató de la otrora adaptación épica del año pasado Napoleón, por lo que buenas señales no nos da desde un inicio. Scarpa a la hora de aproximarse a una secuela busca el ángulo fácil de continuar con la modalidad legado de las películas modernas a la hora de interpretar nuevas aventuras de propiedades intelectuales existentes con el modelo sacado de la caja y sin mucha alteración. No existe Máximo pero lo que sí hay es el seguimiento de Lucius (Paul Mescal) como el sucesor en más de un sentido del antiguo general romano y en donde Scarpa traza su camino de vida en un sentido bastante inusual, porque resume el arco narrativo de Máximo ahora con este personaje y a pesar de ser el mismo proceso de la anterior película, se siente demasiado apurado y sin ninguna gana emocional de su parte, lo cual es extraño considerando que se trata de una película que extiende su duración a comparación de la primera.
No han pasado ni unos minutos cuando Lucius ya nos presentó a una esposa que le van a quitar en una tierra que le van a quitar en una invasión que está ocurriendo, casi como si nos hubiésemos perdido de un prólogo o de que esta entrega contiene información procesada dentro de la primera película (cosa que no es real). Y todo esto para que Lucius tenga una pobre construcción dramática también ejercida por la plana interpretación de Mescal.
Puede que trata de hacer lo que puede con el guión que tiene frente y sobre todo porque Mescal es un actor capaz… pero su estoicismo es extremo. Uno entendería que se trata de un personaje relegado a esta frialdad por su situación de misterio, pero Lucius a lo largo de la película obtiene pérdidas masivas en su vida y rara vez llega a detenerse en un duelo emocional que lo deje tumbado a comparación del primero que pierde a su familia y obviamente el sufrimiento adquirido hace que su camino de venganza sea más deseado entre la audiencia y con Crowe sin dejar de perder un sentido de honor y hasta de humor y nobleza que de vez en cuando deja ver entre sus aliados que forma como amigos y compañeros de coliseo. Mescal a pesar de la corpulencia digna de una longevidad de marfil en museo ni siquiera puede razonar un sentimiento que no sea el de la pesadez de su corazón y su campaña y eso termina volviéndolo más detestable porque Scarpia encima en esta carencia emocional efectiva, termina haciendo lo más de cajón que es la de presentar personajes femeninos dispuestos a ser sacrificados para motivar o enfatizar un respiro de drama en algo seco, es en pocas palabras el efecto de la novia en el refrigerador que ya tiene varios años siendo objeto de controversia en el mundo narrativo.
Entonces Lucius siendo incapaz de ejercer un sentido heroico que la película desesperadamente necesita, ejerce otro punto de atención sobre los personajes secundarios que están de forma cumplidora… finalmente no pueden hacer mucho si el objeto que rodean y aseguran de de mayor importancia no motiva un cambio natural o la comprensión de su campaña. El más complejo a pesar de su poco uso resulta ser Acacius por parte de Pedro Pascal, una especie de villano trágico primero visto como un hombre aberrante, pero que está destinado a una idea de servicio por parte de un imperio que desestima al final de cuentas el valor del soldado como individuo y que es objeto de la furia rabiosa del protagonista por razones obvias, pero hasta justificables dada su posición. Connie Nielsen aparece en Gladiador II y es una sorpresa ver que 24 años no han pasado por su rostro, siendo tan igual como el de la primera película, pero queda reducida a hacer los mismos complots para salvar al imperio romano de una amenaza que si lo pensamos -porque aquí el rigor histórico no existe- ellos tras la muerte de Máximo aseguraron detener en un mejor mañana para el imperio y que ahora llega en forma de dos amenazas de emperadores con delirios de grandeza a través de Geta y Caracalla, interpretados por Joseph Quinn y Fred Hechinger respectivamente los cuales están a otro nivel sobre exagerado en Gladiador II lo cual puede ser su completa bondad o otro clavo dentro del ataud.
Digo esto porque Gladiador II es muy similar al peplum existente dentro de la decadencia del mismo género… ese que no recuerda nadie porque era el barato, sin menester de contar una tragedia efectiva o de una escala magnánima, de depender de otros valores como el erotismo o la violencia. Gladiador II tiene más qué ver con Las secuelas no oficiales de Calígula (Tinto Brass, 1979) que de ser Ben Hur (1959) de Wyler. El rigor histórico no es del interés de Scott y quizás si dependiera de este habría un mejor esquema dentro del misterio en sus villanos o en la revelación de Lucius como defensor de Roma, en vez de eso apunta a un mundano extremo explotativo que puede ser muy divertido, en donde hay momentos vacilantes con animales digitales deformes, batallas en el coliseo inundado en donde los barcos son más grandes de lo que debieran y hay islitas con tiburones, y finalmente un irrespetuoso Denzel Washington como Macrimus, un antiguo esclavo que busca dominar a los que lo humillaron -de nuevo ese conflicto de todo Gladiador de nos saber qué efectuar respecto a la idea del colonialismo de un imperio que tuvo la idea de dominar al mundo entero pero que nunca es retratado como valor de cambio más allá de un discurso emotivo desinflado siempre al final para que sintamos que las ideas se exploraron en estas películas- y que es ver a Washington efectuar una serie de discusiones en donde la villanía sale a flote, es básicamente lo que pudo haber sido si este se encontrase en una producción del 007 que lo hace fascinante… porque a pesar de la exageración no es que lo tome como vacilada, realmente hay una construcción de villano delicioso -de esos que uno odia por su exageración pero que en el crecimiento de este encontramos adictiva la idea de verlo subir de escalón- muy ajena a lo que los gemelos entregan: meras elevaciones vocales cuales niños emberrinchados son sin ejercer una villanía amenazante.
Y, en el mayor pecado de Gladiador II es… que el tiempo no perdona. Sorprende mucho ver que este es el mismo Scott de la primera que como mencioné no encuentro perfecta -de hecho si aquí algo ocurre positivo, es que las batallas se dejan lucir sin cortes agresivos confusos- pero que en su elegancia estética y poesía musical se encontraba un ejercicio emocionante de ver y de recordar. Los efectos se sienten deslavados porque en el mundo de la fotografía digital, el mayor problema es construir espacios en donde la computadora salva más del 90% de una producción haciendo que todo adquiera un brillo que omite texturas, y el score de Harry Gregson Williams que irónicamente es alumno de Hans Zimmer quien vino a destrozar el mundo de compositores fantasmas dejándole trabajos anónimos abaratando la idea de hacer música de un estudio dramático, hace una música que ronda entre lo genérico, para depender de los efectos de leit motiv de Zimmer.
Pero es que al final de todo, no importa cuántas frases uses de la primera Gladiador que desestiman el drama construido de la primera en callbacks que vienen de la nada, o de cómo los temas de Zimmer de batalla o de Máximo y los campos Eliseos con la bella voz de Lisa Gerard salgan a flote, esto no es lo mismo y no llega a ser ni una pizca de lo pasado sin un cinismo de saber que depende de esta sobre exageración de una identidad que no le compete. Quizás no haya mejor ejemplo de este dependencia del pasado aferrado a objetos sin gracia ni efecto que el exponer como objeto de devoción y estudio la armadura de aquel tipo que se cargó a un emperador en el coliseo y que, al ser usado por su heredero en busca de justicia, no exista un significado potente en esto más allá de la referencia y el hecho de usar un cadáver para generar el mínimo de esfuerzo empático para la audiencia promedio que por años ha estado enamorada de lo que fue la primera.
Y eso lejos de ser ofensivo, es patético.