La nueva película de Coralie Fargeat pasa por las tangentes del horror corporal, pero su sobrecarga de metáforas delatoras la terminan volviendo demasiado reiterativa para su propio beneficio.
Hace unos días, algunas páginas de morbo y horror de Twitter provenientes de Estados Unidos comenzaron a compartir un video que se hizo viral sobre una mujer con exceso de cirugías plásticas en el rostro que pregonaba sobre su pasado cuando era hermosa, un espectro de lo que ahora por culpa de sus adicciones plásticas, esa mujer del video resultó ser nada más y nada menos que Lyn May, un ícono dentro de la industria del entretenimiento nacional. Este si bien tenía un filtro que le hacía ver un rostro más deformado de lo que es en realidad, no deja de presentar una historia bastante triste no sólo para la actriz, sino para una reflexión dura sobre nuestra inconformidad corporal… porque es cierto que Lyn May era hermosa; una de las máximas ficheras que se codeaba con estrellas fílmicas y políticos, y que en vista de las presiones sociales de su rumbo artístico, de la edad que la consideraba avejentada, y de un círculo social que lejos de ayudarle a solventar sus problemas de estima y aceptación de un físico, le terminan orillando a las garras de embaucadores que le inyectan aceite en el rostro, y que a través de los años que tengo de vida y que han sido conscientes de la existencia de Lyn May, es una mujer de constante batalla para recuperar la expresión de su rostro víctima de de un proceso de degradación irreparable.
Pienso mucho en eso, en cómo si alguien tan perfecto como Lyn May tenía dudas sobre su apariencia, qué destino le cae a las pobres almas comunes y corrientes de nuestro entorno. Muchos siempre tendremos una astilla personal respecto a nuestra naturaleza y del cómo haríamos lo necesario para sobrellevarla que van desde elementos tan minúsculos como un grano, hasta deformidades que tratamos de ocultar socialmente por temor a ser repugnados, a ser apuntados con un dedo como si de monstruos nos tratáramos, juzgados por parte de una sociedad que no acepta la diversidad corporal… es precisamente eso, lo que termina haciendo que el subgénero del horror corporal predique una realidad en medio de mutaciones y cubetadas de fluidos, porque la incomodidad primordial del ser humano radica en la constante lucha de mantener control de su cuerpo, de llevarlo a su última potencia o de ser víctima de alteraciones corruptivas en forma de cáncer, pus y tumores degradantes que revelan más que nada, una naturaleza ambigua de nuestros riesgos, porque los tumores e invasores provenientes de nuestra propia biología, no escatiman en clases o historias personales: todos podemos de pronto terminar siendo hogar de estas nuevas construcciones de tejidos y agonía. No dejo de pensar en este cúmulo doliente de mutaciones, más por el hecho de que estamos en los mismos días del estreno de La sustancia.
La sustancia proviene de parte de la francesa Coralie Fargeat, una reciente directora de cine que por lo menos en sus dos propuestas, se trata de una de las proponentes en recuperar valor dentro del material explotativo y tabú dentro del cine. Su anterior película Revenge del año 2017 recupera lo que en un momento fue contenido habitual de los cines grindhouse setenteros: el horror del rape revenge que busca acomodar el sentido del vigilante justiciero de mano armada a las víctimas de violaciones, terminando por despojar de un valor y poder fálico a sus victimarios de formas bastante creativas. Revenge se siente como una película que a diferencia de otras más celebradas, abraza los conceptos primordiales del género y le inyectaba paranoia proveniente del árido espacio en donde se traslada y acrecentada por el uso de psicotrópicos que de pronto invaden la percepción de la propia película en un resultado bastante efectivo y emocionante.
Fargeat inevitablemente termina llegando al otro género proveniente de esa década, el body horror y parecería que por lo que entregó en su anterior obra, que estaría como anillo al dedo… pero la realidad es bastante irregular.
Todo se puede remitir a cómo es que La sustancia se presenta, porque no busca tener una metáfora o construcción de esta compleja, de múltiples capas de interpretación, es todo lo contrario: una bastante dócil y atonal. De hecho lo extraño sería salir de la sala de cine sin entender qué es lo que postula una película que predica, vomita, enseña, agarra la mano de la audiencia, sus ojos, le repite una y otra vez lo que trata de decir.
Esta presentación de sus ideas literales le sirve por la agresividad visual de su propuesta, porque La sustancia es un recoveco de construcciones nostálgicas de un tiempo y espacio inexistente, pero que podemos aludir a tener una vibra ochentera. Esto no hace otra cosa más que la de entender el exceso saturado de la corrección corporal y el estándar de belleza y superación que hemos estado cargando desde la época en la que unos tipos de traje pensaron que capturar a Jane Fonda en leotardos fosforescentes era la idea perfecta para predicar un estándar de salud, pero con ello también existe una malicia de fondo en una época de excesos de capital y la belleza. Visión nostálgica de los ochentas no choca con la idea de un mundo globalizado y de alta tecnología, que desprende mucho más duras percepciones y dismorfias por la socialización digital, y aquí Fargeat al lado de Benjamin Kracun entienden una gran parte del humor representado visualmente y en donde no dejan de aludir la mirada masculina del cuerpo femenino, reducido en valores negativos a arrugas para vivir dignas, y la atención de todo el mundo a través de un mundo dominado por culos por todas partes, que abren las puertas del mundo y son tan importantes para la seducción así como para el rating al grado de tener cámaras exclusivas dedicadas a esta parte del cuerpo.
Es en estos excesos que Fargeat encuentra puntos en común con el erotismo visual de las películas de Adrian Lynne entendiendo a su vástago directo que sería los videoclips musicales y particularmente los que la década de los dos mil respecto a dance y electrónica europea tenían en los canales como MTV o las pantallas de los antros, y postulándole el horror corporal no Cronenberniano, me atrevería a decir lo contrario. Cronenberg siendo un tipo tan fascinante y de los pocos que alcanzó la periferia popular con sus exploraciones del dolor y el goce del cuerpo anormal tiende a ser el único marco referencial de la academia y la crítica respecto a un género que ha existido previo a este y que ha sobrevivido a su partida por otros terrenos de su filmografía radicales a estos condicionantes de horror, pero que constantemente han sido a diferencia del canadiense objeto de burla y desestima, de considerar que entre sus virtudes asqueables no exista el suficiente valor crítico y sesudo de sus ideas.
Personas como Brian Yuzna, Stuart Gordon, Lloyd Kauffman, Stephen Sayadian, Philip Brophy y Frank Henenlotter por sólo decir algunos son los que Fargeat alude como inspiraciones directas en un sentir bastante curioso, porque partiendo de ser películas explotativas y de mal gusto, termina vendiéndole a críticos el mismo producto pero ahora encasillado bajo las ventas supuestas de algo elevado. De audiencias capturadas por las palabras de Cannes y Demi Moore en el punto más arriesgado de su carrera esperando conformidad y ver vomitada.
Y es aquí, en donde La sustancia cae, y de forma estrepitosa. Porque a pesar de que los involucrados se encuentren en un tono juguetón y exagerado tipo TROMA, y de que la ejecución de los efectos especiales sean sustanciosos sin intentar aproximarse a un CGI para darle visceralidad al dolor y la comedia… por alguna razón es una película que de nuevo, tiene la intención de reiterar sus temas y de una forma tan agresiva, que termina siendo cansada, como pensando en que esta es una película que lo que más teme, es la discusión de su propuesta entre la audiencia prefiriendo digerir sus temas de tal forma y constancia, que es preocupante. Aquí aplica el mantra de que si tu película que se vende como inteligente, tiene que venir a repetirte una y otra vez de qué trata y la definición de sus imágenes, entonces no es tan inteligente como aparenta. La sustancia se satura de estos momentos y para el término de esta, se comienza a sentir cansada la agresividad de detenerse a ser sobre explicativa.
Digan lo que quieran de El vengador tóxico de Lloyd Kaufmann o de Street Trash de J. Michael Muro o incluso del cine de Cronenberg. Son películas que entienden su punto, lo presentan a la audiencia sin necesidad de remarcarlo y con ello van a una sobre exageración de su mundo, del gore o de definir personajes, enfatizar drama y de una reflexión construida con éxito. Aquí la película no avanza de su postulado que remarca y remarca y remarca. Lo peor son los momentos en donde Fargeat sí se le deslizan momentos de construcción compleja, como lo es una escena monstruosa en donde logramos escuchar el score de Vértigo de Bernard Herrmann -y qué es Vértigo sino la idealización de una mujer que debe cambiar a los estándares dictaminados por un hombre- o en su decadente final en donde se intuye que la auto aceptación del cuerpo es lo que termina volviéndonos monstruos a la sociedad que no le cabe la idea de que exista alguien con suficiente amor personal, pero incluso estos momentos son minados porque parece existir un duente sobre explicativo que vomita la importancia de su mensaje, a tal grado de que no la deja respirar.
La sustancia es una película para nuevas generaciones de saturación visual y alegorías a otras remembranzas fílmicas sin irónicamente, sustancia. Una película que predica mucho su poder visual, pero que resulta bastante floja para sostener las ideas sin esta agresividad y que para audiencias modernas, puede resultar el mismo efecto cual fuera el Guasón de Todd Phillips o el Art the Clown de Damian Leone: vislumbres a un océano de ideas del pasado condensadas de formas burdas y que no hacen otra cosa más que la de repetir el mantra de… para alguien que no conoce el océano, una alberca inflable puede ser igual de profunda.