Puede que a comparación de los otros condes esta nosferatu se encuentre árida en justificación, pero como siempre eggers resalta una puesta en escena de alto valor y respeto histórico que la hace rescatable.
Nosferatu (F. W. Murnau, 1922) a pesar de las apariencias otorgadas por salir en un chiste de Bob Esponja, se trata de una de las películas más importantes de la humanidad. Un proyecto creado por un grupo de empresarios y artistas con afinidad en el ocultismo y rezagados de la primera guerra mundial que tenían aspiraciones maximizadas con esta película de iniciar una senda de proyectos en los que mezclarían magia y cine -ciertamente la nueva magia del momento para las sociedades artísticas- pero con una capacidad de planeación y producción mediocre; con eso no demerito el objetivo de Nosferatu como película y como parte de su estandarte ideológico, pero la poca experiencia a la hora de conseguir dinero para filmar ni de entender los procesos de los derechos de autor hicieron que tuvieran un embate legal con Florence Stoker la viuda de Bram Stoker quien con justa razón veía cómo ella viviendo en la pobreza tenía que soportar la idea de que alguien adaptara la novela más famosa de su difunto esposo sin regalías, cuando todos los demás habían comenzado procesos de adaptaciones legales en el formato teatral (cabe resaltar que Florence odiaba la idea del cine). Nosferatu es también con ello, una proeza de la necesidad no sólo de la preservación del cine como arte y con valía en la existencia humana, sino también de los milagros de la piratería. De no haber sido por el interés de las personas en conocer Nosferatu y de obtener copias generadas de forma ilegal que traspasaron países de forma muy irónica como el monstruo de la película para invadir un país y proliferarse como una plaga, una idea maldita y horrenda que de otra forma, Nosferatu yacería en el mismo establecimiento de olvido del 90% de las películas mudas del mundo.
Eso es hablando de un valor histórico y anecdótico, pero Nosferatu también posee elementos trasgresores dentro de su esencia fílmica: por primera vez hay uso de la imagen en revelado negativo para representar las escenas nocturnas e imperan las reglas para el vampiro que hoy conocemos como la debilidad a la luz del día, sometida en esta ocasión como parte de un embate conceptual para representar a Orlok (Max Schreck) no como un bicho, sino la encarnación misma del mal, de aquello que en la locura y la muerte de un entorno y por lo tanto de un poder absoluto encuentra una obsesión macabra en agudizar el colmillo para romper la nobleza y pureza de un matrimonio, en particular de hacer que esta campaña resulte en el triunfo de las fuerzas malignas sobre la idea del amor, capaz también como la de su mano oscura de poseer elementos fuera de la naturaleza entendible: milagro contra maldición, bien y el mal, lo bello y lo hórrido se encuentran y en ese duelo la absoluta condición virginal termina derrotando y domando a la bestia, un entablado dentro de la psique del horror mismo como género que hemos repetido hasta en nuestros días.
Es más, hasta puedes verla en estos instantes sin problema alguno y de forma gratuita.
Es una cinta obligada se estudie o no cine, porque Nosferatu no importa que haya tenido 103 años de existencia sigue siendo vigente y por ende también ha sido motivo de exploraciones por parte de cineastas en otra bendición de esta al no poseer derechos de autor dada su curiosa concepción, siendo Nosferatu un regalo prometeico únicamente similar a lo que Romero hizo con La noche de los muertos vivientes en 1968 y la idea del zombi moderno… de entre esas personas que pueden constatar el efecto de Nosferatu al verla a tan temprana edad, esa idea que roza lo prohibido de ver, de una criatura que por todas las normas de lo natural está en contra hasta en el mismo sentido de hacer ruido… está Robert Eggers.
Eggers quien justo este mes cumple 10 años de haberse vuelto el catalizador del mal nombrado “terror ” elevado con La bruja (2015), siempre ha mencionado su fascinación al trabajo de Murnau y tal y cómo han sido otros directores del género, uno de los proyectos de ensueño de Eggers es ver qué tanto puede aportar a su visión y formalidades dentro del margen de lo que podría ser su película favorita. Ahora, el que Eggers haga de por sí sus películas raya en un atrevimiento, porque si bien tendrá sus defensores en su estilo y que profesan sus cualidades, Eggers es un director bastante complicado para las productoras entre sus demandas de un perfeccionismo histórico que choca a menudo con un eslabón mundano y efectivista de un horror público digerible, con películas de larga duración y que dan como resultado pobres recepciones de taquilla para estar destinadas a un nicho.
Por lo que resulta sorpresivo saber que Nosferatu, a pesar de su modalidad extendida como prueba de un reto pasional, se trata de su obra más accesible, aunque con ello surge la duda de si tiene la suficiente materia como para existir en sí: más allá del enamoramiento de Eggers con la propuesta, la realidad es que no tiene una fundamentación que no se haya visto en previas iteraciones del personaje.
El principal problema en esta ocasión por parte de Eggers ocurre curiosamente bajo el rigor histórico que por lo menos las anteriores películas que había filmado tenían como principal defensa, y es que aquí se encuentra una discordancia entre la rigidez de reglamentaciones de Eggers, de visualizar a Nosferatu como una evocación directamente salida de la época que da existencia al relato procesando la apariencia visual de su película con nula iluminación artificial moderna en constantes tonos lúgubres no importa que se trate de un espacio fuera de lo tenebre y con la confección de vestuario rigurosamente fidedigna entre el que se incluye la propia existencia de Orlok (Bill Skarsgard), representado aquí como un ser putrefacto y atavíos de un conde extinto de Transilvania.
Eso está y se agradece que exista un director tan ensimismado en una campaña que nadie más parece llevar en el cine a su nivel, más si tomamos en cuenta que tan sólo este año Ridley Scott puso a tiburones en los océanos artificiales del coliseo su campaña se vuelve quijotesca… pero en el tratamiento temático y argumental Nosferatu no dice nada sobresaliente, si a lo mucho tropieza la evocación original y de múltiples devanaciones temáticas y reflexivas. La idea del bien y el mal conceptualizada entre el vampiro y la noble esposa ahora queda amarrada a una justificación convincente de su existir, que si bien es un proceso bastante lógico a comparación de la original y de incluso la fuente que adapta ya que nunca queda claro por qué carajos Drácula quisiera abandonar la comodidad de su castillo hacia la urbe más que el tedio de la leyenda o de querer expandir sus dominios, lo que termina por hacer es aprehender al personaje de Ellen (Lilly Rose Depp) bajo un encanto trágico hacia Orlok, proveniente de la desesperación de la histeria que le hace incomprensible a los ojos de la ciencia moderna.
En sí es un esquema postmoderno de lectura sobre la idea de la mujer y lo sobrenatural en tiempos del constante rechazo femenino en la sociedad. No es anormal encontrar la misma evocación que aparecía en La bruja y que plantea reflexionar a esas miles de víctimas procesadas bajo las llamas de la iglesia y ahora presentadas a través de una doliente mental a la que no se le suele poner mucha atención… excepto que esa modalidad dentro de las adaptaciones de Nosferatu bebe mucho de la previamente realizada versión de Werner Herzog y de la cual, curiosamente es ajena a esta capacidad de realizar lo fidedigno y movida en un sentido instintivo y por ende -y acomodado a las percepciones Herzognianas- de un fuerte sentir existencial, entre la víctima y el vampiro a quienes incluso se llega a comprender en una tragedia.
Quizás entonces no sea ajeno que Eggers en este afán verosimil, irónicamente termina anclando a Ellen y a Orlok en una idea más grotesca que en una revisión de botepronto la hace parecer más participativa del conflicto a comparación del añejamiento que se le da a las otras dos versiones, pero es una calca sin gracia que esconde incluso lo que los detractores no suelen ver en esta Nosferatu: de que Ellen es menos activa y por ende la idea de la relación entre el vampiro pierde efecto de análisis al presentarse de forma tan directa como una de abuso.
Y eso en el terreno del horror, en la idea del vampiro como una fuente de lecturas o de otras películas que funcionan en un esquema fantasioso y de ambiciones estéticas no le sirven mucho a esta Nosferatu.
Mucho más en el presentir tan enigmático de Eggers de no mostrarse curioso en la alternación de los dos mundos salvo en la ocasión que presenta a Orlok frente a Hutter en donde juega con velocidades y con una puesta en escena a la Cocteau, y en donde juega mucho con la inhabilidad de poder ver a Orlok a completo detalle haciendo que su presencia se apodere de la pista de sonido en donde su tono bajísimo se escucha en todas partes, una omnipresencia infernal inescapable para la audiencia. Más allá de eso, carece de propuesta visual en una decadencia estática que quizás sea parte de su argumentación de cámara y que alude a los orígenes del proyecto como parte de una adaptación teatral… pero poco parece ayudarle.
A pesar de eso las fortalezas de Eggers en su construcción no dejan de ser admirables como para presenciar de Nosferatu en la pantalla grande. Ese ejercicio de horror gótico pocas veces visto de parte de un estudio gigante y con un objetivo público adulto llega a disfrutarse y más considerando el esfuerzo entre los involucrados quienes no cojean, con puntos álgidos en Lilly Rose Depp entiende las evocaciones que Eggers trata de buscar en su personaje a la Zulawski, de energizadas deformaciones corporales de la locura -aunque creo que en este punto ya todo mundo parece tratar de emular a Posesión (1981) a un grado bastante cansado- siendo las escenas entre las tinieblas y su andar letárgico por las cortinas entre donde trata de comprender a su “amado” las mejores de la película, o Nicholas Hoult quien es capaz de poseer un rostro de completo horror en su estadía dentro del castillo, alejado de la percepción deductiva de las anteriores porque no hay nada qué esconder y quien con este juego de ocultar al vampiro, lo que nos convence es el rostro de repugnancia y lágrimas de infortunio que solloza.
Nosferatu es un infortunio en el primer tropezón de Robert Eggers de un director a quien su axioma primordial como origen de realizador choca con las intenciones que trata de plasmar y que, a diferencia de otros directores quienes han tenido la tarea de recrear las historias que los formaron y logran salir airosos como Carpenter, De Palma o Jackson… aquí el vampiro se queda como la mona vestida de seda: carente de autenticidad más allá de su preciosismo efectivo.