Ciudad de México (SinEmbargo).- Lo de los músicos no suele hablar ni escribir, aunque muchos de ellos sean grandes oradores y lo de la pluma impresa no les salga mal.
Como sea, el rock pervive gracias entre otras cosas a sus leyendas y mitos. Cuando las anécdotas se esbozan en primera persona, la gracia acontece duplicada. En otros casos, la voz narrativa es de otros e igualmente la magia sucede, porque se trata de seres muy cercanos al artista, generalmente sus voceros secretos.
Aquí van cinco biografías esenciales de cinco rockeros legendarios: como diría Andrés Calamaro, puro jamón del medio.
BOB DYLAN, LA BIOGRAFÍA, por Howard Sounes
Ni santo ni rey. Ni cantante de protesta vocacional, acaso un mujeriego empedernido, un mitómano consagrado y, sobre todo, un hombre decidido a obtener el éxito con sus canciones originadas en el folk, Robert Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, nació en el mes de mayo de 1941 en una ciudad norteamericana llamada Duluth.

Nieto de un matrimonio de inmigrantes judíos que a principios del siglo XX huyó de Odessa y del antisemitismo criminal provocado por el zar Nicolás II, el muchacho fue abriéndose paso en el mundo de la música a fuerza de reinventar varias veces su propia biografía y de pronunciar en sus canciones aquello que lo enmudecía en la vida cotidiana. “La importancia de su trabajo es tal, que ha hecho de Dylan más que un simple músico.
Es un cantautor gurú para millones de seguidores que escuchan sus pensamientos y sentimientos más profundos expresados en sus canciones; un artista al que se considera un pensador original y cuyo trabajo rezuma sabiduría”, dice Sounes, al que conocíamos por su biografía de Charles Bukowski y quien dedicó tres años de su vida para investigar y luego retratar vida y obra de una de las figuras más importantes de la música norteamericana contemporánea.
El romance con Joan Báez, el telegrama que le envió John Lennon para disculparse por no poder asistir a su concierto en el Albert Hall de Londres cuando Bob Dylan todavía no había tenido oportunidad de encontrarse con Los Beatles, las amargas disputas legales con su ex manager Albert Grossman, el encuentro, marihuana mediante, con el famoso cuarteto de Liverpool…son sólo algunos de los hitos que de la vida del autor de, entre otras, “Soplando en el viento”, Sounes describe con precisión y detalle.
La voz narrativa se ubica en un distanciamiento equilibrado que evita la conformación de una figura heroica, sin por ello escatimar un ápice de reconocimiento al talento inconmensurable de un hombre imprescindible para la cultura contemporánea universal.
“El aspecto más destacable del talento de Bob quizá sea el hecho de que puede tener empatía con casi todo el mundo, sea bueno o malo, y expresar esa experiencia individual en una canción.
Si bien se lo puede considerar un genio en ese sentido, resulta mucho menos habilidoso cuando tiene que hablar de forma extemporánea. En un estrado, cohibido sin su guitarra, se sentía incómodo hablando en público y los resultados eran siempre curiosamente fascinantes.
Era una forma de ver la vida desde un ángulo muy peculiar. En todo caso, si esto demuestra algo es que un artista puede tener una enorme habilidad natural en una disciplina y ser una persona bastante corriente en todo lo demás. Esta afirmación resulta especialmente cierta en el caso de Dylan, que, en la vida diaria, tenía rasgos de hombre difícil, introvertido, manipulador, rencoroso, egocéntrico y machista. Sin embargo, con la guitarra en la mano, se transformaba en una persona mucho más brillante”, escribió Howard Sounes.
CLAPTON: LA AUTOBIOGRAFÍA, por Eric Clapton
Es feroz testimonio de una mente torturada y afectivamente disfuncional de uno de los artistas clave de la contemporaneidad; un doloroso encuentro consigo mismo y con su propia historia que el también llamado “mano lenta” y “Dios” -por su prodigiosa manera de tocar la guitarra- escribe con prolijidad y sin piedad alguna.
Parece esgrimir el admirado Eric aquel plumín itálico que en la escuela de arte de St.Bede´s le proporcionara un profesor de apellido Swan para que el joven alumno practicara caligrafía. Así de personal y así de íntima se presenta la vida del músico cuyo universo cambió radicalmente en 1959 –Clapton tenía apenas 14 años- cuando se enteró de la muerte de Buddy Holly, uno de los pioneros del rock and roll.
“La gente siempre dice que recuerda el lugar exacto donde estaba cuando asesinaron al presidente Kennedy. Yo no, pero sí recuerdo el patio de la escuela el día en que murió Buddy Holly. Alguien dijo que la música había muerto después de eso. Para mí, en realidad, pareció abrirse de golpe”, escribe el autor de “Layla”.

La carencia de sofisticación en su origen obrero hizo de Eric un chico más bien solitario, encaramado en un físico longilíneo y torpe que aprendió a esconder detrás de su instrumento.
La guitarra fue sin dudas el pasaporte al mundo real y la visa por medio de la cual el joven Clapton aprendió a socializar con las clases medias más cultivadas. También fue el modo de aproximarse al misterio de las mujeres, que siempre representaron en la vida del músico un obstáculo a vencer, un universo a conquistar con pocas y endebles armas.
No evade la responsabilidad el señor Clapton y en la autobiografía que viera la luz en inglés en 2007 dedica largas páginas a narrar cómo se enamoró perdidamente de la hoy célebre Pattie Boyd, cuando la modelo y fotógrafa estaba casada con George Harrison.
“Codiciaba a Pattie porque se trataba de la mujer de un hombre poderoso que parecía tener todo lo que yo quería: coches asombrosos, una carrera increíble y una esposa preciosa. Esa sensación no era nueva para mí. Recuerdo que cuando mi madre regresó a casa con su nueva familia, yo quería los juguetes de mi hermanastro porque me parecían mas caros y mejores que los míos. Esa impresión nunca me abandonó y, definitivamente, formaba parte de lo que sentía por Pattie”, dice el hombre que le escribió al objeto de su amor una de las canciones más bonitas de la historia musical contemporánea.
“Estaba escribiendo mucho, llevado por mi obsesión con Pattie…”Layla” fue la canción clave, un intento consciente de hablarle a Pattie sobre el hecho de que me estuviera dando largas y no quisiera venirse a vivir conmigo”, confiesa Eric.
Muchas fueron las mujeres que tuvieron protagonismo en la vida y el corazón de uno de los mejores guitarristas del mundo. Y ellas, cómo no, forman parte de esta autobiografía esencial.
Luego de varios encantos y desencantos, Clapton finalmente sienta cabeza con una chica estadounidense de nombre Melia, a quien dobla en edad. La madre de sus tres niñas supo trasponer las barreras de un “viejo cínico y solitario” y darle estabilidad emocional y “los mejores años de mi vida” a un hombre que había estado buscando en todas sus relaciones anteriores a un sustituto de su madre distante e inalcanzable.
El pedido de mano al padre de Melia, que Clapton hizo a los 54 años, la boda sorpresiva para evitar el asedio de los paparazzi durante el bautismo de su hija Julie y la firme voluntad de hacerse un padre ejemplar en la cincuentena, son el reflejo de una vida que el artista ha sabido componer tras largos periodos en el infierno. Un pasado “del que ya no me avergüenzo” y el tuteo escalofriante con la muerte son la mochila del Dios de la guitarra, un humano demasiado humano que ha conseguido, después de todo, su cuota de felicidad.
I’M OZZY: CONFIESO QUE HE BEBIDO
Dice que hizo su autobiografía con la poca gelatina que le queda por cerebro y aun así, con esos jirones de verdad intransigente con que viste los recuerdos que todavía lo asaltan, Ozzy Osbourne resulta un escritor al que es difícil renunciar.
Hasta el punto final de Ozzy: Confieso que he bebido, las memorias del padrino del heavy metal que la Editorial Océano distribuyó en México hace unos años, el lector cae en la cuenta de que si esto es de lo que el padre de Elliot, Louis, Jessica Aimee, Kelly y Jack, evoca en sus 62 años gastados por el alcohol, los accidentes y las drogas, cómo será aquello que se ha perdido para siempre en el laberinto de su cerebro tenebroso y doliente.
Por lo pronto, una humorada en forma de hoja en blanco da inicio al libraco de 356 páginas que, a fuerza de ser veraz, el príncipe de las tinieblas no escribió rigurosamente hablando. En realidad, fue su amigo, el periodista Chris Ayres, quien se puso con una grabadora encendida frente al viejo Ozzy y documentó las memorias de un falso desmemoriado: el ex frontman de Black Sabbath se acuerda de aquello que hace falta recordar.

“Decían que nunca escribiría este libro. Pues que se jodan: aquí lo tienen. Ahora sólo me falta recordar algo…”, dice el rockero nacido en Aston, Birmingham, el 3 de diciembre de 1948.
Por no olvidar, no olvida la terrible muerte del guitarrista Randy Rhoads, miembro de la banda de Ozzy cuando éste ya había emprendido su largo camino en solitario luego de que los otros miembros de Black Sabbath lo echaran por borracho, pendenciero y drogadicto.
La trágica desaparición de Rhoads, el único que no tomaba drogas y bebía unas pocas cervezas en el grupo, tal vez un vaso de anís de vez en cuando, sorprendió a Osbourne mientras dormía. Ex integrante de Quiet Riot, Randy era un excelso guitarrista con tan sólo 25 años, cuando, en 1982, en el transcurso de una gira con Ozzy rumbo a Orlando, Florida, aceptó de buena gana un viaje por avioneta, invitado por el conductor del microbús que llevaba a la banda.
“El chófer se llamaba Andrew Aycock. Seis años antes había estado involucrado en un mortal accidente de helicóptero en los Emiratos Árabes Unidos. Cuando paramos en las cocheras para reparar el aire acondicionado, Aycock decidió que la apetecía ver si aún podía pilotar aviones. Y entonces, sin pedir permiso a nadie, se hizo de una avioneta propiedad de un amigo suyo”, cuenta Ozzy.
El piloto, que había consumido grandes cantidades de cocaína antes de volar, había perdido la pericia. Randy Rhoads y Rachael Youngblood, la maquilladora, fueron en busca de su destino fatal cuando se subieron a la aeronave no sin antes exigirle a Aycock que no hiciera piruetas en el aire. “Si es verdad que lo prometió, además de un chalado y un drogata era un mentiroso: todos los que estaban en tierra cuentan que pasó rozando dos o tres veces por el autocar antes de segar con el ala el techo a pocos centímetros de donde estaba”, relata Osbourne.
A lo largo de la autobiografía, el fantasma de Randy se cuela por las páginas. Su desaparición es algo que todavía Ozzy no puede digerir: “Aún hoy me resulta desagradable hablar de ello o, recordarlo incluso. De haber estado despierto, no tengo dudas de que habría estado dentro de aquel puto avión. Conociéndome, habría ido colgado del ala , borracho y dando volteretas. Pero es absurdo que Randy se subiese al avión. Randy odiaba volar”.
“Y ahí estaba yo, con el vestido de noche de Sharon, suelto por las calles de San Antonio, armado con una botella de Courvoisier y con ganas de bronca.” Tres horas pasó encerrado Ozzy, compartiendo calabozo con un veinteañero mexicano que acababa de matar a su mujer con un ladrillo. “Supongo: mear en El Álamo no es lo más inteligente que he hecho en mi vida”, acepta un compungido Osbourne.
KEITH RICHARDS, LIFE
Nació en el seno de una familia modesta, fue un único y mimado niño.
De pequeño era pobre, no comía caramelos y de grande perdió los dientes por no cuidarlos. Como en la biografía delirante de Ozzy Osbourne, Life no resuelve aunque presenta un enigma poderoso: cómo es que Keith Richards sigue vivo.
Este es también el libro en el que uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos critica el tamaño del órgano sexual de Mick Jagger, algo que no le gustó mucho al cantante de los Rolling Stones, famoso por sus conquistas amorosas y un verdadero galán todavía.
Keith Richards nunca lo ha negado: los excesos con las drogas y el alcohol fueron el tono distintivo de una existencia al tope, donde el freno de mano nunca estuvo precisamente a la mano y en la que no pocas veces estuvo mirándole a la muerte la cara de frente.

Pero Richards es mucho Richards y sin él las piedras rodantes nunca hubieran rodado, base sustancial como es de la banda más longeva del mundo.
Si a ese liderazgo se le suma su facilidad para hacer canciones en donde tiene la máxima responsabilidad armónica y melódica, se entenderá por qué el artista muchas veces perdido entre las garras de las drogas (“Largas rayas de polvo blanco esperaban en lo alto de los bafles que se alineaban en la parte trasera del escenario. A causa del variado menú de Keith, unas rayas contenían cocaína y otras heroína”, contó en su biografía), que viaja a todos lados con 16 guitarras y que es fuente de inspiración para tantos artistas, entre ellos el actor Johnny Depp, que lo venera, puede ser llamado sin temor a exagerar uno de los músicos más trascendentes del siglo pasado.
Temerario a la hora de conducir automóviles (“Iba chocando contra todo, le daba igual. Estábamos todos sentados en el coche y de pronto alguien decía: ¡Oh, creo que hemos chocado contra un árbol!”, dijo un conocido), capacitado y convencido de que las mejores ideas se defienden a golpes, Richards también pasará a la historia por sus canciones magníficas, entre ellas el himno de los seguidores de las piedras rodantes, “Satisfaction”, que compuso en la noche del 9 de mayo de 1965 en un hotel de Clearwater, Florida, Estados Unidos.
“De haber dependido de mí, “Satisfaction” no se habría publicado nunca. Era demasiado básica y el fuzz con la guitarra me parecía un truco barato. Cuando dijeron que querían sacarla como single, me levanté furioso y dije: ¡Ni hablar!”. Richards dixit.
STING, BROKEN MUSIC
El cantante de The Police, dueño además de una exitosa carrera en solitario, nació como Gordon Summers hace 63 años y aún está vigente como uno de los artistas más propositivos en el mundo de la música.
Las circunstancias duras de su infancia y, sobre todo, la complicada relación con sus padres, quedaron plasmadas en una autobiografía escrita con gran honestidad y buena pluma en 2004.
Con el título de Broken music, el libro es un emotivo testimonio de un hombre que se juzga por su ensimismamiento, por los conflictos espirituales que lo acompañaron a lo largo de su vida y por la dificultad que representó su temprana paternidad.
Fue monaguillo, ayudó a su padre a repartir leche a domicilio en la localidad británica de Wallsend y ejerció como maestro en un colegio de religiosas. Pero la música fue siempre su refugio: se inició con las canciones de su madre y aporreó el piano de sus abuelos hasta que decidió dedicar todo su empeño a tocar el bajo y componer canciones como “Roxanne” o “Message in a bottle”. Gordon Matthew Summer, al que un músico apodó como Sting (aguijón) cuando lo vio llegar a un ensayo con un suéter a rayas amarillas y negras, tiene cuatro hijos, figura entre los 10 compositores más ricos del mundo y su voz dio vida a una de las grandes bandas inglesas: The Police.

“Nunca antes había tenido una auténtica experiencia religiosa. La ayahuasca me había aproximado a algo temible, profundo y mortalmente serio. Estoy en el vientre de mi madre y la canción del shamán se ha convertido en la voz de mi padre ¿Por qué ha de sorprenderme que esa tristeza abrumadora, esa traición, esa dolorosa tragedia pueda evocar la memoria de mi remoto y atormentado padre y de mi hermosa y triste madre?
“Él era un soldado que abandonó prematuramente el ejército y ella una novia adolescente, una belleza deslumbrante que se convirtió en una ruina emocional, en la víctima del cáncer de mama a los 53 años de edad, mientras él sucumbiría unos meses después, a los 57. Yo fui la brillante manzana en sus ojos verdes, de la misma forma que fui la espina en su costado y tenemos asuntos pendientes Es por eso que estamos en este salón de ecos que es mi memoria, estoy rodeado de fantasmas, como siempre”.
“Ahora todo eso ha sido barrido por esta ola de energía que amarra los cielos a la tierra de manera que cada partícula de materia en mí y a mi alrededor vibra con importancia propia Todo parece estar en estado de gracia y ser eterno Y lo más extraño de este filosofar exagerado parece perfectamente apropiado y en contexto, como si las visiones espectaculares hubieran abierto la puerta a otro mundo de posibilidades cósmicas”.