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sábado, abril 20, 2024

Desazón

¿Alguna vez han hablado con sus madres o abuelas sobre cocina? Verlas sentadas en medio del batidero inmenso que se acaba de hacer, y esperando a que los alimentos se integren al calor del fuego… y con la espera proviene la anécdota biográfica de la receta, la que traslada el adn de todas las mujeres de esa familia. Y lo puedes percibir en ese momento: un brillo en sus ojos que no siempre aparece tras esas ventanas.

Desazón va de eso.

Curiosamente la obra empezó con un desperfecto dentro de la advertencia de tiempos, puesto que la tercera llamada nunca llegó y Desazón comenzó de manera poco ceremoniosa, con una puesta en escena tan simple que resulta casi nula: cuatro sillas y la iluminación que resalta a tres mujeres que ocupan los lugares, dejando uno siempre vacío. Hay un poder bastante singular dentro de una silla que nunca se ocupa, en primera porque esto da una naturalidad de que el llamado a preservar las historias gastronómicas no siempre se traduce en asistencia, y de manera más simbólica debido a que las tres mujeres se dispersan sobre el escenario nunca de manera cómoda y jamás logrando una alianza entre ellas, como tratándonos de decir que ellas no encuentran un consuelo detrás de todo lo sufrido.

Este sufrimiento persiste dentro de ellas, y su angustia es una que no siempre sale a flote por las dificultades dentro de su sociedad, algo que Victor Hugo José Caballero -director de la obra- entienden a perfección total, puesto que las recetas que ellas dan son meramente una oportunidad de expresar sus historias y de que por fin alguien se digne a escucharlas; no hay ninguna que decae en estos relatos y son tan diferentes, que llevan diferentes ritmos ganándose la comprensión de un público que quizás no esperan este desconsuelo.

Julieta Egurrola encarna a María Muller, una mujer menonita que ha sido expatriada de su comunidad por acciones que a ella no le competen y que extraña su anterior vida, ya que ha perdido todo y comienza a tener cuestionamientos de fe que nunca son respondidos o atendidos, ofrecidos a manera de reflexión por las salchichas y piernas ahumadas que ya no ha podido hacer en mucho tiempo. Muller es la más frágil de las tres y es el relato más lastimero, un gancho inmediato a la atención del público apoyado por la timidez que adopta Egurrola tanto por su voz suave a la que por ocasiones sólo se le puede percibir un acento con total entendimiento y por la comunicación que expresa de manera corpórea.

El relato de Muller es sucedido por el de Consuelo Armenta, una ama de casa de comunidad de Chihuahua de viejas costumbres que utiliza de pretexto la carne de puerco con verdolagas y chile colorado, para reflexionar sobre su anterior matrimonio y los momentos felices que tuvo con un hombre que con el paso del tiempo termina por abandonar la confianza de su matrimonio y se dedica al narcotráfico, poniendo en riesgo su vida y la de sus hijos. Consuelo se trata de la mujer más alegre y efusiva de las tres, incluso se percibe una diferencia de presentación sobre Muller, quien casi no quiere ni hablar pero que en Armenta las palabras no logran describir la dicha y alegría que trata de entonar con sus costumbres.

El espectador tiene que ser atento a percibir las reacciones de las tres mujeres, y si hace esto encontrará que a diferencia de Muller que encuentra bochornoso los relatos y de Consuelo que parece revivir en su mente lo contado, Amanda ha tenido un ceño incómodo, de no querer estar ahí. La mujer de atavíos Raramuri no expresa desconcierto en las historias -salvo en un pequeño momento- y resulta ser de las tres, la que guarda una historia más desconcertante y que entrelaza de manera circunstancial a la comunidad menonita y un posible encuentro con los lares de Consuelo. Dice mucho de la capacidad de Luisa Huertas, una mujer que ha tenido que adoptar una posición por las circunstancias y cuyo conflicto interno parece ser la posibilidad de regresar a una vida anterior, lejos de aquellos que le adoptaron, todo esto a proveniencia del tejuino.

Escuchamos, se nos hace un nudo en la garganta y también sonreímos en las tres historias, porque estas son narrativas que formulan una universalidad dentro del género femenino, acongojantes anécdotas ofrecidas por tres figuras que han pasado ya sus mejores épocas, y a quienes ven a nosotros, la audiencia, como los confidentes que si no son ahora, nunca sabrán de sus pormenores.

Es por ello que Desazón merece cada minuto del público.

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