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miércoles, abril 24, 2024

Después de 62 años, pintor celayense restaura su obra en el Templo de San Francisco

Celaya; Gto.- Era el año de 1958 cuando un joven estudiante de preparatoria fue invitado por el Padre Provincial del Templo de San Francisco a pintar 13 cuadros para ambientar el comedor del seminario. Hoy 62 años después, Octavio Arvizu Villegas, regresa para restaurar su obra.

A sus 80 años de edad, trepa al andamio de madera que su hijo lo ayudó a construir, coloca sus lámparas led para una mejor iluminación y con brocha en mano comienza a retirar el polvo, luego con cuidado pasa una esponja con agua, para poder retocar la pintura y terminar con un recubrimiento de aceite de linaza.

Octavio Arvizu, pintor. Foto: especial

“El Padre Provincial de los Franciscanos le gustó un pequeño cuadro que yo hice de un paisaje y me invitó a pintar, me mostró el espacio que tenía y me encargó los 13 cuadros del “Cántico al Hermano Sol”.

Arvizu Villegas recuerda que en aquel año del 58, recibió un pago de 250 pesos por cada cuadro que pintó, un pago que consideró muy bueno, cuando el cine costaba tres pesos y los zapatos más lujosos 50 pesos.

Octavio muestra algunas de sus pinturas. Foto: especial

Como era estudiante de Preparatoria, Octavio solo acudía por las tardes, por eso se demoró algunos meses, dado que el encargo tenía que estar terminado para el festejo del 50 aniversario de la coronación de la Purísima Concepción.

Al centro del comedor, en el templo de San Francisco, ahora en desuso, está la obra más grande de la colección de seis metros de ancho por tres de alto: “El Sueño de San Francisco”, que simboliza la muerte de San Francisco de Asís, en la cual, demoró 24 horas efectivas de trabajo.

El pintor Octavio Arvizu pidió la autorización de los padres franciscanos para poder entrar al recinto y restaurar su obra, que realizó a solas en una de las celdas del monasterio, donde en ocasiones era acompañado por sus amigos de la escuela, quienes servían de modelos al usar la túnica para recrear el movimiento y soltura que pudiera tener para plasmarla en el cuadro.

Octavio Arvizu Villegas se despoja de su camisa, sujeta el andamio de tres metros de alto, y con toda calma se reencuentra con su obra, en un viaje al pasado, añoranzas de trazos, textura del lienzo, recordar cada trazo y combinación de colores que aún perduran al igual que en su mente.

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