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viernes, abril 26, 2024

Microteatro presenta: Un fanático enfermo, un filme rebelde, un mingitorio y una fracasada.

Esta temporada de Microteatro es especial, sobre todo si ya se ha leído de mi labor o se me conoce por ser el tipo que balbucea en los medios de comunicación: sí, Microteatro habla del cine. Son 8 funciones, 8 exploraciones del tema cinéfilo, 8 oportunidades de ver a nuestros artistas dramáticos exprimir el seso con lo que más me gusta: debates sobre cine que parecen no llevar al mundo a un lugar mejor.

Empecemos.

(Siempre) nos quedará Casablanca.

El habitual Renato Padilla escribe y dirige un texto original que  explora los alcances del fanatismo desmedido en valor tanto positivo como negativo. Al hacer esto -siendo que se trata de un propio fanático que plantea un proyecto basado en sus experiencias personales- Padilla lo que busca es que reflexionemos sobre la posición de los que nos criamos con cine y que nos formó,, que no por ello uno es dueño de las cosas y la aprehensión en cierto sentido tóxica llevada al extremo por un fanático –Vladimir Ortiz– que en un acto de “justicia” secuestra al director -el propio Renato– encargado del remake de Casablanca.

(Siempre) nos quedará Casablanca  es una obra extremadamente divertida que apunta a un humor metanarrativo en ocasiones, apuntado a la finalidad de que las audiencias reaprecien el clásico de Michael Curtiz, o si no se ha visto, entender la broma que representa que un imbécil haya infringido la ley para el cuidado de un pilar de la cinematografía norteamericana. Notorio el simple diseño de producción con parafernalia geek de Renato Belem Padilla, encargada de los tecnicismos de la obra ataviada como una Ingrid Bergman, la máxima ensoñación de aquellos de rostro de piedra y corazones envinados en whiskey.

Por cierto, el idiota del video de al principio se traba mucho, alguien debería decirle que la boca es para hablar y no para balbucear.

Las tomas falsas.

Uno entra a Las tomas falsas presenciando un diseño de producción demasiado simplista: un teléfono antiguo, algunos cartelitos de películas noir, y un cañon que apunta a la pared. Esta simpleza es para que se le preste atención al duelo que Andrés Valadez tiene frente a nosotros, uno de los mejores que ha realizado en Microteatro. Aquí el duelo del típico detective de crímenes pasionales y la alta inmoralidad de la justicia no se encuentra con una femme fatale ni con su némesis político, aquí él se enfrenta a sí mismo.

La discusión generada entre él mismo va a revelando intenciones del guión de Charlie Round, enfocado producirle sentimiento y vida propia, a una escena, y bajo la dirección del Chango Pons Andrés se presenta en dos tonos: como la proyección se muestra más tranquilo y fuera de tono dramático, lo que apoya mucho al contraste frente al de carne y hueso que en cuerpo de Valadez va sudando frente a su exposición existencialista, una actuación demandante porque pide tiempos exactos de parte de este para las interacciones en una obra que jamás corta el ritmo.

La caída del ídolo.

La caída del ídolo es una obra que también plantea este fanatismo tóxico presente en las grandes franquicias, en este caso la del niño mago que vivió, cosa que probablemente has vivido si asistes a funciones de medianoche, situación que precisamente da pie al encuentro del villano de villanos de la saga con un fanático en un urinal. Poco a poco se va desenvolviendo esta situación de fanatismo enfermizo hacia un pobre hombre que sólo venía a orinar, y el juego entre Sarodi Alatorre Isai Díaz López, la primera exhasperante y el segundo que intenta guardar su cordura en el lugar más privado de todos.

La caída del ídolo es burla efectiva la mayor parte del tiempo, sobre todo con la revelación de otro personaje en un punto de la obra, pero aquí el texto de Alberto Montañez presenta un momento de confusión ¿Debemos suponer que estos personajes son partícipes de su universo planteado o sólo son actores? Esta situación nunca se resuelve y queda hacia el final una duda necesaria de resolver o cuya resolución pudo ser otro giro crítico del material al que se aproxima.

Los créditos.

Los créditos posee un diseño de producción que se aleja frente a las ideas de la temporada de Microteatro presente, en apariencia. Hay una especie de referencia hacia Eight Grade de Bo Burnham, esa preciosa comedia del año pasado que merece más audiencias -tema para otra ocasión- y que muestra la dependencia de las nuevas generaciones frente a la teoría del ávatar, planteado en un mundo digital vacío más allá del reconocimiento.

Este elemento también es parte de la tesis de Los créditos, una obra que su aproximación hacia al cine es con historias que conocemos cada uno de nosotros, pero no son las historias que vemos en la pantalla grande, no: son las historias de los fracasados que intentan una y otra y otra vez entrar al mundo del cine. Vemos la historia de Miranda Margarita Sanchez– una joven que nos va relatando sus esfuerzos por entrar a producciones, pero que va adquiriendo conocimientos para la siguiente ocasión, así en un mundo interminable que te deja un profundo sentimiento de identificación, porque las anécdotas de Miranda puede que le hayan sucedido a más de uno, sintiendo de manera invasiva una biografía personal para cada uno de nosotros, los fracasados. Su final apunta a un punto retorcido de humor negro, pero de una introspección algo deprimente, y oye… que ir a una obra de teatro que toque fibras sensibles en poco tiempo es algo que se agradece demasiado.

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