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viernes, marzo 29, 2024

No cuestiones, sólo consume y emociónate por los demás productos que vas a consumir después

Esta semana ocurrieron tres sucesos bastante interesantes en torno al tema de los hábitos de consumo populares del arte, en momentos que reflejan la relación que tenemos con este en sus variaciones para nosotros, simples mortales… y déjenme decirles que no muestran un panorama nada positivo.

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El primero de ellos ocurre con Martin Scorsese, el enemigo número 1 de esos supuestos cinéfilos que nomás no salen de las 4 películas de superhéroes anuales de dos estudios, sólo porque tuvo la osadía de decirles que sus películas de enmallados no le parecían arte; en esta ocasión dentro de un ensayo publicado en la revista Harper’s sobre Federico Fellini Martin Scorsese repasa su filmografía y reflexiona sobre la relación que tuvo con el gran director italiano, relación que le sopesa al entender el posicionamiento moderno de Fellini entre las audiencias modernas, simplemente tachado como un hombre que hacía cine de arte. Es en la introducción en donde Scorsese despotrica en primera instancia frente a la gravedad de que los servicios de streaming señalen la noción de contenido, la cual resulta vaga porque este contenido no está trazado de forma humana, está trazado de manera fría con un algoritmo. Me remito a traducir el texto en su forma íntegra:

Desde hace 15 años, el término “contenido” sólo era escuchado cuando la gente discutía sobre el cine a un nivel serio, y era contrastado contra la “forma”. Gradualmente fue usado más y más por la gente que se apoderó de las compañías de medios, la mayoría sin conocer sobre la historia del arte, o siquiera con el interés de preocuparse por aprender de este. El contenido se volvió un término de negocios para todas las imágenes que se mueven: una película de David Lean, un video de gatos, un comercial del Super Bowl, una secuela de superhéroes, un episodio de una serie. Se asoció no a la experiencia cinematográfica, sino al contenido en casa, en las plataformas de streaming que han llegado a suplir la experiencia de ir al cine, justo como cuando Amazon suplió las tiendas físicas.

Por un lado, esto ha sido bueno para los cineastas, incluyéndome. Por otra parte, ha creado una situación en donde todo es presentado a la audiencia a un nivel activo, lo cual suena democrático pero está lejos de serlo. Si toda experiencia es “sugerida” por algoritmos que se basan en lo que ya has visto, y las sugerencias sólo son basadas en materia o género ¿Entonces que le hace esto al arte del cine?

La curación de películas no es poco democrática o elitista, un término usado tan a menudo que se ha vuelto sin sentido. Es un acto de generosidad, porque estás compartiendo tu amor y lo que te ha inspirado… Los algoritmos, por definición, son basados en cálculos que tratan a la persona como un consumido y nada más. Las decisiones realizadas por distribuidores como la de Amos Vogel en Grove Press por la década de los sesentas no sólo fueron actos de generosidad, sino auténticos actos de valentía. Dan Talbo, quien fuera exhibidor y programador, comenzó New Yorker Films para poder distribuir una película que amaba, Antes de la revolución de Bernardo Bertolucci, no precisamente una apuesta segura. Las películas que llegarían a estos lares gracias a loes esfuerzos de este y otros distribuidores y curados y exhibidores fueron un momento extraordinario.

Las circunstancias sobre dicho momento se han perdido para siempre, desde la primicia de la experiencia teatral hasta la emoción compartida sobre las posibilidades del cine. Es por ello que revisito esos años tan seguido en mi cabeza, me siento tan afortunado de haber sido joven y abierto a toda la oferta de contenido conforme pasaba. El cine siempre ha sido más que contenido y siempre lo será, y esos años en donde las películas salían de todas partes del mundo, hablándose una a la otra y redefiniendo la forma de dicho arte de una manera semanal, fue la prueba.

Al final de cuentas –y como de costumbre- Scorsese no miente: Tener un catálogo de ofertas que limitan la visión cinéfila en relación a sus más de 100 años no es tener contenido, es simplemente evaluar a una persona como parte de un número que excreta más números, aunque también es cierto que mira con nostalgia algo que de por si de por sí la falta de ofertas en la sala de cine imposibilitaba, con la llegada del COVID, ha rematado: el ir al cine para emocionarse, el ir a cine para sentirse en casa.

La segunda, ocurrió durante las actividades de la FIL de Minería en su emisión número 42, con la mesa de diálogo sobre piratería editorial, lo cual no suena tan mal hasta que uno descubre que es una mesa propuesta por Penguin Random House, con uno de sus directores en medio de los abogados especializados en derechos de autor Quetzalli de la Concha y Kiyoshi Tsuru quienes también tienen relación con Penguin. Supone ser una mesa redonda pero brilla la ausencia de una figura opositora en forma de lectores, o piratas, o estudiantes o plataformas que permiten la digitalización de contenidos, o de autores quienes como de costumbre parecen no poder decir nada frente a las mafias de estas casas en donde el contenido se mueve por mandato y en donde las recompensas monetarias rayan en un atisbo ridículo con un autor recibiendo un par de pesos por copia vendida.

También refleja mucho que las editoriales no entienden que la existencia de piratería es en base a la desigualdad económica y gran consecuente de la centralización cultural y lo peor es que ocurren joyas como marcar que comprar un libro pirata es como pactar con el narcotráfico y el constante ataque a espacios como La pirateca, la cual en estos años se ha dedicado a rescatar autores mexicanos en medio de la controversia de unos que no ven remunerados estos textos, y sobre todo porque hace unas semanas el sitio logró compartir Paradais, el más reciente material de Fernanda Melchor, de la cual, la casa del pingüino es su casa editorial.

Ya tomamos cine, literatura, y para darle vuelta a todos los espacios, ahora con música. Metallica se presentó en la Blizzcon este viernes, siendo invitados a tocar en vivo en una transmisión de Twitch una rendición de From Whom the Bell Tolls. Quienes estuvieron en vivo pudieron escuchar a la banda sin algún contratiempo, pero con el video guardado en la plataforma de pronto Metallica deja de tocar en el audio para dar inicio a la música incidental de un juego de la compañía de Blizzard (la compañía que los trajo en primer lugar), y es que ellos hicieron esto para evitar una baja de video en relación al posible copyright que se estaría infringiendo en caso de que el algoritmo pudiese detectar que alguien esté usando una canción de Metallica sin permisos, a pesar de ser Metallica los que tocaban. La gran ironía con la censura de Metallica es que es producto de la propia banda que tiene su origen cuando dentro de la década de los 00’s, la banda atacó a usuarios de Napster por la descarga de una de sus canciones, levantando una lista negra de personas quienes obligadas a pagar cantidades ridículas de dinero por una canción que bajaron, algo patético por parte de una banda que no sufrió pérdidas billonarias al respecto y, que se hizo popular en los ochentas con personas compartiendo su música a través de cassetes o de bootlegs que se vendían como pan caliente para hacer lo que son ahora, unos avaros avejentados.

Y es que hay algo conector entre estos tres sucesos: la falta de humanidad. No tenemos servicios que vigilan el deber educativo de las plataformas de streaming para dar a conocer cine, tenemos personas que desconocen el uso de páginas que lejos de buscar una renumeración económica por un libro, lo hacen de manera desinteresada para quien lo requiera, y la banda más grande del metal es devorada por el propio monstruo que ellos crearon al no ser simpatizantes de personas quienes escuchando canciones de mala calidad pasarían a verlos en vivo.

Esto, apesta… simple y en definitiva, pero al final deja bastante seguro que las circunstancias para la satisfacción sobre la cultura, terminará siendo individualista, y eso no tiene nada de malo. Me recuerdan a las sabias palabras de Matt Zoller Seitz, uno de mis críticos de cine favorito y alumno del gran Roger Ebert:

Las puestas están abiertas y nadie las vigila, puedes encontrar cualquier cosa en internet si decides buscarla y si no está legalmente disponible alguien debe de haberlo pirateado. Si tus gustos están confinados en el pequeño círculo de cosas que sabes que te gustan, ese es tu problema. En pleno 2021 cuando es posible encontrar cualquier película de cualquier país legal o ilegal, de buena o mala calidad y con la facilidad de cualquier aparato, el único guardián eres tú, no te limites.

Hay gente en estos sitios que no tienen nada, en términos de recursos, y muchos saben más de la historia del cine que muchos profesionales: porque son curiosos y de mentes abiertas, nunca dejaron de alimentar sus cerebros. Si no eres una persona curiosa, si estás contento manteniéndote en un margen pequeño de opciones, tienes que ser honesto y aceptar tu condición. No hagas de la curiosidad de otras personas un ataque personal a tus propios gustos, esa es tu inseguridad hablando.

Amén.

 

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