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miércoles, abril 24, 2024

Educar a los educadores

Por Karen Guerra

El arte de la enseñanza es siempre factor de desarrollo en las sociedades, nadie que pretenda lograr beneficios colectivos para una sociedad, podría olvidar la importancia y trascendencia de innovar en los sistemas educativos, esperando siempre un resultado positivo en futuras generaciones.

Sin embargo, poco podemos atender al respecto cuando nuestras planeaciones públicas son apuradas, sobre las rodillas y poco atendidas por profesionales que visualicen más allá de un beneficio electorero, un beneficio integral para la sociedad. Y, cómo podría ser esto, si pocos son los profesionales encargados del análisis, estudio y aplicación de sistemas educativos en nuestro país?
Hoy más que nunca urge la profesionalización de las planeaciones educativas. Y dejo en claro que poco estoy adentrando al tema de la impartición de dichas planeaciones académicas.

Y es que sin dudar de la calidad, la vocación y la preparación de muchos de nuestros educadores, ha quedado al descubierto la inexistente preparación y capacidad de quiénes al frente de una secretaría de educación han fallado al organizar, planear y rectificar en los procesos académicos que rigen a nuestro sistema educativo.

Basta con saber la irregularidad y falta de continuidad con que la carrera académica de los alumnos cumple solamente con el requisito de existir, no así una función para el rol social de los educandos. No hemos sido capaces de generar oportunidades laborales equivalentes al nivel de oportunidades académicas, pero tampoco hemos sido capaces de generar una continuidad en la preparación profesional y especialización de los estudiantes.  Y todo es resultado de la mala planeación que llevan nuestros programas de educación.

Se han generado un sinfín de estrategias para consolidar (y dicho sea de paso, sin éxito rotundo) la educación básica, desde la participación efectiva y hasta determinante de un sindicato de trabajadores de la educación, hasta los sistemas académicos innovadores que logren ampliar el grueso de población atendida, así como estrategias para abatir la deserción escolar. Sin embargo, nada de esto reflejará un beneficio colectivo, provechoso y amplio para la sociedad, si descuidamos y desatendemos la planeación educativa en forma integral, es decir, si no ponemos atención en la forma en que se da continuidad a esa preparación básica.

Hoy tenemos un gran número de profesionistas que, en aras de una oportunidad laboral, ingresan al mercado educativo como maestros, tutores académicos y hasta instructores, aprovechando únicamente la relación, cercanía y similitud con su área de desarrollo profesional.  Nunca así por la capacidad y vocación para impartir cátedra, o por la facilidad para trasmitir conocimientos. Que habríamos de reconocer, no es cosa sencilla.

Sin embargo, es mucho pedir, en un país donde la oferta laboral es nula, pese a los insultantes y costosos avisos q nos indican estadísticas irónicas que muestran un bajo nivel de desempleo, o donde es más común encontrar igual número de profesionistas que de desempleados, que se pida profesionales de la enseñanza para enseñar, a los futuros profesionales. Como trabalenguas, pero así es.

Y las consecuencias las vivimos todos, diario, puesto que la educación al vapor, genera improvisación en todas las áreas, todos los campos. Es también origen de la tolerancia hacía la corrupción, hacía las malas y deficientes técnicas para ejercer un oficio, un trabajo y qué creen? Hasta un puesto público.

Y no es para menos, hoy en día las mujeres que egresan de las universidades, prefieren buscar empleos como educadoras, aunque no sea la profesión para la que fueron preparadas, por el rol social de madre de familia, y porque dicho sea de paso: pocos son los empleos que pueden dar la oportunidad de atender a una familia en por lo menos las últimas horas de la tarde.  Igualmente existen los profesionistas que, ante la poca retribución económica y el alto nivel de exigencia económica que conlleva ser padre de familia, optan por la enseñanza como mínimo complemento para el sustento familiar. Sin importar tampoco que no sea parte de su fuerte, el compartir conocimientos, detectar deficiencias en el aprendizaje, o bien, alternar en técnicas académicas para aprovechar las inteligencias que un grupo de alumnos puede referir en el aula de clases.

Y nuestros encargados del diseño, evaluación e innovación de sistemas educativos, poco han reparado al respecto. Por el contrario, han generado como dulces en confitería un gran un número de escuelas, colegios, universidades, y bueno, hasta el propio gobierno a través de sus dependencias descentralizadas le ha entrado al quite a la hora de formar “profesionales”. No niego que es una necesidad, pero cubrir una necesidad con un paliativo que no resuelve, la enfermedad, es sin duda una mala decisión.

Es tan común hablar del gran número de profesionistas que están desempleados, o bien ocupados en algún oficio, pero igualmente es grande el número de esos profesionistas que, poco están preparados para competir, sobresalir y elevar los niveles de exigencia en las áreas de desarrollo en una sociedad.

La educación como eje rector de una evolución social, no debe concentrarse en aquello que llamamos educación básica. Debe ser planeada en forma integral, saber que después de lo básico, sigue lo trascendente, lo que marca la diferencia, o que detonará el verdadero desarrollo de una sociedad, hay que preparar para aprender a ser profesionales, y para eso, hay que cuidar en manos de quién se lleva a cabo cada etapa del proceso académico. No nos ocupemos sólo de evaluar a los encargados de la enseñanza básica, que no se nos olviden las manos que tienen a los que en solo dos, tres o cinco estarán resolviendo profesionalmente los problemas más sentidos de la sociedad: la salud, la vida jurídica, en fin, la vida pública que a todos nos resulta importante.

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