Hace cincuenta años murió el narrador –para mí- más grande de las letras norteamericanas del siglo veinte: William Faulkner.
El más grande de una literatura de gigantes, Hemingway, Fitzgerald, Steinbeck, T.S. Eliot, Kerouac, Wolfe, Ezra Pound, O’Neill, Mailer, Ginsberg, Chandler y Hammett, Capote y Elroy, Bukowsky, Frost, Sallinger, Lewis, Auster, Bellow, Miller, ¡Bradbury!….la lista podría llenar esta página y las siguientes porque Estados Unidos le ha dado al mundo muchos males y algo notablemente bueno, su literatura, impregnada de nervio, denuncia, belleza y fuerza vital.
Faulkner, proveniente de una generación de gigantes que recorrió el mundo y conoció la gloria, que obtuvo cuatro premios Nobel –Eliot, Hemingway y Steinbeck además del suyo-, es heredero sin embargo de una de las sociedades más primitivas del mundo occidental y fiel representante de sus atabismos, sus fobias, su depresión permanente, sus nostalgias, su cinismo, su poesía: el Sur estadounidense.
Había nacido en un pueblo perdido del estado de Misisipi, New Albany, en 1897 y regresó a morir a la tierra de sus raíces, a un sitio cercano de su pueblo natal, Byhalia, el 6 de julio de 1962. Ambas localidades están situadas a unos pocos kilómetros del triángulo que forman los límites de los estados de Misisipi, Alabama y Tennessee, ¿puede haber un lugar en la geografía más representativo del profundo sur americano? Lo dudo.
A pesar de que nuestro personaje fue un trotamundos que incluso vivió fugazmente en Europa y exitosamente en Hollywood, nunca se desprendió de sus atabismos sureños y toda su literatura gira en torno a ellos: la ubicación geográfica, la grandeza y opulencia perdidas, los conflictos morales, el desgarramiento producido por la derrota en la guerra civil, aparecen siempre a lo largo de toda su obra; una obra magistral que incluye veinte novelas, seis colecciones de poesía, más de sesenta relatos y al menos diez guiones cinematográficos filmados y otros tantos inconclusos.
Asimismo, Faulkner fue ganador de dos Premios Pulitzer y el ya mencionado Premio N0bel que obtuvo en 1949. A su vez, muchas de sus novelas –inmortales casi todas- recibieron posteriores adaptaciones cinematográficas. Finalmente, su personalidad controvertida pero bien definida, recibió homenajes en muchos films.
Recuerdo particularmente una por demás entrañable. En Barton Fink, una de las cintas fundamentales de la cinematografía moderna americana, ganadora en 1991 de la Palma de Oro en Cannes y del Premio a mejor Realizador y mejor Actor, los hermanos Coen, sus creadores, hacen aparecer a un guionista de Hollywood alcohólico –como Faulkner-, bien vestido –como Faulkner-, ácido y mordaz –como Faulkner- y que habla con marcado acento sureño –como Faulkner.
Entre el protagonista (John Turturro), también escritor y Bill Mayhew, alter ego de Faulkner, se produce el siguiente diálogo que tiene como escenario un baño de caballeros para darle más encuadre al surrealismo y al despropósito que lo reviste:
Barton Fink: “Bill, es usted el mejor novelista de nuestra época!…No tenía idea de que estaba en Hollywood!”.
Bill: “Todos los escritores no domesticados acabamos viniendo aquí, al lamedero. Probablemente por eso es que tengo tanta sed…¿quiere un poco de lubricante social mister Fink?”.
De sus novelas me quedo con todas pero especialmente con “Santuario”, “Absalón, Absalón”, “El ruido y la furia”, “Luz de Agosto” y “La Mansión”.
Entre sus guiones cinematográficos destaco particularmente dos: “Tener y no tener”, obra maestra que reunió a cuatro grandes, novela de Ernest Hemingway, guión de Faulkner, dirección de Howard Hawks y papel protagónico de Humphrey Bogart; y “Al borde del abismo”: novela de Raymond Chandler y los demás, infaltables: Faulkner-Hawks-Bogart. Ni más ni menos.
Cuando en 1949 recibió el premio Nobel de Literatura, William Faulkner produjo un bellísimo discurso directo y puntual como sus creaciones, que dedicó a las nuevas generaciones de escritores jóvenes que “un día estarán aquí recibiendo el premio y que representan, como yo, una vida de trabajo en la agonía y el sudor del espíritu humano…”. Y no se equivocó, al menos dos ganadores y de nuestra lengua además, Vargas Llosa y García Márquez, se han declarado rendidos admiradores y seguidores del estilo literario del narrador.
Hoy en su aniversario recordamos que un día Faulkner escribió: “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”. Y es bien cierto pues su obra nerviosa y apasionada es del presente y el futuro universales.