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viernes, abril 19, 2024

(CRÍTICA) El poder del perro, o el gótico sureño por Jane Campion.

Tras una larga pausa, Jane Campion regresa al largometraje con un retrato de decadencia reflexivo del género de vaqueros, que más que nada se presta a revelar los escudos masculinos en torno a la figura más icónica de la árida América.

Thomas Savage fue un de esos autores norteamericano olvidados por el tiempo; contó con un mediano éxito durante vida pero la revaloración en torno a sus novelas –particularmente sobre el western- es una revitalización que sucede desde hace apenas unos pocos años. En gran parte porque, con la muerte de Savage, más detalles extensos sobre su vida pasaron a la luz pública y en donde uno como lector puede encontrar esta condición casi autobiográfica dentro de sus obras.

Esto ocurre en mayor medida en El poder del perro (1965). Lo que uno encuentra es un
planteamiento ficticio que adapta la vida real de Savage y el sufrimiento que él y su
madre obtuvieron al llegar a su nuevo hogar tras el segundo matrimonio de esta. Lejos
de encontrar paz ante otra oportunidad de formar parte de un nucleo familiar “tradicional”, lo que obtuvieron un infierno generado gracias al acoso mental y abusivo de
parte del nuevo tío que obtenían. El poder del perro básicamente se trata de una suerte
de venganza literaria en la que Savage se personifica en un joven y aplica un final cruento sobre tan detestable personaje en su tragedia real, pero también termina infiriéndole una condición trágica al personaje de Phil Burbank que lo aleja de una mera simplificación villanezca y que de nuevo, es ofrecimiento de la vida del autor… considerando que Savage era un homosexual de closet -que tuvo una familia y esposa para tapar apariencias pero con una notoria escapada amorosa que duró buen tiempo- que no podía ser libre como tal en una extremadamente conservadora Montana, espacio por demás representativo de la figura legendaria y varonil del vaquero.

Esta consagración tardía, es algo que le queda como anillo al dedo a una directora como
Jane Campion, quien a pesar de haber generado historia en 1993 con El piano ganando
la Palma de Oro en Cannes y obteniendo la segunda nominación a una mujer en la
categoría de mejor dirección en los Premios de la Academia, sus posteriores obras no
contaron con el mismo impacto mediático y de taquilla, incluso siendo más en una
función negativa a partir del 2003 cuando dirigió In the cut, una suerte de reivindicación
del thriller erótico alejada de la constante misoginia ofrecida en el género.

El poder del perro es ante todo, una película que se suma a los esfuerzos “modernos” -que en realidad datan desde los años sesentas con exploraciones de personajes de la talla de Sam Peckinpah o de Sergio Leone– de revalorar y reconfigurar al western y a la figura del vaquero. Phil Burbank –interpretado por Benedict Cumberbatch en una de sus mejores interpretaciones recientes- es por demás, uno de los últimos eslabones dentro del mundo del vaquero: sucio, enigmático, autosuficiente, y reniega del avance social intuido en los autos que no pueden suplantar a un caballo como medio de transporte, así como negar por todas las cosas, la “suavidad” que un hombre moderno viene a presentar en el futuro por venir.

Campion entiende esta postulación de Phil no precisamente como una que lo enaltece,
sino como un planteamiento crítico de esta figura que es detestable fuera de su condición
legendaria para personas ajenas a su círculo familiar, y al que sobre todo termina
exponiendo, porque Phil se ha resguardado en este ciclo de machismo y la elevación de
este carácter tóxico por temor a sus verdaderos sentimientos mismos que no puede dejar
revelados frente a una sociedad que lo minimizaría de inmediato.

El Phil de Cumberbatch se apropia del espacio, de las conversaciones y minimiza a los
demás personajes, y Campion aprovecha esto para darnos un tratamiento bastante
logrado de un ambiente postulado bajo las condiciones clásicas del gótico sureño, con
todo y una “mansión” en la constante tiniebla y carente de una sensación de alivio o de
un recóndito en donde uno pueda ser libre (esto gracias al increíble trabajo visual de Ari
Wegner y el diseño de producción de Grant Major); por lo que no es extraño recordar
obras como Al este del Edén (1952) de John Steinbeck o incluso –ya sin lo sureño- rememorar casi con un paladar en extremo similar a Rebecca (1941) de Alfred Hitchcock (sobre todo en ese duelo de sombras y música acentuado por un zoom en la mejor secuencia del filme).

Estos momentos de tremebundo dolor psicológico que Phil otorga a sus familiares es retado por diferentes reacciones a través de grandes interpretaciones de los sufridos. Jesse Plemons como George es el que más se ha adaptado a estos regodeos
minimizadores de su hermano y lejos de entenderlo o encararlo simplemente pone una
mirada fría a un vacío en donde parece resguardarse, situación que no cambia para su
desgracia con la llegada de Rose, una Kirsten Dunst a la que podemos percibir de
manera gráfica esta angustia revelada ya no solamente en el despojo matriarcal que Phil
y las sirvientas le quitan sobre su nuevo hogar sino en las presiones sociales para alegrar
por lo menos el hogar Burbank, y en donde poco a poco termina cediendo al alcohol en
un personaje patético y doloroso.

La gran revelación es por parte de Kodi Smith McPhee quien interpreta a Peter y quien
curiosamente ya había formado parte en un western revisionista hace algunos años con
Slow West (2017) de John Maclean. Aquí se sigue prestando como un personaje frágil
–también apoyado por su aspecto físico, al cual no se le ha despegado el aura infantil-
pero Peter, en el sentido morboso de este drama gótico, es uno que forma parte de un
triángulo de aspiraciones de poder en el hogar y quien juega un papel de seducción para
Phil, el cual… termina adoptando a un sujeto mucho más complicado y retador de lo que
pudo haber pensado.

No es una película totalmente perfecta. Ciertas decisiones dentro del corte final le quitan
la gracia emocional a mucho del argumento, en las necesidad de recortarle tiempo a lo
que fácilmente pudo ser una película de 3 horas de duración. Hay un prólogo narrado
que demerita al personaje de Peter y que es dejado inconcluso, y ciertamente el
segmento más afectado resulta el segundo, porque el paso del tiempo dentro del espacio
y los personajes no es muy fácil de percibir y por lo tanto se intuye una falta de progreso
de este que bien pudo ser solventado a través de montajes sobre ciertas acciones y
encuentros.

A pesar de esto El poder del perro es un gran filme; recupera a Campion como una voz
interesante y sobre todo nos acerca a una reflexión del western y de la construcción
masculina en un drama retorcido y maquiavélico, mismo que para la directora es
incesante de recuperar porque parece nuevo en su postulación, pero que se trata de un
relato que a pesar de casi tener 60 años, sigue levantando cejas conservadoras porque
pide imaginar al siempre icónico vaquero de olor a tabaco y trabajador, como uno que a
veces se escudaba bajo estos términos para vivir en completa tragedia.

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