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viernes, marzo 29, 2024

Clímax (2018)

El cine de Gaspar Noé es uno que adoras o repudias, para mi caso y con mucha controversia me alineo casi siempre para la segunda acción. Para muchos cinéfilos sus viajes alucinantes y violentos son el estándar de lo que se considera buen cine y punto de partida para muchos iniciados, pero para mí pocas veces funcionan fuera del estándar del shock que tanto anhela.  Es cierto de que es el más consagrado del subgénero del Nuevo Extremismo Francés que explotó durante los años noventa, pero sus películas en mi caso personal no pasan de la curiosidad para no volver a pensar en ellas.

Quizás el día de hoy haya cambiado ese pensar; fui al cine en solitario -porque es cierto que sus películas no son el sinónimo de una cita o acompañamiento- y al salir de la sala de cine me encontraba sudado, desconcentrado, e inquieto a más no poder. Su película por supuesto que me afectó como él buscaba… pero no dejo de pensar en que acabo de ver su mejor obra en años.

Clímax es una película de trama sencilla. Al parecer inspirada en un hecho real de fines de los noventa, seguimos a un grupo de bailarines celebrando antes de ir a triunfar en Estados Unidos, el diverso grupo está repleto de hombres y mujeres de bellas facciones y físico envidiable que además están en el punto cumbre de su exploración sexual. Es durante un punto de la celebración que alguien pone drogas en la bebida comunal del grupo, y a partir de ahí lo que pasa es un infierno porque empiezan a sentir los efectos de la bebida conforme pasa el tiempo.

Es sencilla, y no busca expresar consternación o una posición crítica respecto a la época o al uso de las drogas, pero lo que hace maestro a Noé en esta ocasión, es su afinidad técnica. El primer segmento del filme -es decir, antes de las drogas- es una celebración frenética en donde el baile lo es todo para los asistentes, quienes de hecho no son actores sino personas expertas en el arte de mover el cuerpo al ritmo de la música. Es en extremo contagioso y una experiencia de erotismo palpable por el que somos atraídos e inyectados de un frenesí del cual nos hubiera gustado ser parte, de poder expresar tanta efusividad con las habilidades kinéticas que un cuerpo en máxima física pudiera realizar.

Obviamente y tratándose de Noé, la película no queda en el terreno de la experiencia grata ni en la farsa cómica que representan muchas películas cuyo protagonistas terminan drogándose. El mismo modus operandi por el que somos testigos del baile y la diversión se aplica para cuando los efectos psicodélicos del ponche misterioso entran en acción… pero no vemos los momentos de luces ni la psique de los involucrados, lo que vemos es un descenso animal en donde gritan desconcertados por lo que ellos están viviendo y en donde las luces adquieren un tono siniestro.

Es muy curioso que Noé desde el inicio dé referencias a las películas que le inspiran en forma de VHS durante la secuencia de las entrevistas, porque uno puede percibir esos tintes, siendo Suspiria (1977) de Dario Argento -en parte por su claustrofobia y uso del color rojo chirriante- y Posesión (1981) de Andrzej Sulawski imitando la incomodidad de ver a Isabelle Adjani revolcarse en un frenesí supernatural.

Y logra estos dos segmentos, con un tecnicismo impecable. No puedo recordar cuántos cortes tiene el filme, pero no pasa de 4 durante la fiesta, por lo que es una película de planos secuencia en donde Noé y su habitual cinefotógrafo Benoît Debie se exigen conseguir la toma larga en medio de coreografías improvisadas, cambios de luces repentinos de cuarto a cuarto, una geografía del lugar coherente y dejando detalles que un ojo agudo de inmediato va a querer buscar en el cuadro, porque nosotros hacemos la labor de detectives, porque creemos que somos los únicos con coherencia en un salón que huele a sexo, desechos humanos y alcohol.

Es un experimento que consagra a Noé como un artesano capaz de ofrecer algo cautivante fuera del “gimmick” de sus anteriores obras, y es un viaje al infierno del que no creo que sea capaz de realizar muy seguido en esta vida, pero que no puedo negar su valor artístico.

No uso muy seguido estas palabras, pero Clímax es una obra maestra.

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