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viernes, abril 19, 2024

GIFF 2018: Nervous Translation

Yo de niño era muy solitario. Mis tardes se definían por estar leyendo todo el día o ver la televisión junto a mi mamá que ocasionalmente mataba el mood de una película por andar con una máquina de coser extremadamente ruidosa, huía a otro cuarto y prefería poner música a todo volumen con discos tirados por todo el suelo, hasta que me quedaba dormido y despertaba de malas y con jaqueca para cenar, y repetir eso ad nauseam. Mi realidad no se solía interponer con la de mi madre, que ocasionalmente –y como todo ser humano- tenía días buenos o malos.

Ahora lo recuerdo y puedo percibir su semblante triste o enojado detrás de la máquina de coser que para en ese momento sería de catalizador emocional, pero de niño nunca tuve la voluntad de preguntarle qué tenía, estaba ensimismado.

Nervous Translation me recordó mucho a estos momentos de mi infancia. La segunda película de Shireen Seno es fantástica, siendo mi favorita dentro de todo el festival.

En ella, Shireen Seno nos cuenta la historia de Yael (Jana Agoncillo), una niña de 8 años que vive en Filipinas en el año de 1987 (podemos entender la época del filme con varios segmentos de noticias en donde vemos la revolución política del país), Yael tiene una extraña enfermedad en la piel que le obliga a permanecer en su casa la mayor parte del tiempo. Yael se dedica a limpiar sus zapatos, a hablar con su mejor amiga por teléfono, tiene una cocina con la que guisa su comida diaria y escucha de manera religiosa un cassete con la voz de su padre, al que no ha visto en años, los únicos momentos del día en los que interactúa con un ser humano frente a frente es con la llegada de su madre –una zapatera triste- que le pide quitarle las canas mientras ven la novela del horario de la noche.

Y eso es básicamente la historia base. Lo que hace notable a Nervous Translation es que se va desarrollando como un remolino cuya intención es la de transmitir la visión de Yael y con ello su exasperación causada por el aburrimiento de su día a día. La primera parte tiene sustento de guión con una Yael que no entiende mucho la complejidad del asunto respecto a la relación de su padre y su madre, que alaba a un casette que sirve para coqueteo sexual entre sus progenitores y al que trata de buscar un mensaje secreto, o de que en una fiesta grupal ella se sienta extraña frente a la diversión del ambiente y de los encantos infantiles de sus primos, mientras ve al hermano gemelo de su padre –que saben diferenciar por un tatuaje- y las interacciones torpes con su madre, que revelan un pasado entre los dos.

Shireen Seno tiene en sus manos una película que ella misma ha planteado como biográfica y que va en tono de un cine lento, en donde el quehacer cotidiano de nuestros personajes tiende a decirnos y explorar más de sus escasas interacciones, pero termina dándole un tinte extremadamente surreal, porque es hasta una noche de películas de terror de Yael y sus primos en donde ve el comercial de una pluma mágica que de pronto invade la película, sus intenciones y la atención de su protagonista.

Puede que suene a que Seno en algún punto termina desatendiendo los cabos sueltos de la relación de la madre de Yael… pero sus intenciones son precisamente con lo que comentaba: de que sea un atinado ejemplo de una mente en tedio que elabora propuestas para encontrarle sentido a su día a día. Desde la llegada de la pluma, la película toma un tinte Lyncheano en su estructura narrativa, porque de pronto somos partícipes de las fantasías de Yael, pasan temporadas, pasan encuentros con sus ficciones y cuando sale a la calle, es un fantasma que no interactúa con nadie. Llegando incluso a plantearse un homicidio en tono burlón, para después volver a la realidad ¿O es que todo esto era un planteamiento ficticio?

Es maravillosa y una propuesta enternecedora y divertida, que también tiene trucos bajo su manga, en especial el diseño de producción de Leeroy New que captura ese tono de madera y colores apagados que los ochentas le dio a las casas de clase media.

Al final uno se deja llevar por la manía propositiva de Nervous Translation –que desde el principio del título ya nos está tratando de decir algo- y en mi audiencia, desgraciadamente no hubo esa conexión, con gente expresando su desconcierto con una película anárquica y por la que yo me encontraba bastante atrapado. Quizás no sea para todos, pero en este 2018 no he encontrado una película que capture este aire de aburrimiento de manera tan personal, y con una construcción inusual para el habitual manejo de estos temas.

 

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