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martes, abril 23, 2024

Gracias, Terry Jones

Mi contacto con Monty Python no fue en la infancia como muchos otros fanáticos pueden recordar, fue más bien en la adolescencia. Tenía frenos, tenía granos, tenía -o tengo- una voz que se debate entre el agüardiente y el gallo repentino y seguía con las consecuencias de ser una persona introvertida en una sociedad y comunidad que te dictamina que eso no está bien, o en pocas palabras: era el raro y siempre lo he sido, por eso fue una bendición llegar a la comedia de Monty Python en ese punto de mi vida, fue como abrir una caja de Pandora.

No puedo recordar la fecha exacta pero sí recuerdo el día. Junto a otros dos amigos estábamos en el Blockbuster más cercano de nosotros preparándonos para una habitual noche de viernes de rentar películas y jugar videojuegos, entre todos nos decidimos por tres rentas: Mulberry StreetChasing SleepMonty Python and the Quest for the Holy Grail. Las primeras dos fueron películas que ni pudimos terminar de ver; Mulberry Street poseía unos valores de producción mediocres y trataba sobre ratas de la cual sólo puedo recordar a un personaje esteretípico racial y homosexual quemando a uno de los monstruos con un aerosol para cabello, Chasing Sleep no corrió con la misma suerte, sale Jeff Daniels y es todo lo que puedo recordar hasta el día de hoy.

Pero Holy Grail, le hacía honor a su nombre.

Pienso que ver a los Python tiene mucho qué ver en la etapa en donde los descubres. En tiempos recientes he tratado de ver junto a otras personas el catálogo disponible en Netflix y termina siendo material de tedio para mentes adultas… precisamente es por ello que cuando uno se es un imbécil despreocupado, la llegada de una película tan anárquica como Holy Grail y por consecuente, de sus integrantes ingleses es sublime. Nos quedamos afónicos desde un inicio con el chiste de las llamas y los créditos, los cocos, la prueba de la bruja, Sir no aparece en esta película, las monjas lujuriosas… un millar de elementos presentes dentro del filme que en manos de otras personas, sería un asunto caótico.

Y a partir de ese entonces,, nuestra vida no fue la misma. De ser tres personas que vieron una película del mito Arturiano humillado a la décima potencia, pasamos a infectar a todos los amigos cercanos que pedían prestada la copia que rentamos, y a partir de entonces llegar a gritarnos Ni en frente de los demás cuya mirada atónita se repetía al momento en el que cabalgábamos al horizonte sin un respectivo caballo, o de ver algo que no nos parecía tan maravillo y destacar que era una maqueta.

Monty Python me abrazó en esos momentos estúpidos y me acercó a mis mejores amigos de ese entonces, y a la par de imitar el humor del filme en nuestras vidas, nos atrevimos a filmar nuestras estupideces seguramente influenciadas por el humor de los ingleses, estupideces que mostrábamos a nuestros demás compatriotas de lo imbécil para verlos estallar en carcajadas, estupideces que dejaban un registro de aquellos que entraban y salían de nuestras vidas, a veces como amigos, a veces como partida natural dentro de nuestra existencia.

Nunca lo he razonado con tanto sentido como hoy, pero por ese entonces Monty Python reavivó un interés en investigar a los hombres detrás de nuestra comedia favorita, y con hilarante asombro descubrir que había dos Terrys bajo la dirección de la película: Terry Gilliam a quien ya anteriorente conocía por 12 Monos o Las aventuras del Barón Munchaussen y el otro Terry, el que normalmente pasaba, pasa y pasará desapercibido: Terry Jones. La labor de Jones frente a los demás idiotas debió de ser complicada, pero la figura de este a pesar de estar al lado de titanes -más gritones- como Graham Chapman, Erir Idle Michael Palin no estuvo excenta de personajes populares.

Fue el regordete Sir Bedevere con su bigote extremadamente falso en esta película, pero en sus posteriores aventuras que además dirigió, Terry Jones concibió dos de sus papeles más memorables: Alimentando sus papeles de mujeres gritonas, en La vida de Brian (1979) interpretó a la terrible madre del epónimo personaje, y en una sagaz de El Significado de la vida (1983) se volvió una crítica al consumismo y la alta sociedad pedante inglesa con Mr. Creosote, demostrando que puedes hacer chistes de vómito y pedos con una elegancia inigualable.

Terry Jones no sólo quedó prendido al éxito de los Python, pero sus acercamientos fueron más sutiles, con una sensibilidad que los demás no podían tener. Nos acercó a muchos de nosotros con una adaptación perfecta de El viento en los sauces (1996), realizó el guión de Laberinto (Jim Henson, 1986) y estaba enamorado de la galantería del caballero y la historia a tal grado de que hizo una gran serie de documentales que probablemente tu madre haya visto en las tardes de Film & Arts.

La última vez que pudimos ver en público a Jones fue cuando recibió el BAFTA honorario por su trayectoria. Apoyado por Michael Palin -su más fiel amigo y quien lo acompañó hasta el día de hoy- este se dispone a hablar de Jones, con una fragilidad generada por el paso del tiempo que no perdona a los Pythons, puedes ver sus manos temblar no sólo por el nerviosismo, sino porque el reconocimiento a Terry Jones se da en el máximo deterioro de su salud mental. Desde el 2015 tenía afasia primaria progresiva, que le terminó devorando su capacidad de expresar lo que sentía.

Y no puedo pensar en algo más terrible que la idea de un comediante, un hombre enamorado de la palabra y deseoso de compartir su pasión con los demás, incapaz de poder vociferar algo.

Tras la presentación de su obra (lo puedes ver en el minuto 1:52:17), Terry se acerca entre aplausos al lado de su hijo, toma el escenario y ve el objeto dorado que tiene a sus manos, y como un niño se lo pone en el rostro: es feliz pero no sabe por qué; la gente aplaude y vitorea, terminando de pie en ovación y Jones en este estado sólo puede pensar que se trata de una alabanza por ponerse la estatua en el rostro… por lo que lo vuelve a hacer.

Y pasa lo inevitable: al abrir la boca Terry Jones no puede ni expresar coherencia alguna, balbucea un poco pero queda con un rostro de pena; su hijo lo apoya con un nudo en la garganta diciendo lo difícil que es para su padre expresar el orgullo que siente, y este sonríe como un niño mientras lo abraza, para después salir del escenario.

Es cierto, la vida con Terry Jones siempre fue más emocionante, no sé cómo va a ser sin él: Muchas gracias, de corazón.

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