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martes, abril 23, 2024

La Fosa

De Bernardo Monroy

No está nada mal: quince mil pesos a la semana por sentarme a cuidar un terreno baldío.

El problema no es vivir en una caseta de vigilancia que me construyeron especialmente para el trabajo. Tengo baño, horno microondas, televisión, radio y una cómoda silla. No, qué va. Eso es lo de menos. El problema son los alaridos, los llantos, y las constantes súplicas de “¡sáquenme de aquí!” y “¡No! ¡No estoy muerto!”. Durante mi primera semana de trabajo esos gritos me causaban tal pavor que me orinaba en el suelo, pero actualmente, con eso que el dicho afirma que uno se acostumbra a todo salvo no comer, me limito a dar una patada al suelo y exclamar;

-¡Sí, sí estás muerto! ¡Órale, cállate y deja de estar chingando!

Tengo treinta años. En México es muy difícil conseguir empleo, así que mejor me callo el hocico y hago lo que el Jefe me ordena. El Jefe me contrató hace ya tres años. Llegó a reclutarme en la cantina donde solía ir a tomarme unas chelas con el dinero que robaba del bolso de mi madre. Yo no trabajaba ni hacía nada salvo beber todo el día. El Jefe Era un hombre obeso, que usaba un sombrero charro, camisa roja con adornos dorados, pantalón de mezclilla y botas más ridículas que las de Vicente Fox. Me dijo que se dedicaba al narcotráfico. Así, directo y al grano, sin andarse con rodeos, y me ofreció trabajo. Le respondí que no me interesaba meterme a vender droga. No, no es para eso, respondió. Quiero que cuides un terrenito mío. Uy, patrón, eso menos. Yo no voy a andar atendiendo secuestrados ni hectáreas donde siembran mota. El Jefe se carcajeó en mi cara e invitó una ronda de tequilas. Aclaró que se trataba de una chamba única:

-Mira morrito, el asunto está así: no sé si sepas de las narcofosas. Pos resulta que en este negocio del crimen organizado cuando nos echamos al plato a alguien para que la poli no sospeche, a veces los enterramos en lugares que ya tenemos comprados. Allí enterramos a los muertitos, y cuando la policía federal o los pinches gringuitos latosos del FBI sospechan y encuentran la fosa, pos nosotros ya andamos rete lejos. Esos tarugos andan enterrando la pala quesque pa’ sacar los cuerpos y nosotros ya andamos en el otro rincón del país matando un titipuchal. Hasta hace poquito, se encontraron en San Fernando, Tamaulipas, 59 cadáveres. Luego en Ciudad Juárez en el 2004 qué te cuento: se encontraron 12 cuerpos enterrados en el patio de una casa. Así es esto del crimen organizado y la guerra que se emprendió como dice el pendejo del presidente. Pero bueno pues, que esa no es la bronca, sino que yo tengo una fosa con treinta cadáveres, y pues no sé si nomás me pase a mí o a mis otros colegas que trabajan en la movida de la droga, pero a mi los pinches muertos ojetes me espantan… sí, pues, morrito. No pongas esa cara, que no estoy zafado. Tú trancas o ahorita te mato… ¡es broma, chingá, no tiembles! Los muertos no se están quietos. Uno llega a la fosa a enterrar más y de repente cuando saca la tierra con la pala que los cadáveres se levantan y quieren agarrarme las patas. Luego la cosa se pone más canjia, porque toda la noche andan llore y llore los muy putos. Y ya entradita la madrugada, en el terreno baldío que es la narcofosa, como le dicen los mamones de los periodistas, se ven figuras todas acá bien espectrales, de color azul y verde fosforescente flotando por todo el terreno. Pues yo lo que hice fue llamar a un cazafantasmas, pero me salió un güey todo chaparro, gordo y todo tronco, todo baboso. Que salía en la tele investigando cosas quesque sobrenaturales. ¡Puta madre! Yo pensaba que me iba a salir un vato acá todo inteligente, vestido con su overol café y con su pistola enchufada a una mochila y con su logotipo de un fantasmita atrapado en un círculo y cantando tu ru tu tu tu ru, Ghostbusters, ju yu gona col… y que me sale esa pinche mamada. Por eso ni me lo pensé: le metí tres balazos al culero por andar de mentiroso, si tanto quería cazar fantasmas que se cazara él mismo. Luego llamé al señor cura para que echara agüita bendita y sacara a los fantasmas, pero resulta que el cabrón se echó a correr en cuanto vio como de noche flotaban esos monos. Hazme el favor, pinches curas. Ven un alma en pena y ya se agüitan, pero violan a un chamaquito y ni la piel se les pone de gallina. Ah, pero bien puestos que andan para recibir limosnas millonarias que les dejo. El problema que traigo es este, morrito: las almas en pena son rete exigentes. Uno tiene que andarles cumpliendo sus caprichos. Que si quieren un juguete de cuando eran niños, que se entretengan con una ouija, que les leas un cuento, cosas así, cosa fácil, morrito. La paga es buena, no te voy a embarrar en cosas de drogas ni asesinatos, nomás cuídame el terreno.

Le dije al jefe que estaba bien, que no había problema. Podía cuidar de la fosa… aunque a decir verdad, en un principio no le creí nada: yo no me trago nada de casas embrujadas y ánimas en pena…. vaya que me equivoqué.

Por las noches veo los noticieros o escucho música. Las películas de terror y los programas radiofónicos en los que el público cuenta sus experiencias sobrenaturales han dejado de darme miedo. Basta con asomarme a la ventana y ver aquellas figuras flotando. En ocasiones he llegado a contar hasta veinte. A pesar de sus cuerpos traslúcidos puedo ver las heridas adornando todo su cuerpo. Algunos están tuertos, otros carecen de extremidades y otros están decapitados. Al atardecer escucho alaridos y manos que con desesperación intentan escarbar. Me piden comida que nunca consumen, pero que al dí siguiente, si la pruebas, ha perdido su sabor. Me piden que les lea un libro (Pedro Páramo es, no sé por qué, su favorito), o que encienda la radio para que escuchen los noticieros, y estén informados de cómo va la guerra contra el narcotráfico. Dicen que hasta que no termine, no podrán descansar en paz.

Por la mañana, al igual que todos los fantasmas, están muy tranquilos.

Constantemente llegan los hombres del Jefe. Bajan de una camioneta un cadáver en una bolsa de plástico negra o envuelto en una cobija atada con cinta canela. Les facilito unas palas que guardo en la misma caseta, justo al lado de la tabla ouija que uso para comunicarme con los muertos (para hablar con el Jefe, en cambio, uso el Nestlé). Entierran el cuerpo que en cuanto el sol empiece a ocultarse, comenzará a gritar que no está muerto.

* * *

En una entrevista al programa “Zona Franca”, la periodista Kennia Velazquez me preguntó cómo era posible ofrecer una perspectiva novedosa al tema de la narcoliteratura. Mi respuesta es este cuento inédito que obsequio a la página de “Zona Franca” y a sus lectores, a una semana de la presentación de mi libro de cuentos “El Gato con Converse”,, que será el 28 de abril en la Biblioteca Central Estatal.

La respuesta es, mediante la sátira y el cultivo del género fantástico.


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