Ahora que están más cerca las fechas de “El Elixir de Amor” en el Teatro del Bicentenario, continuamos con algunas reflexiones sobre la que podríamos llamar “desacralización” de la ópera.
Para sentirnos en un ambiente cómodo y abierto al asistir a una representación operística, no hay mejor receta que recordar los orígenes populares de esta forma de expresión artística, nacida como un espectáculo escenificado en las plazas públicas y en las calles. Para medir lo que era la ópera en tiempos de los grandes compositores, bastan solo dos referencias.
La primera tiene que ver con Mozart, quien es autor nada menos que de veintidós piezas operísticas y que las creó como una variante popular de una obra profunda, personal, inconfundible. En 1984 se filmó una cinta premiadísima, “Amadeus”, que narra la vida del compositor y ganó ocho Óscares, incluido mejor actor y director (el consistente realizador checo Milos Forman).
Pues bien, si ustedes ven la película entenderán muy bien lo que era la ópera en tiempos de Mozart. Verán al pueblo llano de Viena o Salzburgo o del norte de Italia asistir a las representaciones mozartianas, alguna incluso dirigida por el propio compositor; verán interrumpir el espectáculo con aplausos de aprobación o ruidos de rechazo y verán también como esta magia puede convertirse en fervor colectivo.
Cuando Giuseppe Verdi compuso “Nabucco” –pieza que narra la esclavitud del pueblo de Israel en Babilonia bajo el reinado de Nabucodonosor- el norte de Italia norte se encontraba sometida por el Imperio austriaco y la península era un conjunto de estados más o menos autónomos y desarticulados. Garibaldi, el héroe de la reunificación, inició ésta en medio de la represión de los invasores austriacos. Entonces Verdi, patriota al fin, relaciona la liberación de Israel precisamente con la liberación de Italia e incluye en la parte culminante de su obra un coro de los esclavos judíos inspirado en el Salmo 137 que habla de la añoranza por la patria perdida, sus campos, sus montañas, su belleza.
Nace así el “Va pensiero”, el coro tal vez más famoso de la historia de la ópera: Va, pensiero, sull’ali dorate; va, ti posa sui clivi, sui colli, ove olezzano tepide e molli, l’aure dolci del suolo natal! (Ve pensamiento con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas, donde exhala su suave fragancia el dulce aire del suelo natal). La segunda parte revela su auténtico sentido patriótico: Oh mia patria sì bella e perduta!, Oh membranza sì cara e fatal! (Oh mi patria tan bella y perdida! Oh recuerdo tan caro y fatal).
El “Va pensiero” se convierte de la noche a la mañana en el auténtico himno “no oficial” de la Reunificación, culminada precisamente hace 150 años. El pueblo salía exaltado de los teatros gritando ¡Viva Italia, Viva Verdi!, Por cierto, Verdi eran también las iniciales del Rey que los italianos entonces anhelaban: Vittorio Emmanuele Re d’Italia.
Estos fenómenos de fervor popular –y cien más que podríamos contar- nada tienen que ver con un espectáculo acartonado, elitista o exquisito, como algunos lo califican erróneamente. Por el contrario, la ópera es la expresión artística más completa que existe, es la globalización del arte en una sola manifestación y como tal es la mejor promotora de sentimientos humanos: con la ópera se puede reír, se puede llorar, se puede ¡pensar!, se puede soñar, se puede amar, pero sobre todo, siempre se puede gozar.
Y con los pies en la tierra y en el caso concreto de “El Elixir” en León, les preguntaré para finalizar: ¿Cómo se puede llamar elitista o exclusivo un espectáculo con las mejores voces de México y algunas –Ramón Vargas sobre todo- de las mejores del mundo, cuando la localidad más cara del teatro vale quinientos pesos…¡Menos de la mitad que la localidad más barata de la presentación de Shakira!….¡y menos de la sexta parte de lo que cuesta el mismo asiento en el Metropolitan Opera House de Nueva York!!!
(Blog “Conservación de los Recuerdos” http://arodriguezleyaristi.com/)
