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viernes, marzo 29, 2024

Lavado de cerebro corporativo

Por John Pilger

Uno de los libros más originales y provocativos de la pasada década es Mentes Disciplinadas de Jeff Schmidt (Rowman & Littlefield). “Una visión crítica de los profesionales asalariados”, dice la cubierta “y el sistema de lavado de cerebro que conforma sus vidas”. Su objeto es la Norteamérica postmoderna pero también es aplicable a Gran Bretaña donde el Estado corporativo ha engendrado una nueva clase de managers americanizados para dirigir los sectores público y privado: los bancos, los principales partidos, corporaciones, comités importantes, la BBC.

Se dice que los profesionales se caracterizan por el mérito y no la ideología. Sin embargo, a pesar de su educación, escribe Schmidt, piensan de manera menos independiente que el no-profesional. Utilizan una jerga corporativa – “modelo”, “actuación”, “objetivos”, “visión estratégica”. En Mentes Disciplinadas, Schmidt argumenta que lo que hace al profesional moderno no es el conocimiento técnico sino la “disciplina ideológica”. Quienes se dedican a la educación superior y los medios de comunicación hacen “trabajo político” pero de forma que no se percibe como política. Hay que oír como un veterano de la BBC describe sinceramente el nirvana de neutralidad al que él o ella han accedido. “Tomar partido” es anatema; y sin embargo el profesional moderno sabe que nunca hay que desafiar la “ideología intrínseca del statu quo”. Lo que importa es la “actitud correcta”.

Un elemento clave de la formación de los profesionales es lo que Schmidt llama “curiosidad asignable”. Los niños son curiosos por naturaleza, pero a medida que se convierten en profesionales aprenden que la curiosidad consiste en una serie de trabajos asignados por otros. Al empezar la formación los estudiantes son optimistas e idealistas. Al final se encuentran “presionados y preocupados” porque se dan cuenta de que “para muchos  el objetivo principal es ser suficientemente recompensado por dejar de lado sus objetivos iniciales”. He encontrado muchos jóvenes, especialmente periodistas incipientes, que se reconocerían en esta descripción. Por muy indirecto que pueda ser su efecto, la primera influencia del manager profesional es el culto político extremo de la adoración del dinero y la desigualdad, conocido como neoliberalismo.

 

El manager profesional típico es Bob Diamond, el principal directivo del Barclays Bank de Londres, que consiguió una gratificación de 6,5 millones de libras en marzo. Más de 200 managers de Barklays se llevaron en total 554 millones de libras el año pasado. En enero Diamond declaró al comité de Tesorería de los Comunes que “el tiempo de los remordimientos ya se ha terminado”. Se refería al billón de libras de dinero público otorgado sin condiciones a los bancos corruptos por un gobierno laborista cuyo líder, Gordon Brown, había descrito a este tipo de “financieros” como su “inspiración” personal.

Este fue el acto final del golpe de estado corporativo, disimulado ahora bajo el capcioso debate sobre “recortes” y “déficit nacional”. Los fundamentos más humanos de la vida británica van a ser eliminados. Se dice que el “valor” de los recortes es de 83.000 millones de libras, casi exactamente la cuantía de los impuestos evadidos legalmente por los bancos y las corporaciones.

Lo que no se dice es que los británicos continúan dando a los bancos un subsidio anual adicional de 100.000 millones de libras –una cifra que financiaría la totalidad del Servicio Nacional de la Salud-  en seguros gratuitos y garantías.

Lo mismo respecto a lo absurdo de la misma noción de “recortes”. Cuando Gran Bretaña estuvo oficialmente en bancarrota después de la Segunda Guerra Mundial, había pleno empleo y se constituyeron algunas de sus más importante instituciones públicas, como el Servicio de la Salud. Sin embargo quienes dicen oponerse a los “recortes” son los que los gestionan y fabrican el consentimiento para su aceptación general. Este es el trabajo de los managers profesionales del partido Laborista.

En asuntos de guerra y paz, las disciplinadas mentes de Schmidt promueven la violencia, la muerte y el desorden a una escala hasta ahora inimaginable en Gran Bretaña. A pesar de la  evidencia condenatoria de la encuesta Chilcot, por parte del General Michael Laurie, antiguo jefe del servicio secreto,  el manager “central”, Alastair Campbell continúa en libertad, lo mismo que los demás managers de la guerra que maniobraron con Blair y en el Foreign Office para justificar y vender como bienvenido el baño de sangre en Irak.

Los medios de comunicación bien reputados juegan un papel crítico y con frecuencia sutil. Frederick Ogilvie, que sucedió al fundador de la BBC, Lord Reith, como Director General, escribió que su función consistía en convertir a la BBC en un “instrumento de guerra absolutamente efectivo”. Ogilvie habría estado encantado con estos managers del siglo XXI. En la carrera hacia la invasión de Irak, la cobertura de la BBC se alineó sin fisuras a la mendaz postura del gobierno, como demuestran estudios llevados a cabo por la Universidad de Gales y Media Tenor.

Sin embargo, la gran revuelta árabe no puede manipularse, o apropiarse, fácilmente, con omisiones y toques de atención, como se hizo patente en una entrevista del programa Today de la BBC del 16 de Mayo. Con su celebrado profesionalismo, afinado a base de discursos corporativos, John Humphrys entrevistó a un portavoz palestino, Husam Zomlot, después de la masacre israelí de manifestantes desarmados en el 63 aniversario de la expulsión ilegal del pueblo palestino de su tierra.

Humphrys: . . . no es sorprendente que Israel reaccionara de la forma en que lo hizo, ¿no?

 

Zomlot: … Estoy muy orgulloso y contento de que [ellos] se manifestaran pacíficamente solo para… realmente llamar la atención sobre su reclamación de 63 años de duración.

 

Humphrys: Pero no se manifestaban pacíficamente, esta es mi cuestión…

 

Zomlot: ninguno de ellos… iba armado… Se oponían a los tanques, helicópteros y F-16s israelíes. No se puede ni siquiera empezar a comparar la violencia… No es una cuestión de seguridad… [Los israelitas] nunca tratan este tema puramente político, humanitario, legal…

 

Humphrys: disculpe por interrumpirle pero… si me manifiesto en su casa enarbolando un garrote  y arrojándole una piedra,  se trataría de un asunto de seguridad ¿no es cierto?

 

Zomlot: Perdone. Según las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas esta gente se manifestaba en su tierra; tienen los documentos legales de sus casas; es su propiedad privada. Pongamos pues las cosas en su sitio de una vez por todas…

 

Fue un momento extraño. Poner las cosas en su sitio no es un “objetivo” para managers.

 

John Pilger, nacido en 1939 en Australia, es uno de los más prestigiosos documentalistas y corresponsales de guerra del mundo anglosajón. Particularmente renombrados son sus trabajos sobre Vietnam, Birmania y Timor, además de los realizados sobre Camboya, como Year Zero: The Silent Death of Cambodia y Cambodia: The Betrayal.

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