Morelia, Michoacán.- El 16 de junio de 1997 apareció en el mercado el tercer LP del quinteto de Oxford, Inglaterra, titulado OK computer, producido por Nigel Godrich, el cual se convertiría en un parteaguas; primero para la banda conformada por Thom Yorke, Jonny Greenwood, Colin Greenwood, Ed O’Brien y Phil Selway, y después, para la misma concepción y el entendimiento de la música en la era post, post, post, post… moderna.
Para 1997, Radiohead ya era una gran banda. Con 2 álbumes a cuestas (Pablo Honey, 1993 y The bends, 1995) y temas que lograron filtrarse en la cultura popular como la diez mil veces tocada por la radio Creep, y otros temas como Anyone can play guitar, High and dry y Fake plastic trees, tenían presencia y un cierto prestigio en Estados Unidos, y de rebote, en México. Sin embargo su consolidación ocurrió en 1997 cuando, sin que ellos lo quisieran, se les colgó el título de “Greatest Rock Band in the World”. Cualquier banda estaría feliz con ese nombramiento –los hermanos Gallagher o U2, por ejemplo– pero no ellos. Escuchar Kid A (2000), álbum inmediato siguiente, después de escuchar OK computer, es la mejor explicación para entender el porqué.
Pero la consolidación de Radiohead no fue por ser “la banda de rock más grande del mundo”. Fue por amalgamar melodías, letras, tiempos, arreglos, conceptos e ideas en 12 tracks, en poco más de 53 minutos. Fue por crear algo más allá de la música; un hito a las puertas del nuevo siglo, que no rememora sino que avisa lo que viene y, finalmente, por ser una crítica de la sociedad y la vida contemporánea.
Las obscuramente depresivas pero esperanzadoras letras escritas por un hiperactivo Thom Yorke, y la manera en que esas letras son cantadas, son la marca distintiva del disco. Los arreglos de cuerdas de Jonny, así como su virtuosismo para obtener una cantidad obscena de matices con una guitarra y su habilidad para incorporar sonidos con sintetizadores, samplers y otros equipos, catapultan el álbum a un nivel épico. Los suaves coros y las delicadas guitarras que introduce Ed, las perfectamente calculadas notas del bajo de Colin, y la máquina humana llamada Phil en la batería, complementan y empaquetan el que, por muchos, es considerado el mejor disco de esa década; el mejor disco de los últimos 25 años, o el Dark side of the moon (de Pink Floyd) de los 90. Más allá de las comparaciones y lo que puedan indicar las subjetivas listas y recuentos, OK computer es un álbum imprescindible en cualquier colección de música.
15 años parecen muchos, o muy pocos. Para la historia de la humanidad es un parpadeo. Para la historia de la música, un suspiro. Para la vida de una persona, tiempo suficiente para dejar su marca y ser recordado por siempre.
El tiempo es relativo. Pasa volando y pareciera que fue ayer cuando alguna canción se convertía en una de nuestras favoritas de toda la vida, y de repente nos damos cuenta que han pasado años de eso. O pasa muy lento y parece una eternidad; cada día aparece una novedad, una moda o un avance tecnológico que hoy nos sorprende, pero mañana nos aburre.
En esta vorágine del tiempo, hay intentos artísticos que se salen de la línea. Un paradigma. Triunfan y se convierten en obras maestras que resultan atemporales y, si se me permite inventar una palabra, aterrenales. Como un buen vino, OK computer ha ido añejándose únicamente en el sentido estricto y literal de la palabra, no así en su esencia e importancia. OK computer y los álbumes de Radiohead que vinieron después, siguen encantando a quien aquí escribe. Cada vez que los escucho, encuentro algo diferente. Algo más. Nunca algo menos. ¿Hasta dónde puede llegar la capacidad de uno de maravillarse? En términos de música, creo que no existe el límite.
Ernesto Campos