Quien hubiese pensado que para George Romero –el padre del zombie moderno- la idea de hacer una secuela de La noche de los muertos vivientes (1968) resultaba ser una misión infructífera. Concebida en 1974 pero alejado de su posición como uno de los cineastas más importantes de su generación gracias al deteste legal de su magna obra, Romero recibiría la ayuda de nada más ni nada menos que Dario Argento, otra leyenda del género por su propia cuenta.
Crítico de cine en un inicio para pasar como guionista de varias películas italianas con directores envidiables entre la que más resalta Sergio Leone, Argento se estrenaría como director de cine por el año de 1970 y así, se volvería un estandarte de un subgénero nacional conocido como giallo al que terminó aderezando con tintes de horror. Fue el propio Argento el que mientras promocionaba Suspiria (1977) conocería a Romero en una cita privada y le imploró hacer una secuela de la película que marcó pauta, y mientras que este comenzaba a laborar un guión con unas vacaciones pagadas, Argento conseguiría el dinero necesario para la secuela de una película que tanto adoraba.
Es decir, que El amanecer de los muertos vivientes es uno de estos casos en donde un fanático y su labor, defienden a un género fílmico y a su vez contribuyen para formar parte de un proyecto devastador para el cine, una película igual de importante que su primera parte y la que le dio el impulso comercial necesario al pobre de Romero a quien recordemos, nunca recibió un centavo de La noche de los muertos vivientes.
Ni Argento ni Romero olvidarían este suceso, porque 12 años después el dúo volvería a participar en otro de los caprichos del italiano. Argento había postulado una grandiosa idea: hacer una serie de antología como lo fueran las grandes series de horror –y problablemente embobado con el éxito de Cuentos de la cripta– adaptando los relatos de Edgar Allan Poe en especiales de televisión, los cuales serían dirigidos por diferentes cineastas dentro del género. El plan original constaba de 4 especiales que se venderían como pilotos de parte de él, Romero, Wes Craven y John Carpenter, de los cuales los dos últimos terminarían abandonando el barco –nunca se ha mencionado el por qué, pero uno puede suponer la dificultad de trabajar de Craven el cual era bastante receloso de manera creativa y en cuanto a Carpenter… bueno lo más probable es que fuera por presupuesto- y el material para televisión se derrumbó, dejando solos a Argento y a Romero, los cuales decidieron mezclar sus episodios en un largometraje, algo no ajeno para Romero quien ya había despuntado dentro de este ingenioso método con Creepshow en 1982.
Dos ojos diabólicos por lo tanto, tiene que analizarse de manera independiente. No son cortos que conecten uno del otro salvo la temática de estar basados en materiales de Edgar Allan Poe, con cada director enraizado en su elección, y en el caso del primero por parte de Romero, un proyecto que destacó por ser uno que escribió sin algún colaborador.
Los hechos dentro del caso del señor Valdemar sigue la línea del relato original, pero esta vez aderezado de un pseudo comentario social de parte de Romero, situación que siempre intentaba plasmar dentro de sus películas pero que en este caso, resulta algo engañoso y que siempre uno ve en las reseñas del filme: más bien Romero diseña una historia tradicional de venganza del más allá, hasta en cierto sentido canibalizando a su propia película de antología con todo y una Adrianne Barbeau en el protagónico como una esposa que recibe su merecido. Barbeau interpreta a una mujer que espera la muerte de su marido mayor, que la mayor parte del tiempo se la pasa bebiendo y pasando tiempo de caridad con su amante que además, resulta ser un especialista que pone en trance al señor Valdemar para que entre en un estado no latente de vida, lo que desemboca en un limbo de la vida y la muerte.
Romero bien pudo analizar esto o ser más picarezco con el tono del proyecto, pero se encuentra apagado. Los hechos dentro del caso del señor Valdemar tiene un tono aletargado en donde no pasa nada realmente, y tiene que pasar media hora para que los efectos paranormales entren a escena adquiriendo un mayor interés por parte de la audiencia pero no lo suficiente como para enfatizar un uso de efectos especiales o un final satisfactorio… el segmento de Romero bien podría pasar como uno de los episodios fallidos pero ahí está sólo para comer tiempo que está a la espera de el de Argento, y quizás esto también sea consecuencia del guión.
El gato negro es tramposo. Si bien adapta el relato del mismo nombre, Argento recibe el apoyo de pluma de Franco Ferrini y de Peter Koper y entre los tres, toman conceptos de otros trabajos de Poe para emplazarlos no tanto dentro de la trama, sino como guiños que forman parte de un mundo grotesco que parece dramatizar los eventos ocurridos como El pozo y el péndulo o Berenice… con todo y un cameo de Tom Savini ataviado como el célebre escritor. El protagonista nunca tiene interacción con estos sucesos más que su propia fascinación macabra considerando su trabajo como fotógrafo… pero uno sólo no puede dejar de pensar en que abandonaron al propio Romero para rellenar de merengue colorido y temático al otro proyecto.
Esto de manera inevitable hace más atractivo a El gato negro porque además está apoyado más por los efectos especiales de Savini… pero en realidad estos son elementos tradicionales para Argento quien para este punto confirmaba su preocupación por los elementos estéticos y temáticos, no tanto narrativos. La película se mueve en una pobre dirección para sus actores, en especial para un pobre Harvey Keitel el cual sólo se la pasa refunfuñando, particularmente en una hilarante escena en donde bajando las escaleras le grita a su esposa quizás más preocupado con lo que va a comer o en su cheque. Eso sí, quien muestra un gran rango actoral de entre todas las cosas, es el gato negro, el cual en conjunto con los efectos de Savini hasta hace que uno tenga que repetir escenas para cerciorarse de que no fuera lastimado, lo cual no pasa, solamente se enoja bastante.
Dos ojos diabólicos formaban parte del declive de sus respectivos realizadores los cuales se encontraban cada vez con dificultades laborales, en especial para Romero quien además se encontraba metido en la complicada producción de La mitad oscura (1993). Fue una participación de ideas potenciales pero que también muestran la modalidad de especial de televisión que los dos directores no supieron expandir en ideas sostenibles ni tampoco en una antología más allá de la obligación contractual. Favores de amigos les dicen.