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domingo, mayo 25, 2025

31 Días de Halloween: La maldición (2004)

Llegando en la oleada de los remakes del horror japonés, la maldición se movió en un limbo sobre lo mismo de las anteriores películas pero con mayor presupuesto y la exotización de japón vista a través de una producción americana.

Creo que ninguna otra película representa el abanderado dentro del horror durante los años dos mil, como El aro (Gore Verbinski, 2002), sobre todo porque es un ejemplo de que el género prestado a una crisis de identidad porque sus directores más notorios de la década de los setentas, ochentas y noventas no se encuentran en las mejores condiciones y con miedo, comienzan a ver que importar ideas de otros países puede resultar benéfico, porque es tratar ideas frescas pero localizadas dentro de los miedos y sentires americanos. El aro tiene mérito propio tratándose de una película inteligente y que sabe tomas los elementos de la obra original sin sentirse un papel tapiz que se regodea en un producto existente y que de hecho -como los mejores remakes- invita a la exploración de la idea original para poner contrapuntos… pero mentiría si dijera que todas las películas posteriores tuvieron el mismo sistema o la misma gente inteligente detrás de cámaras.

Quizás el otro más notorio, se dio con características bastante peculiares, porque la idea de que esto era una apropiación cultural no se hizo esperar entre las discusiones de El aro… por lo que quizás sería buena idea trasladar a los realizadores de estos proyectos, darles una inyectada de presupuesto norteamericano, y de cierta manera apropiarse de ideas bajo el fundamento de una libertad creativa.

Eso por lo menos fue lo que le pasó a Takashi Shimizu, quien había estado trabajando en películas y cortometrajes de horror pensados en formato casero dentro de la saga de películas de Jun On, mismas que llegan a ojos de Sam Raimi. Raimi siendo un dios dentro del horror por ser de esos tipos que con cámara en mano y 20 pesos de presupuesto pero un millón en creatividad construyó una carrera y legado con Evil Dead (1981) y por lo tanto, es un entendido dentro del cine forajido, de ese que a su vez se alimenta con su experiencia y mitificación, por lo que al ver la película de Jun On (2002) que resulta que es la tercera entrega pero bajo influjos de estrenarse en cines tradicionales y queda maravillado a tal grado de que compra los derechos para adaptarla en lengua americana. Esto también va de la mano con que Raimi quiere entrar al juego que aplicó Robert Zemeckis durante los noventas de hacer remakes de películas clásicas con las que creció bajo su casa productora -llamada Dark Castle– y da la casualidad de que La maldición será la primera película dentro de su formalidad como productor y con un plus más, porque decide traer a Shimizu bajo el perfil de dirección.

Eso hace 20 años debió de ser un tema bastante controversial que pasó desapercibido en los costos de producción, pero la realidad de traer un director asiático para que dirigiera películas americanas, nunca había tenido mucho éxito salvo por John Woo (algo que hasta Takeshi Kitano llegaría a sufrir cuando se le promocionó como “una mezcla entre Quentin Tarantino y Jim Carrey” de parte de los Weinstein). El que Shimizu se ponga a dirigir una versión de más presupuesto de su clásico moderno, más que nada lo deja en un terreno semi automático para detractores, pero que honestamente tiene una que otra bondad.

Shimizu a pesar de que sigue su guión original, este termina readaptado por parte de Stephen Susco -un tipo que hizo carrera durante esa década en medio de películas habituadas en jumpscares baratos y remakes- y el cual, termina condensando de manera más efectiva el trazo de tiempos sin cronología de la primera película. Tendría su encanto barato y confuso, pero aquí en La maldición se siente más estable salvo uno que otro momento revelatorio que por razones desconocidas termina dividido sin justificación, volviéndo a flashbacks cuando la información necesaria ya ha sido expuesta y termina siendo más un acto de completar lo de la anterior.

Susco también de forma controversial y eso sí prestado a debatirse en intenciones, limita lo que Shimizu dice de su película, porque los personajes americanos tienen mayor énfasis y los japoneses, al igual que usos y costumbres de su país, terminan rezagados en un aire místico y de turismo que puede llegar a ser de mal gusto. Rara vez interactúan o tiene algo qué decir dentro de la exotización de sus personas y particularmente por razonamientos misóginos en donde ahora el espíritu en agonía era una acosadora japonesa lamentándose un triángulo romántico o del cómo los protagonistas ven con cariño actividades referentes al duelo, en vez de eso y muy seguido, no deja de remarcar la extrañeza de Japón quizás muy similar e inspirado en lo que aparece dentro de esta vacilación del país por parte de Sofía Coppola y su Perdidos en Tokio (2003) dejando momentos ridículos como gente que abre sopas instantáneas para saber a qué huelen (como si Estados Unidos no tuviera alimentos de harina similares). La realidad es que Shimizu no es precisamente el director más apto para este tipo de ideas y entre la división del lenguaje confía plenamente en lo que haga Sarah Michelle Gellar y compañía, porque suele estar más fascinado con la construcción en tensión y sus espectros.

Que en este aspecto La maldición obviamente también cuenta con el levantón de presupuesto.

Kayako y Toshio a diferencia de la original tienen aspectos más grotescos, particularmente en la madre sus movimientos son más extravagantes y aprovechando también una atmósfera construida por Hideo Yamamoto quien filma la casa con constantes espacios en tinieblas por donde nuestra mente nos hace pensar que el espectro se mantiene ahí gracias a unos efectivos jumpscares y… en quizás el mejor aspecto del filme: su score atonal de parte de Christopher Young, quizás uno junto a Marco Beltrami de los expertos en terrenos del horror y quien, negado a aplicar condescendencia tradicional del país en su sonido como si fuera un cliché, termina construyendo un score aterrador en donde es difícil encontrar un tono o temas, pero vendiéndonos mejor la impresión de una furia espectral que no se detiene a contemplar los actos de sus víctimas.

Finalmente La maldición no es la aberrante cosa que todo mundo expresa desde hace 20 años de existir porque resulta efectiva, pero bajo las condiciones underground de su primera y Shimizu -quien se sentiría más a gusto dirigiendo ese mismo año Marebito– se siente como una especie de traición al género, el cual demostrando que se podía hacer una especie de implementación inconexa entre americanos y sus películas -en algo que curiosamente en estos años Hollywood intenta aplicar en producciones americanas a las que ligan con actores asiáticos esperando llegar a esos mercados, en especial el chino- uno puede preferir la bajeza de presupuesto y encanto de material maldito como lo fueran las primeras, o la escalada de mayor presupuesto pero que al no tener identidad profesa lo mismo dejando a entender la aversión de los gringos, a leer subtítulos y de querer implementar moral y modalidad al cine que no es expresamente suyo.

 

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