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martes, abril 16, 2024

31 Días de Halloween: Misery (1990)

La prosa de Stephen King funciona porque además de presentar obras que pululan de horror y que adentran al lector en un mundo en donde conocemos los pensamientos más profundos –y habitualmente incómodos- de los protagonistas, también tiene una función reaccionaria, en especial con respecto a su oficio y lo que ocasionalmente representa.

Uno de los momentos más reflexivos y catárticos –sin tomar en cuenta la vez en la que casi muere a causa de un automóvil y este terminaría siendo un villano dentro de una de sus novelas- pasaría con una trilogía temática dentro de su posición como literario, la cual comenzó en 1987 Misery. Previo a la novela King había intentado experimentar con sus textos apropiados al nombre de otro autor ficticio con el nombre de Richard Bachman que le permitían una mayor libertad temática que no podía desarrollar a gusto con el peso que tiene llamarse precisamente Stephen King, esto a la par de la pésima recepción de parte de sus fanáticos incondicionales que reclamaban el hecho de que King gastara tiempo y recursos en Los ojos del dragón de 1984, una novela que contempló para un público juvenil y del género fantástico… pero que no podía hacer, porque te llamas Stephen King y tu deber es hacer horror hasta la eternidad.

De ahí que Misery tuviera un aura en un sentido vengativa, cosa que le valió crédito entre la crítica cuando la novela ganaba el Bram Stoker al material del año, y de ahí en adelante un pitazo para que Hollywood -en su inacable relación con las obras del autor- quisiera adaptar el libro más vendido de 1987 a la pantalla grande, cosa que afortunadamente podemos decir que resultó en una de sus mejores adaptaciones.

Paul Sheldon (James Caan) es un escritor consumado y exitoso, en particular por su franquicia romántica de época sobre Misery, una mujer que sufre innumerables tragedias que hasta parece concebir en fastidio a lo que representa, porque Misery no le deja en paz. La película inicia de manera bastante curiosa porque Paul lleva un ritual que frecuenta al término de un libro: se prepara una copa, un cigarro, y guarda su texto en un maletín viejo. Estas preparaciones de gozo son también pertenecientes a una revelación macabra y victoriosa dentro de su cabeza, porque Sheldon acaba de matar a Misery. Tras celebrar el acto y presentarlo con su editora, Paul viaja de regreso a su hogar por Silver Creek en Colorado con un clima lo suficientemente peligroso como para hacer que Paul termine estrellándose y dado por muerto… hasta que despierta.

Sheldon es salvado de último momento por Annie Wilkes (Kathy Bates), una mujer que vive en una cómoda cabaña alejada de la sociedad, y que da la suerte de que es una enfermera que atiende las heridas de Sheldon que lo dejan incapacitado para caminar… también da la suerte de que Annie sea la fanática número 1. de Paul y de Misery, algo que en un inicio el autor agradece dejando que Annie sea la primera persona pública en leer sus nuevos materiales, situación que va dejando a Paul asombrado, porque Annie poco a poco revela no ser precisamente la mujer noble y graciosa que parece, mucho menos cuando esta una noche llega encolerizada al cuarto de Paul y le reclama de la muerte de su más grande amor, de Misery.

Misery es una gran película, y una de las mejores adaptaciones de una novela de King sino es que la mejor. William Goldman traduce de manera perfecta los temas sobre el cansancio autoral y la relación entre fanáticos y obras que producen una toxicidad peligrosa para la habitualidad de un pobre diablo que sólo excreta libros, pero de manera atinada Goldman produce ciertos cambios que aportan de manera positiva al producto final; en primera es más contenido con Annie, la cual dibuja en esta noción de perfeccionismo salido de una postal clásica de vida rural de Norteamérica y como tal, un lenguaje y modalidad extremadamente falsos y fuera de noción de acuerdo con su tiempo… porque al final de cuentas Annie vive en una fantasía en donde ella prevalece como la heroína de su propia historia, heroína pulcra que sufre por los hombres, de manera bastante curiosa intentado plasmar un personaje que si fuera verdad parecería como bosquejo de Dolores Claiborne, personaje del mismo autor e interpretada por la misma actriz unos años después en su adaptación a la pantalla grande.

Annie explota de manera subversiva, no lo esperas y siempre con ese intento de seguir agarrada de este razonamiento obsesivo por demostrar ser la santa del cuento, de ahí que su destino sea más contenido pero más satisfactorio en términos de violencia, particularmente en la escena más popular a la que Goldman despoja de la visceralidad del libro y propone una secuencia mucho más morbosa, labor que también recae en la forma de trazar de Rob Reiner, a quien nos deja con más dolor de lo que se pueda ver por confiar en demasía en el rostro de dolor de James Caan y en el diseño sonoro.

Es precisamente la dirección de Reiner lo que también eleva a Misery dentro de todas las adaptaciones de King. Es contenida en extremo, económica porque sólo nos dedicamos a ver la relación de dos protagonistas a la par de un sheriff –interpretado por Richard Farmsworth– que sirve como un desahogo emocional y humorístico frente a la trama principal: si Paul sufre por los ataques psicológicos de su captora, el sherrif Buster piensa que para entender la desaparición de Paul –que de por sí considera misteriosa- es leer sus novelas, y de paso omitir las insinuaciones sexuales de su esposa y asistente.

Misery es un viaje aterrador porque la sensación de paranoia y opciones se abren a la audiencia de una forma palpable que no parece sacada de un libro fantasioso o que confabula una visión imposible, al contrario: la realidad en la que se propone es una más escabrosa y por primera y única ocasión, nos hace entender la pesadilla de King y de otros sujetos como él, quienes se imaginan en cada firma de libros o cada que intentan estar en paz como seres humanos que los monstruos que se esconden en las apariencias más inadvertibles, puedan llegar a dar el primer paso a una serie de trofeos personales que no desearías ni a tu peor enemigo.

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