Reptilicus responde la famosa duda milenaria que todos tenemos: ¿Por qué los daneses no hicieron más películas de monstruos gigantes?
Es muy curioso saber que Toho le puso final a la serie de películas de Godzilla a partir de su segunda entrega. Entre que el monstruo no funcionaba en audiencias locales, la falta de dirección de Ishiro Honda y quizás por lo ofensivo que representaba poner a un monstruo alegoría del horror nuclear en otra película desprovisto de esta conciencia social y simplemente agarrarse a golpes con otra creatura gigante, Godzilla contraataca () – o mejor conocida como Gigantis el monstruo de fuego– termina con el monstruo enterrado en una avalancha ártica que lo dejaría en pausa, quizás porque el mundo no estaba preparado para su involución temática.
Lo que Japón no contaba era que Godzilla formaría parte de una pieza central de dominó determinante dentro del género kaiju, ya que si películas como La bestia de los tiempos remotos (1953) de Eugène Lorié presentaban un panorama rentable para este subgénero -antecediendo a Godzilla por un año de diferencia- la “bastardización” local de Godzilla a través de Godzilla: el rey de los monstruos de 1956 reducía el impacto local del filme para trasladarlo a un punto de vista norteamericano a través del personaje de Steve Martin, interpretado por Raymond Burr. Godzilla perdía su permeabilidad crítica para dar paso a lo que mucha gente pensó por años lo que era: una tonta película de monstruos gigantes… y eso fue bueno para el personaje.
De pronto con Godzilla: el rey de los monstruos, las producciones se dispararon al doble, con incluso Toho intentando suerte a través de otros monstruos gigantes más enfocados a un público infantil como fueran Rodan y Mothra. Precisamente Mothra forma parte de un momento cumbre de 1961, en donde el género estaba más vivo que nunca y el estudio japonés se estaba animando a traer a la vida al personaje icónico en un encuentro de titanes, pero esa historia es para otro día.
Enfocándonos en 1961, Mothra de Ishiro Honda tiene su estreno formal y compite con otra producción de Eugène Lorié quien era apoyado por una producción multinacional en la inglesa Gorgo, y a este encuentro de percepciones internacionales, se le suma una producción se le suma por extraño que parezca, una producción danesa, la única en su tipo.
Reptilicus fue una producción de Sidney W. Pink. Pink fue uno de esos productores del medio nómadas, trasladándose a donde hubiese oportunidades de conseguir dinero con películas particularmente mundanas. Para 1960 las modalidades de Pink lo llevan hacia Dinamarca en donde forma pareja al lado de Peer Guldbrandsen, ahora… el hecho de que Guldbrandsen y Pink formaran un dúo pues tampoco es coincidental, puesto que la industria danesa posterior al conflicto bélico de la Segunda guerra mundial abandonaba las temáticas complejas y maduras, y buscaban darle un enfoque atractivo a la industria, la cual generaba comedias por montón. Filmar en Dinamarca -al igual que en varios paises bajos de Europa- además presentaba un atractivo en cuanto a producciones porque brindaban fomentos económicos además de licencias libres de impuestos… y si Pink estuvo viendo el ascenso del kaiju y del cómo este atraía a niños a las salas de cine, ya era hora de que Dinamarca tuviera al lado de Hans Christian Andersen, Soren Kierkegaard y Larsh Ulrich, su Reptilicus.
Cosa que pasó sólo una vez en la historia de la industria.
Reptilicus es una de esas legendarias malas películas a las que si estás interesado en el género de los monstruos gigantes, vas a llegar a escuchar con infamia, y es que no miente esta leyenda del mal cine: es pésima; incluso superando barreras de la comprensión de la que no creo poder hacerle justicia en descripciones e imágenes: es atroz. Esta condición de horror cósmico que cuesta explicar su condición es en gran parte a que Reptilicus es un tutorial de cómo se pensaba que las películas de monstruos gigantes se hacían y funcionaban, pero en resultados negativos.
Si nos enfocamos al epónimo Reptilicus, este es una marioneta bastante burda a la que los realizadores no intentan plasmar con vida, casi casi como si tuvieran a una lagartija muerta con hilos que resulta patética en su andar, (aunque si nos ponemos serios este patetismo es algo que el propio Godzilla tendría en Shin Godzilla () con resultados soberbios) sobre todo porque se la pasa tropezándose y vomitando un veneno verde colorido sin mucha efectividad. El gran problema es que, si Reptilicus se ve mal, los realizadores hacen que este deambule en muchas escenas desdibujando la condición de verosimilitud del monstruo para las audiencias que capta su barata concepción, encima de que no es un monstruo atractivo y todo el tiempo sufre embates con el ejército que lo dejan extremadamente vulnerable.

Si el monstruo no funciona, mucho menos van a funcionar los humanos que son el eslabón que estas películas siempre dejan de lado… y aquí, es donde Reptilicus asciende de ser una película tediosa, a una legendariamente mala porque sus humanos rescatan este filme, a la vez que confirman la bajeza de su calidad. Esta es una producción danesa, y se filmó con actores daneses hablando su idioma natal, pero de alguna forma para adaptarlo a mercados internacionales Reptilicus volvió a filmar escenas con actores intentando hablar un idioma que no es el natal y del que no tenían mucha experiencia, y este audio ni siquiera termina siendo el final, porque tienen una capa de doblaje.
Esto genera una experiencia muy curiosa porque los protagonistas poseen una rigidez corporal y emotiva que se acentúa con un desinterés postulado en las voces que no parecen tener un efecto sobre la concepción de que un monstruo azota sus poblados, y si llegaran a hacerlo tampoco tienen peso porque existe esta inconexión entre lo que se dice y lo que el personaje expresa en su actuar.

No hay muchas cosas como esta, en donde este revoltijo para sacar provecho de un género constituye una de las peores películas del género, pero quizás en el humor adecuado esta se vuelva una película de la que uno puede burlarse de manera frecuente, aunque también por momentos esto se vuelve muy complicado por la inutilidad de Guldbrandsen y Pink -el primero director de la versión original y el segundo que funge como productor y director de la aberración final- quienes hacen que la película y su rubio protagonista tengan un tour guiado hacia las maravillas de Dinarmarca que nunca van a tener impacto con el monstruo -que parece que sólo ataca espacios baldíos la primera gran parte del filme- y, que obtuvieron favores de parte de los militares locales los cuales sí derrochan de poder armamentista atacando a un monstruo, que nunca se ve.
Reptilicus no es precisamente la más divertida de todas las malas películas pero es una curiosidad de parte de un país que no tenía experiencia respecto a un género del que quiso incursionar sólo una vez, por lo que si uno tiene qué sufrir la dicha de presenciarla, quizás bajo el entorno de Mistery Science Theather 3000 sea la opción más óptima, es decir: cervezas, juegos para beber, y amigos: qué mejor forma de iniciar la temporada de Halloween que confirmando el poder de la embriaguez social.