Fotografías cortesía del Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña.
Con un aspecto visual igual de imponente que sus interpretaciones, Aida de verdi en el bicentenario es la mejor puesta de ópera que ha tenido en años.
Aida de Giusseppe Verdi, es un clásico dentro del repertorio del compositor italiano y una de sus óperas más añoradas. Construida bajo un entorno histórico bastante curioso siendo un encargo de Isma’il Pasha -el Jedive de Egipto– a Verdi por considerarlo el compositor más exitoso del mundo de la ópera y con miras a estrenarse en el recién construido salón de ópera de El Cairo, el italiano tuvo sus reservas pero accedería a pesar de las dificultades presentes en trasladar indumentaria y escenografía al país lejano… algo así como el cruce de Aníbal con sus elefantes por Los Alpes.
Al final de todo, con problemáticas trazadas en el aspecto también geopolítico de por finales de los 1800, Aida se prestó para dos formulaciones temáticas: encima de su entorno de encargo y producción teatral dentro de Egipto, también es que Verdi y Auguste Mariette aprovecharon la fiebre que representaba las relaciones europeas con este país y sus vínculos culturales y de conquista, algo que culminaría no tan alejado del tiempo con la guerra Anglo Egipcia de 1892. Y ante todo Verdi en su habitual postulado burlón y crítico dentro de sus obras, presenta en Aida una historia que en medio de los trazos ceremoniales y majestuosos y un triángulo de amor -eso sí, y a reservas controversiales personales, no muy bien desarrollado- lo que importa en Aida es su protagonista: sin amor, sin rumbo, sin nación, en una perpleja condena de identidad de la que tiene que tomar rumbo frente a las circunstancias que enfrentan los pueblos que supone le acogen, más nunca dejan de escupirle su tragedia:
Que es una ofensa ante los ojos de cualquier bando.
Aida es un clásico y es la primera gran apuesta que El teatro del Bicentenario propone para este 2023 aprovechando también los 120 años de la llegada de la ópera al estado en el teatro Juárez de la capital… y en donde precisamente Aida engalanaba el escenario. Hay que recalcar que esta Aida no es una presentación énteramente desarrollada y planificada en el estado. Al igual que su historia creacionista, esta producción de Aida se trata de una multitud de esfuerzos de diversos organismos culturales nacionales e internacionales entre los que se encuentran la Sociedad Artística Sianloense y la Ópera de San Diego, todo en un esfuerzo que parece plantear una alternativa a la siempre incómoda cuestion del centralismo cultural. Es decir: Guanajuato construyendo puentes de colaboración sin esperar a que productos y derivados que surgen de la capital
Esto de inmediato se presiente en Aida; las anteriores producciones de ópera dentro de las instalaciones habían dependido bastante del recurso de proyecciones que no logran convencer del todo, porque la construcción y aspecto físico de los escenarios siempre va a resulta mucho más potente y evocativo. Los diseños de Michael Yeargan supervisados en el teatro por Emilio Zurita enmarcan al escenario con unos pilares que, apoyados también por la fantástica iluminación de Rafael Mendoza lo que terminan haciendo es un efecto de profundidad perfecto, sea con esculturas que sabemos que son construcciones en dos dimensiones que adquieren matices inmensos o de lograr un balance entre las secuencias nocturnas y del alba con el uso de fuego real.
Incluso hay un momento por el tercer acto en donde la audiencia es testigo del movimiento dentro del escenario que se termina construyendo frente a sus ojos y resulta de lo más sorpresivo.
Eso sin dejar de mencionar el trabajo de Víctor Ruiz en las coreografías y que le dan el sinónimo de épica a la obra en particular durante las secuencias ceremoniales.
A nivel interpretativo, Aida fue acrecentándose. Radamés interpretado por Andeka Gorrotxategi, fue noble y ciego en su amor hacia Aida y el tenor interpretó en un tono claro sin problema alguno y dando identidad frente a otras voces masculinas del elenco, sólamente en una ocasión Andeka casi atropelló un agudo que interpretó, pero no fue un error que ocurriese durante el resto de la obra.
La mezzosoprano Rosa Muñoz como Amneris fue el estelar de la noche por presentarse en un personaje detestable y orgulloso que ataca por su inefectividad frente a Radamés y que intuye el amor de este ante Aida, su Amneris era violenta y déspota, para pasar a tener una angustia frente al destino de su amado con un dolor interno que si bien en la puesta en escena es algo extraño -considerando que los amantes quedan enterrados en un sepulcro debajo de la posición de una desconsolada Amneris y que en esta ocasión, el posicionamiento parecía más intuiir algo menos literal- verla agonizar frente a los juicios sacerdotales fue uno de los mejores momentos de la noche.
La que de verdad fue una sorpresa fue la pequeña interpretación de Laura Leyva como la sacerdotisa, un papel menor que sólo aparece en una escena, pero la soprano además de bailar y de entregar la espada para derrotar a los etiópes, lograba dar una seducción a través de su voz serpentina.
Extrañamente María Katzarava, fue ausente como Aída; su nivel vocal fue perfecto, sobre todo en momentos en donde por su posición el diafragma debería presentar problemas a la hora de cantar pero jamás fue inpedimento, el problema se encontraba en que Katzarava se encontraba demasiado rígida y tímida en su lenguaje corporal, algo bastante notorio en sus escenas finales, pero eso no fue impedimento de su calidad vocal que vendió al público O patria mía.
Al final de cuentas Aida es un espectáculo a la par de las necesidades y capacidades dentro del recinto operístico del estado, uno el cual no se había sentido tan pulido en años, y eso es siempre agradable de presenciar. La vara queda alta en cuanto a representaciones en este año.