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jueves, abril 18, 2024

Ana y Bruno (2018)

Desde hace 10 años sé del proyecto de Ana y Bruno. Si me traslado al 2008 para en ese entonces soy un asiduo lector de revistas de cine y gran parte de mi dinero se iba en comprar Cinemanía y Cinepremiere. Precisamente en un dossier especial sobre cine mexicano -ad hoc con las fechas de ahora- de Cinemanía, aparecía por primera vez el nombre de Ana –título de ese entonces- por Carlos Carrera, el director famoso en obtener una nominación por mejor película extranjera en el año 2003 por El Crimen del padre Amaro. La gente no suele recordarlo, pero Carrera tiene logros en el campo de la animación. Su cortometraje “El Héroe” de 1994 obtuvo la Palma de Oro en la categoría de cortometraje, causando hito porque se volvería el primer mexicano en obtener el premio de la categoría y el único mexicano en hacerlo por un corto animado.

Recuerdo muy bien haber visto el cortometraje por las madrugadas
en las que mi papá me levantaba para ir a la escuela.

 

Con El Héroe, Carlos Carrera dio muestra de que a pesar de haber estudiado la carrera de dirección en el CCC, su fascinación se encontraba en el campo animado, después de todo, gracias a su corto entendió de las libertades que le ofrecía el campo respecto a las limitantes de grabar en la vida real. Algo de esa efusividad se volvió necedad y buscó a como dé lugar, hacer un largometraje animado en nuestro país.

La historia es variada, llena de datos medio falsos –como todos esos que involucran a Guillermo del Toro– pero si podemos definir algo, es que Carrera se encontró con topes dentro de su proyecto, monetarios, y de ideas que no pensaba cambiar dentro de su película. Es 2018, la película lleva 13 años en desarrollo, convenios de patrocinios inigualables y una producción de 104 millones de pesos, que le posiciona como la película más cara de nuestro país.

Y debo decir con honestidad, que a pesar del titánico esfuerzo de Carrera y su equipo, no conecté con Ana y Bruno.

Hablemos del elefante en el cuarto, porque Ana y Bruno se ve vieja. Aceptemos la noción de que la animación en México, y sobre todo la de computadora, está en una escala muy por debajo de las animaciones europeas o a las que nos tiene acostumbrados Estados Unidos, eso y que el uso de computadoras para animar en tercera dimensión tiene un deterioro más perceptible en cuanto a visuales se refiere porque siempre está en constante lucha de los alcances más grandes de la tecnología, algo que es más difícil de percibir con la animación en 2D. Entender esto nos permite ver la película como un documento interesante que muestra el progreso del campo de animación en el país y del batallar de Carlos Carrera, sobre todo porque se pueden percibir al menos tres etapas de calidad en la animación, pasando del demo reel, hasta momentos en donde genera una atmósfera bien lograda.

Hay una idea de lo que quiere plasmar Carrera y que de seguro entró en discusiones con su equipo de producción y productores, porque la trama da un tratamiento sobre los asilos mentales de los años cuarenta –época en donde se desarrolla la película- y en donde se establece que las normas respecto al tratamiento de los pacientes no eran las más óptimas, y eso no es un problema que los niños no puedan entender o que los espante, porque Carrera entiende que las películas infantiles pueden espantarte o tener temas que no siempre ves en medios tradicionales o que tus padres no te preguntan, y también establece la relación de los demonios que uno suele cargar y que mal asociamos con malestares mentales en uno que otro momento enternecedor.

Por desgracia, no tenemos momentos para que Ana desarrolle su lazo familiar, o del peso de las situaciones que vive, porque tenemos el infortunio de contar con un gran número de personajes “ficticios” insoportables. Aquí es donde el diseño de personajes de Carlos Carrera no cuadra respecto al de los humanos, deformados pero muy a su estilo, mientras que los amigos de Ana resultan sacados de otro proyecto flojo y encima de eso insoportables. Nunca establecen una relación satisfactoria con Ana, la persiguen con ruidos exagerados y humor –literal- de inodoro… encima de un chiste sobre masturbación, sus movimientos exagerados dejan ver las limitantes de la tecnología del proyecto, y nunca terminan por definir qué son, o qué pueden hacer dentro del universo.

¿Pueden interactuar con los humanos o no?

Ana y Bruno se está dejando llevar por el chantaje nacional, de apoyar al cine mexicano por apoyarlo, en este caso concedo que la situación es complicada. Hacer animación en el país es casi imposible, mucho menos una que tenga visión de autor, y la defensa respecto a apoyar al proyecto por la animación en el país es algo que desgraciadamente escucho con cada película de animación que llega a nuestras salas. Prefiero ser honesto y no gastarme en halagos que no percibí en una película con limitantes dentro de su guión que afecta más que sus limitantes presupuestales.

Ana y Bruno apunta para ser una película de leyenda como Richard Williams y su “El ladrón y el zapatero” (pendiente de estreno hasta nuestras fechas), desgraciadamente entra más en el terreno de Lawrence Kassanoff y su Foodfight! (2012).

Por cierto, el tráiler vende una película infinitamente peor a lo que es:

 

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