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viernes, abril 26, 2024

Annie Hall, o la película que le ganó a Star Wars a mejor película

 

Hace unos días dentro de mis contactos en Facebook surgió una discusión bastante peculiar. Sí… sé que no es la manera adecuada de comenzar una reseña, pero esperen un poco.

La comenzó un conocido. No puedo decir que es un amigo aunque el título surge en automático cuando agregas a una persona en esta red social (me siento anciano explicando cómo funciona Facebook, me detendré ahora), más bien como un némesis de cariño porque tenemos tanto en común y las circunstancias de la vida nos formaron a odiarnos aunque este sentimiento sea nulo. Está pasando por una situación complicada en lo que conforma el espectro de su vida y exclamó a los cuatro vientos lo siguiente:

Todos, absolutamente todos, terminamos con la persona equivocada, todo porque al final no nos conocemos. Vamos a llenar ese vacío que tenemos porque tenemos miedo, y es la manera en la que normalmente se interpreta esto en la sociedad: ser soltero.

Esto armó una serie de anotaciones por parte de gente que rechazaba la noción, otras que lo corregían con un tono que iba desde lo poético –nivel el sujeto que quiere acostarse con lo que tenga vida y le dedica unas líneas sorprendentes- hasta la autoayuda. No es como si fuese un inexperto y es totalmente cierto que es su visión del mundo, pero en vez de reclamar, aconsejar o mencionar una situación… pues yo soy yo, y no dejaba de pensar que esta mentalidad se amoldaba con la idea de que Annie Hall el día siguiente cumplía 20 años.

Alvy Singer (Woody Allen) es, un tipo raro. Consumido en sus miedos e inseguridades, decide desde muy joven que se dedicará a la comedia, y eso fue hace mucho tiempo, porque Alvy, a los 40, sigue buscando ese sueño, de crear su rutina y no la de los demás. Pero Alvy tiene un problema, acaba de terminar con Annie Hall (Diane Keaton).

Es a través de la película en el que vemos el génesis de la relación y las razones por las que ya no están juntos… y eso es todo.

 

Es obvio que con el paso del tiempo, el año de 1977 está plagado de una división: de aquellos que claman por el lado de Annie Hall, y de aquellos que claman por el lado de Star Wars (George Lucas). Esto ha generado debates intensos, porque a vista sencilla y de un público moderno, la obra de Woody Allen. La película de un neurótico perdedor de la vida le ganó a la ópera espacial por excelencia… y por un tiempo también consideraba esto como una desgracia.

Porque sí, no puedo negar que el impacto de Star Wars es más notorio y uno que todavía respiramos y adoramos, y porque antes no entendía el gusto por Allen.

Me explico, antes de que levanten los trinches y antorchas.

Annie Hall fue la primera película que vi de él como director, anteriormente a él lo reconocía como el villano de la primera versión de Casino Royale (1967), una película de Bond que el tiempo ha hecho muy bien en borrar y, por supuesto, con mi madre en la incómoda escena del orgasmatrón en El Dormilón (1973).

Fue en mis estudios sobre cine que era inevitable el llegar a la obra de Allen y encontré en Annie Hall una película que con toda honestidad, encontré tediosa, para después volverla a ver en una etapa adulta y por primera vez disfrutarla.

Encuentro en ella elementos que me hacen constatar que si bien su impacto no es del tamaño de un asteroide como la saga espacial por excelencia, son sutiles y mejor realizados.

Porque en el fondo Annie Hall es un estudio de personajes, de relaciones, del por qué erramos. Quizás el más grande de todos, y una comedia exquisita.

Allen y Marshal Brickman –a quien solemos olvidar como co-guionista de Allen en varias ocasiones- plantean el cruento desarrollo de una relación que condenada al fracaso tiene tintes de posibilidad, y es que nos encariñamos con los dos personajes. Alvy es un sujeto paranoide, que no puede estar quieto y que cuya mayor desgracia es percibir todo con humor, es cruento e incluso da la idea de no soportarse; es esta mentalidad la que lo lleva a consecuencias con Annie, quien comienza a ser una figura angelical para el comediante para después terminar repudiando su actitud y de vuelta a tener un interés en ella.

Esto se logra porque de manera textual, y en pantalla, Woody Allen y Diane Keaton se complementan.

La figura temerosa de Allen es contraste con Keaton porque también ella permea a su personaje de su espíritu, uno más relajado, sin complicaciones, quizás torpe pero soñador, de una sexualidad muy perceptible –y eso que en ningún momento se le ve desnuda- con su vestuario tan original y que empodera.

Quiero decir… si hablamos de impacto en nuestra sociedad, la ropa de Annie es una que desde los años 70 es sinónimo de cool y que se usa en la vida real.

Uno llora, uno ríe, uno siente amenaza cuando hay un tercero en la vida de los demás, logra que sintamos desarrollo en el amor, y que cuando sucede un momento trágico o de egoísmo, entendamos, haciendo de Annie Hall la más sobresaliente historia romántica en el mundo del cine.

Pero también demuestra la madurez de Allen en el punto que la necesitaba. No es que sus comedias pasadas fuesen malas pero carecían en buena medida del Allen que dejaba de sonar como una sucesión de chistes y más como uno complejo. Gran parte de este éxito de nuevo radica en su génesis: el guión, y es que la dupla creo uno inteligente en donde la cuarta pared se rompe, en donde leemos los pensamientos uno del otro, en donde vemos comparativas, en donde el tiempo no tiene sentido y en donde lo que se nos presenta es una fantasía producto del amor… y en el mayor tiempo de la neurosis de su personaje principal.

Terminas riendo del complejo de inferioridad judía de Alvy y su necesidad de ver un documental de 4 horas.

 

Y eso me impactó la segunda vez que la vi. Annie Hall es agresiva, no se tienta para mostrar un final feliz y es probable que los personajes no hayan cambiado en el fondo, pero es que así somos. Detrás del humor y espejismo para escapar se encuentra una película que habla desde el fondo del corazón y nos muestra como errores, que seguimos frecuentando estos baches porque nos confundimos pero de lo que no podemos negarnos porque al final de cuentas es crecer.

Hay amores que pasan desapercibidos, noches de sexo ardiente, pero de vez en cuando llega una Annie Hall a la vida de las personas, que hace reevaluarnos, pensar en qué somos y si de verdad podemos ofrecer algo de valía a una persona que mueve nuestro mundo.

Somos equívocos por naturaleza querido amigo, pero por el amor de Dios… lo intentamos.

Felices 40 años Annie Hall.

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