Durante estos 17 años del siglo XXI, la nación mexicana existe formalmente gracia a la presencia de una sociedad que resiste a desaparecer, de aquí la agitación e inestabilidad política a las tentaciones de poder de una vieja estructura administrativa, de una clase política que no acepta los cambios que necesita el país.
Los administradores públicos empresariales que ocupan posiciones en el gobierno tienen oídos sordos a los reclamos sociales y como grupo manifiestan sus divergencias en conflictos parlamentarios tanto en el nivel nacional como en las entidades, demostrando que son obstáculo para la unidad nacional.
Esto explica la aparente falta de claridad política y se crea un escenario de sucesión presidencial irracional, con bandazos en la tentación de poder. Por lo mismo, existe inestabilidad política por pugnas internas, no saben qué hacer con el Estado porque no son estadistas, solo gobernantes, solo administradores con formación empresarial.
Entonces, existe un proyecto nacional diverso de la élite empresarial heredera y la política que lucha por el bienestar común, los dueños del poder no son los administradores del Estado, sino el pueblo que no ejerce el control hegemónico; por lo que la lucha se polariza entre dos proyectos que ocasionan enfrentamientos ideológicos e intentan transformarse en programas políticos, en acciones y luchas concretas.
¡Increíble! El gobierno federal desvía recursos públicos destinados a la educación y a la salud para aumentar el subsidio a la iniciativa privada a través de sus fundaciones filantrópicas empresariales y eclesiásticas.
El clientelismo y el corporativismo, la vieja cultura política, se trasladó al gremio empresarial, apoyados por las instituciones del Estado, que con financiamiento ilegal se mueve en los terrenos de la ilegalidad y de la ilegitimidad.
Por ello, se afirma en el exterior, desde hace años atrás que México es uno de los países más atractivos para el lavado de dinero, los jefes del Poder Ejecutivo tienen baja popularidad por corruptos y los empresarios no beneficiados manifiestan su inconformidad por la manera de dirigir el país.
De igual manera, los partidos tienen grupúsculos que sólo destilan odio y no contribuyen a la democracia, sólo a sus intereses mezquinos. Esto obliga a la mercadotecnia electoral, el florecimiento de la inseguridad, la impunidad y la narcopolítica.
La forma de gobernar es el desarrollo del narcotráfico, represión a críticos y a los líderes de movimiento sociales y violación a los derechos humanos y políticos.
Recordemos, en el año 2000, hace 16 años, Vicente Fox fue acusado por lavado de dinero y por recibir financiamiento proveniente del extranjero, Estado Unidos y Bélgica, en la campaña presidencial, de ahí, la mayor dependencia que tenemos al gobierno norteamericano y a las empresas transnacionales que se llevan los recursos naturales.
Son múltiples las tentaciones que existen en poseer el poder político, al grado de que están utilizando a los partidos para realizar actos ilícitos, estos no se llaman políticos sino delincuentes dedicados a la política y asesinos de la democracia. ¿No existen leyes para castigarlos?
Porque están atentando contra las instituciones y la estabilidad política del país; están atentando contra las instituciones de interés público que son los partidos, dañan el Estado de Derecho y la dignidad de los mexicanos.
Maldad y perversidad, juntos, solo está en el corazón y en la mente de delincuentes.
Por lo mismo, el demagogo no quiere la derrota de su adversario, sino su exterminio. El demagogo aparenta ser el poseedor exclusivo de la verdad y todos los que no opinan como él, no solamente están en un error, sino que son enemigos y traidores.
Las tentaciones del poder transforman en tirano aún a los más devotos de la libertad. El ejercicio del poder produce un cambio en el carácter y exacerba el temperamento. El entusiasmo se hace hipócrita.
Al renunciar al idealismo, se hacen oportunistas, escépticos y egoístas, cuyos actos no tienen más guía que el frío cálculo. En suma, se hicieron políticos y líderes por ambición y utilizan a las masas como un instrumento para alcanzar la satisfacción de sus propias ambiciones personales.
Así, entendemos la miseria política en que vivimos, acompañada de pobreza moral e injusticia: la mediocridad o demagogia que nos rodea. Nada que ver con las nociones de política y de buen gobierno que nos enseñan los libros de texto y los grandes líderes políticos. Pero, ¿acaso la sociedad está libre de culpa? Examinemos nuestra conducta diaria.
Construyamos una cultura política que se asiente en la ética y que no la ignore y aplaste.
Nadie puede negar que la corrupción ya es intolerable, minando la confianza y la honestidad, rompe las barreras de credibilidad y responsabilidad que nos lleva a la ingobernabilidad. Camino que nos lleva a extraviar el rumbo de la Nación.
Entonces, estamos en peligro por el exceso de poder que existe, corrupción, inseguridad, impunidad e incapacidad política para encontrar soluciones a los problemas del país, los grupos gobernantes ya no pueden presumir que sean incorruptos y democráticos, al contrario, ya crearon desesperanza y desconfianza; más, cuando los organismos financieros internacionales están presionando para que exista mayores impuestos, la entrega de nuestros recursos naturales, como es la industria petrolera y la industria eléctrica, vender materia prima barata y comprar productos refinados caros, como la gasolina.
Por lo tanto, no es creíble que exista un crecimiento económico, porque tenemos un año político difícil, porque existe un ambiente extraño que provoca la división entre los mexicanos, sólo el escándalo, rayando en los límites de la ilegalidad.
Por consiguiente, los conflictos entre los equipos políticos ya son intolerables, que conviene sólo a los grupos políticos y financieros para vender al país al mejor postor.
*Octavio Aristeo López es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.
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