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viernes, marzo 29, 2024

Capítulo 2.- Arqueología de alta montaña en México parte 1

Esta semana iba a platicar de otro tema, pero un evento nada agradable para un servidor, sucedió el 14 de octubre. La noticia del fallecimiento de un gran amigo investigador, Antropólogo Físico, gran académico y fundador del equipo de montañismo de la ENAH (al cual tuve el honor de pertenecer), me hizo pensar hacer un homenaje para él: el Mtro. Evian Ricardo Cabrera Aguirre y hablar del tema que hoy propongo.

Lo primero, es entender que la Montaña es un ente divino, en las que muchas poblaciones del mundo basan sus cosmovisiones, por considerar que ahí, en la montaña, radican muchos elementos primarios para la conservación de la vida.

Para los pobladores del México Antiguo, también fue muy importante, pero es un tema un tanto desconocido para la población en general. La arqueología en la montaña, es un tema que ni siquiera puede suponerse que exista para el grueso de la gente; sin embargo la actividad de los pobladores del México Antiguo, y aún los de esta época, es muy evidente, y muy importante dentro de las cosmovisiones a las que me refiero. La Montaña, es uno de los elementos transcendentales para varias actividades; es el lugar donde se pudo y se puede ofrendar elementos para solicitar favores de las deidades antiguas y contemporáneas, sobre todo el Agua.

Hablando de la especialidad de Arqueología de Alta Montaña no es nueva en nuestro País, pero en las tres últimas décadas creció de manera muy importante, y al inicio del S XXI se hizo más que evidente su importancia. Pensar en esta especialidad implica remitirnos a una altitud por encima de 4,000 msnm, que requiere de condición física especial, pero sobre todo una preparación espiritual muy manifiesta. Y obviamente, nuestro País tiene varias montañas de esa altitud, que fueron puntos importantes como marcadores astronómicos y/o lugares de culto. Algo que es muy importante para quienes amamos a las montañas, es que cada vez que uno asciende, debe dejar un ofrenda, lo que se quiera ofrendar, porque dicen por ahí “que La Montaña se la cobra”, y por supuesto que a un servidor, por no seguir el código, me la cobró una vez, y jamás se me ocurrió dejar de entregar algo.

De los primeros indicios de la actividad tenemos las experiencias de José Luis Lorenzo, arqueólogo apasionado por ese tema y que realizó varias investigaciones en los grandes volcanes. Otro investigador muy importante es Stanislaw Ivaniszewski, que aportó muchísima de su experiencia para esta práctica tan especial. El Dr. Arturo Montero, arqueólogo que participó con sus conocimientos en el grupo de rescate agreste de la Cruz Roja y que además, escribió un libro muy importante: “Atlas Arqueológico de la Alta Montaña Mexicana”; agrego a este equipo de investigadores, a mi gran amigo el Antropólogo Físico, Ricardo Cabrera, que fue quien dedicó una gran parte de su vida a este tema, y fue el impulsor del grupo de Montañismo de la ENAH, como ya lo expliqué anteriormente.

Es muy difícil suponer una montaña, en la que no consten ofrendas prehispánicas; estos ofrecimientos (de los cuales existen registros arqueológicos), datan de la Época Preclásica (2,300 a 200 a.C.); la Época Clásica y Epiclásica (200 a.C. a 1,250 d.C) y por supuesto en la Época Postclásica (1,250 d.C. a 1,521 d.C). Cuando esta actividad es por encima de los 4,000 msnm, en lo que ya es zona de nieve (en algunas montañas todo el año, en algunas otras solo en invierno) se convierte en algo sublime, que solamente se puede sentir, al estar en las cimas, rodeado de la nieve. 

Una de las cadenas montañosas que rodean a la Cuenca de México es el Parque Iztac-Popo – Zoquiapan, que se ubica al oriente de esta cuenca (salida a Puebla). Está alineada con el eje Norte – Sur. Las otras cadenas montañosas que cierran la cuenca son: al Sur (salida a Morelos) la Sierra de Chichinautzin (Ajusco, San Gabriel y otras montañas); al Poniente, la Sierra de la Cruces (salida a la Ciudad de Toluca); al Norte (salida a Querétaro), la Sierra de Guadalupe (Cerro del Chiquihuite, Cerro del Fraile y El Tepeyac). Hago la aclaración de que en las tres primeras (Oriente, Poniente y Sur), la elevación mínima para salir de la cuenca son 3,150 msnm.

En el Parque Iztac – Popo – Zoquiapan, que se encuentra al oriente de la Cuenca de México, se encuentra el Monte Tláloc (4,150 msnm). En la cima de este volcán existe un edificio de proporciones fuera de lo común, para la elevación de más de cuatro mil metros. La mayoría de las edificaciones que se han registrado en otras montañas más altas, no exceden los 15 metros por lado; suponemos son altares (momoxtles) en el camino a la cima, para poder ir haciendo ofrendas. 

El edifico que se ubica en la cima del Monte Tláloc tiene la siguientes medidas: 40 x 50 metros, y un pasillo custodiado por dos muros, de al menos 1.50 metros de ancho y ciento sesenta metros de largo. Ese pasillo permite el acceso a lo que se ha denominado el Templo de Tláloc, que según las crónicas de los europeos se utilizaba como un marcador astronómico, en donde se observaba la posición de la tierra con respecto al sol, y el camino que recorría durante cinco días, con dos grandes volcanes hacia el Oriente: La Matlalcueye (hoy, mal llamada Malinche) y El Citlatepetl (Pico de Orizaba).

Dejaré un par de imágenes para que Usted estimado lector, se dé una idea de lo que le platico, y vamos a tener que continuar con los capítulos que sean necesarios para comentarle mi experiencia en ese proyecto de investigación, que además, afianzó de una forma significativa, mi amor por la Montaña, pero sobre todo, por la Arqueología. 

Nos leemos la próxima semana, en la continuación de esta historia. Espero sus comentarios al correo que viene más abajo.

Estimado lector, en el último capítulo voy a incluir la bibliografía en a que me basé para este artículo.

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